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29.II.2008

Viernes, 29 de Febrero de 2008

Mira que lo que intento una y otra vez, pero no hay manera. Se mire como se mire, ese hijo de jefe local del Movimiento nacional en la época de Franco que es el ministro Mariano Fernández Bermejo no para de cometer tropelías.

Según propia confesión, en treinta años como fiscal no solucionó un solo caso, pero como ministro está demostrando ser peor. Ha hecho todo lo posible por acabar con la independencia de los fiscales y convertirlos en una checa a su servicio; ha defendido la tesis de que se persigue o no a ETA según le interesa a ZP; se ha gastado un cuarto de millón de euros - ¡nuestros! - en reformar un piso que va a ocupar dos meses; tiene a los funcionarios de justicia en huelga que hoy mismo le acusan de que con su “dinero se ha hecho un picadero” (Dios quiera que se trate únicamente de algo chusco y no de una revelación sobre la vida privada del ministro) y ahora para colmo nos hemos enterado de que su mujer – que lleva de baja por lumbalgia mes y medio – se dedica a acompañarlo a los mítines electorales y a bailar. A mi personalmente que Bermejo y su cónyuge se gasten un cuarto de millón de euros de SU dinero me traería sin cuidado y tampoco me importaría que la señora de Fernández Bermejo se tomara unas vacaciones si tuviera, por ejemplo, una zapatería propia a la que echara el cierre para apoyar a su marido en la campaña. Pero que alguien que cobra de nuestro sudor como la señora de Bermejo se vaya a bailar por los mítines del marido mientras está de baja por enfermedad me parece una indecencia, una desfachatez y una desvergüenza. Ése es uno de los grandes problemas que lleva arrastrando desde hace décadas el PSOE, que cree que España es su cortijo y que pueden usarlo como una finca porque para eso pagamos los contribuyentes sus gastos, ya sea la reforma de la casa de Bermejo o los días que su mujer no trabaja (pero cobra) dedicándose a mover el esqueleto. Ahora mérito tienen. Nada menos que con una lumbalgia e imitando a Ginger Rogers. Esto es Hollywood y no por lo de que los malos reciben su merecido castigo.