Imprimir esta página

Aquellos comercios...

Jueves, 30 de Mayo de 2019

Hace unos veinte años regresé a Madrid tras haber vivido fuera una década.  La capital – que no había dejado de visitar - había cambiado, pero todavía conservaba mucho de su tipismo incluidos los pequeños negocios.  Mi nueva calle – no muy prolongada – comenzaba con un restaurante de tintes regionales y concluía con un comercio de ultramarinos de nivel en el que los empleados llevaban uniforme.  Entremedias se extendían una pequeña editorial, los establecimientos de cerrajeros y electricistas, una tintorería y un bar.  En la acera de enfrente, aparte de un colegio público, había un mercado con distintos establecimientos, alguna tienda de ropa y, finalmente, en la esquina, otro bar.  No recuerdo que cerró primero, pero, en rápida sucesión y gracias a la voracidad de la Agencia tributaria, los puestos del mercado desaparecieron y, después, como fichas de dominó no quedó nada en pie.  Me cuentan que ahora, seis años después de iniciado mi exilio al otro lado del Atlántico, se mantiene abierto el restaurante gracias a los liberados sindicales que van allí a comer todos los días a costa del contribuyente, el bar que ahora atienden unos chinos y otro establecimiento regentado por unos avispados hispanoamericanos.  Si esto se limitara a una calle aislada del viejo Madrid, no habría por qué preocuparse.  Ha visto tanto ese rompeolas de las Españas desde los fusilamientos de Murat a los bombardeos de Franco que no sería para inquietarse.  Lo malo es que el fenómeno es nacional.  Quede claro que no soy enemigo de las grandes superficies, de los supermercados o del comercio al por mayor.  Todo lo contrario.  Sin embargo, no se me escapa que en una España donde casi el ochenta por ciento de los puestos de trabajo lo proporcionan las pequeñas y medianas empresas, esas fruterías, esas papelerías, esas zapaterías constituían una red de empleo y de riqueza.  Nada les ha importado a los poderes públicos.  Ansiosos por satisfacer a las castas privilegiadas y a las clientelas parasitarias, han ido asfixiando con regulaciones e impuestos ese indispensable mundo del comercio.  ¿Qué más les daba la quiebra de un negocio de generaciones si ingresaban el IVA o quién sabe que malhadado impuesto municipal?  Con algo hay que mantener a los terroristas vascos, a los golpistas catalanes o a los que acaban de bajar de la patera.  Y así aquellos comercios han ido muriendo y con ellos Madrid y España.