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Cien años de Solzhenitsyn

Martes, 11 de Diciembre de 2018

Hoy, 11 de diciembre, se cumplen dos aniversarios que, al parecer, nadie quiere recordar en mi amada España.  El primero es el de la matanza ocasionada por ETA en la casa cuartel de Zaragoza.  A él dedicaré el editorial de La Voz aunque ya adelanto que el gobierno de Sánchez se está comportando de manera casi tan miserable como el de Rajoy que excluyó de la conmemoración a Francisco José Alcaraz y a su familia por eso de que eran parientes de varios de los asesinados incluidas dos niñas.  El segundo aniversario es que esta semana se cumplen cien años del nacimiento de Alexander Solzhenitsyn.

  No me sorprende que no se recuerde.  Solzhenitsyn fue la voz que gritaba en el desierto de un mundo que deseaba cerrar los ojos ante los horrores del comunismo.  Héroe condecorado de la Gran guerra patria contra el invasor nazi, fue detenido por unos comentarios negativos acerca de la conducción de las operaciones por Stalin y de resultas fue a parar al pavoroso GULAG, GULAG donde tuvo la suerte de quedarse en lo que él mismo denominó el primer círculo, es decir, aquellas prisiones algo más benévolas donde los científicos trabajaban para la dictadura.  Fue en aquel GULAG donde además Solzhenitsyn se encontró con Cristo y experimentó una profunda conversión.  Lo narró en el segundo volumen de Archipiélago GULAG señalando cómo en medio de aquel infierno en la tierra había encontrado a Dios, el Dios del cristianismo.

Deportado a Asia central tras cumplir su condena, Solzhenitsyn sólo pudo comenzar a publicar durante el deshielo jrushoviano.  Vio así la luz una verdadera obra maestra titulada Un día en la vida de Ivan Denisovich.  En ella, Solzhenitsyn describía a Aliosha, un protestante condenado al GULAG, porque predicaba el Evangelio, una tarea que continuaba en medio del espanto donde había logrado esconder un evangelio de Mateo.  

Tras el éxito del Iván Denisovich, vinieron el Premio Nobel de literatura – uno de los más extraordinarios – la redacción de obras maestras como Pabellón de cáncer, la recopilación de datos para su Archipiélago GULAG, la expulsión de la URSS y el exilio en Estados Unidos.  incluso tuvo tiempo para pasar por España, aparecer en un programa de José María Íñigo y recibir los ataques feroces de una izquierda fanática que no ha dejado de rebuznar totalitarismo en las últimas décadas. 

Posiblemente, haya quedado explicado el pavoroso silencio actual y el hecho de que no se haya traducido al español su obra maestra, La rueda roja, que no tiene nada que envidiar a grandes ciclos novelísticos como La comedia humanade Balzac o la saga zoliana de los Rougon-Macquart.  Solzhenitsyn era incómodo.  No desean recordar a Solzhenitsyn porque, primero, contó con detalle y precisión el pavoroso horror que significa la utopía predicada por gente como la de Podemos; segundo, porque era un cristiano convencido y sin complejos que insistió en que no existe esperanza para nuestro mundo apartado del anuncio del Evangelio; y tercero, porque no estaba dispuesto a contemplar al otro bando sin inteligencia crítica. 

Finalmente, logró regresar a Rusia y allí escribió la mejor Historia de los judíos en la gran nación eslava – también inédita en español – titulada Dos siglos juntos y algunos libros magistrales de análisis de la realidad.  Entre ellos se encontraba El colapso de Rusia que tuve el privilegio de traducir hace ya tiempo y que publicó Espasa-Calpe.  Solzhenitsyn fue un faro de luz y es lamentable que en España nadie lo recuerde cuanto tan necesitados de luz estamos, pero, a fin de cuentas, ¿no era lo que cabía esperar?.