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Comienzo a escribir en El Liberal

Lunes, 12 de Octubre de 2020

En España, prácticamente no quedan medios liberales.  ¡¡¡Ojo!!!  Entiéndase liberal en el sentido clásico, no en el norteamericano, que califica como liberales a los que son izquierda, es decir, todo lo contrario del liberalismo.  Lo de Estados Unidos tiene una razón de ser histórica porque, a lo largo de su Historia, la izquierda apenas ha existido.  Siempre ha habido al frente de la nación una derecha que podía ser más conservadora – los demócratas hasta los años sesenta del siglo pasado – o más liberal, que era el caso de los republicanos.  Desde los setenta, y especialmente tras la caída de Nixon, los papeles se invirtieron y con la creciente radicalización del partido demócrata – especialmente tras Clinton y la asunción de la estrategia del arco iris – los términos han significado lo contrario de lo que significan en todo el mundo.  En Estados Unidos, los liberals son precisamente todo lo contrario del liberalismo y se corresponden cada vez más con una izquierda descerebrada y ferozmente partidaria de la agenda globalista.  No es así en Europa o Hispanoamérica, donde liberal sigue designando al liberalismo clásico.  Pero basta de explicaciones.  En España, los medios realmente liberales brillan por su ausencia y alguno que insiste en ello es desde hace años un perrillo faldero de la publicidad que le quiera inyectar lo mismo la Caixa – por esa estaría incluso dispuesto a ordenar que se mate – que los poderes públicos.  Fue por esa razón que acepte la posibilidad de escribir semanalmente en El liberal, un medio que dirige Jano García – uno de los fenómenos más recientes en redes sociales – y que no depende de publicidades ni pretende dar un mensaje recortado a gusto del que paga.  Mi columna se llama Deep South – ya saben, el Sur profundo – y cada semana, desde la misma, les iré contado más cosas de las que ya escuchan en La Voz o ven en www.cesarvidal.tv.  Disfrútenlo.  God bless ya!!!   ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!  

Éste es el texto

EL DEBATE VICEPRESIDENCIAL

     Abrigo pocas dudas en el sentido de que buena parte de los que asistieron al debate presidencial entre Donald Trump y Joe Biden quedaron decepcionados.  Las razones no fueron escasas.  El moderador – miembro del partido demócrata, por cierto – resultó escandalosamente parcial y no perdió ocasión de ayudar a Biden cada vez que Trump lo empujaba contra las cuerdas.  Trump estuvo más impetuoso que sólido y no pudo rematar ningún golpe por más que buscó el KO.  Finalmente, Biden dejó de manifiesto que está gagá, se mostró grosero e incluso sembró las dudas acerca de que recibía instrucciones por un audífono.  Muy diferente resultó el debate de esta semana sostenido entre los candidatos a la vicepresidencia de los Estados Unidos Mike Pence y Kamala Harris.  No exagero si digo que fue realmente digno de verse.  La moderadora se manifestó moderadamente parcial, pero, sin duda, resultó mucho más elegante que su colega del primer debate entre Trump y Biden.  De hecho, podría decirse que incluso contribuyó a la calidad de un combate en el que los contendientes deseaban evitar los errores de sus superiores.  Con todo, lo más relevante, a mi juicio, es que, se piense lo que se piense acerca de quién ganó, sin duda, las posiciones de ambas partes, más allá de las palabras y los gestos, quedaron expuestas con claridad. 

     Kamala Harris apeló a los negros, a los hispanos, a los católicos - a los que recordó que Biden sería el segundo presidente católico de la Historia de Estados Unidos - a los jóvenes, a los abortistas, a la izquierda, a los consumidores de marihuana – a los que realizó un guiño y una promesa sin que nadie se lo pidiera - y, de manera muy especial, a los afectados por la epidemia del coronavirus.  A decir verdad, de esa coalición en la que sueñan los demócratas y a la que apelan para sentar a su candidato en la Casa Blanca, Kamala Harris sólo dejó fuera a los homosexuales, cuestión, desde luego, para pensarse.   De sus intervenciones se pudo desprender también que un triunfo de Biden tendrá consecuencias más que positivas para China e Irán, que se mantendrá el mito de la amenaza rusa que tanto gusta al complejo militar de industrial, que se subirán los impuestos si bien no a los que ganen menos de 400.000 dólares al año – ojo, los demócratas en Estados Unidos en tema impositivo están muy a la derecha de aquel vampiro que, ocasionalmente, revolotea por los medios y que atiende al nombre de Cristóbal Ricardo Montoro – y que impulsarán la agenda globalista en áreas tan dogmáticas como el aborto y la calentología.  Los no partidarios de estas recetas se apresurarán a decir que con ellas se resentirá el empleo, aumentará el gasto público, crecerá la tensión racial e incluso cambiarán las reglas del juego del Tribunal Supremo, una cuestión de enorme relevancia a la que Kamala Harris se negó a responder vez tras vez.  Sea como sea, en general, la senadora Harris no las ocultó sino que se jactó de ellas.

     Enfrente el vicepresidente Pence mantuvo una posición no de búsqueda de votos en diferentes caladeros minoritarios sino de llamar más al ciudadano común y corriente, aquel que no quiere pagar más impuestos, que desea que la economía vaya bien, que sueña con prosperar gracias a su esfuerzo, que considera que la ley y el orden son irrenunciables y además constituyen la base de la verdadera justicia, que está cansado de cuotas por raza o preferencia sexual, que desconfía del islam y que, aunque desea que su nación sea fuerte, está más que harto de intervenciones militares de Estados Unidos en el extranjero.  Es ese ciudadano medio el que llevó a Trump a la Casa Blanca hace cuatro años y el que ahora podría otorgarle su segundo mandato.    Independientemente de lo que suceda en los dos próximos debates – si es que los demócratas no los revientan - si gana Trump, previsiblemente, los impuestos serán más bajos y se reactivará el empleo como en los últimos meses; se respetará la constitución; no cambiarán las reglas del TS; habrá ley y orden; se frenarán los desórdenes en la calle; los pro-vida podrán sentirse satisfechos quizá no porque se revierta la sentencia Roe vs. Wade sino porque será muy difícil financiar el aborto con fondos públicos y, por añadidura, la agenda globalista, esa agenda que tanto entusiasma a personajes como George Soros, Pedro Sánchez o el papa Francisco, se frenará no sólo en Estados Unidos sino en el resto del mundo.   Ambas posiciones, a pesar de las preguntas que no se respondieron, pudieron apreciarse con toda claridad. 

     No sorprende que incluso el corresponsal de El País diera por ganador a Pence – no, el de La Razón no lo hizo, pero es que, en años, jamás se ha enterado de lo que pasa en Estados Unidos – porque se impuso en el debate e incluso dejó de manifiesto que podría ser el candidato republicano para el 2024.  He de hacer hincapié en que estas elecciones no saldrán gratis.  Si gana Trump, la agenda globalista se verá parada por cuatro años.  Si el vencedor es Biden, pisará el acelerador y entonces… entonces la pobre España con el actual gobierno verá subastadas sus riquezas en los zocos del mundo.  

 

Y éste es el enlace a El Liberal.