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Culete mantequete, aguja de goma

Martes, 12 de Enero de 2021

Entre mis recuerdos de infancia, se encuentra la figura del practicante.  Tengo dudas de que todavía exista en España, pero en aquellos años sesenta y setenta, era muy común un señor que se dedicaba a poner inyecciones a veces a domicilio y, a veces, en su modesta consulta. 

Recuerdo que uno de los que tuve que sufrir se llamaba Enciso.  Era un hombre educado, casi ceremonioso que tenía en su consulta curiosos cuadritos elaborados por él con piedrecitas y que había sido herido durante la guerra civil combatiendo en las filas del ejército popular.  Algunas de las inyecciones de mi infancia fueron especialmente dolorosas como las de Benzetacil administradas para evitar que el reuma me afectara el corazón.  Quizá por eso, desde el principio me resigné a sufrir con paciencia y dignidad aquellos malos ratos.  Mi hermano Gustavo tuvo más suerte y sólo ocasionalmente tuvieron que ponerle inyecciones.  Quizá esa feliz circunstancia lo ayudara a rebelarse contra el individuo de la jeringuilla.  Por ejemplo, recuerdo que uno de aquellos practicantes, que con seguridad no cumplía ya los sesenta, pronunciaba una especie de ensalmo mágico que eran las palabras “culete mantequete y aguja de goma”.  No estoy seguro de que mi exégesis sea la correcta, pero yo creo que quería decir que si uno relajaba las nalgas la aguja no dolía y puede que algo de razón tuviera.  Con todo, el practicante más inteligente de todos fue uno que convenció a mi hermano de que le ponía las inyecciones sin aguja.  No era cierto, claro está, pero mi hermano cayó en la trampa y se dejaba pinchar sin rechistar.  El único problema se produjo cuando vino un día un sustituto y ante la exigencia de mi hermano de ser pinchado sin aguja, el practicante le dijo, sorprendido, que eso constituía una imposibilidad absoluta.  Ese día hubo que convencer al practicante más que a mi hermano para evitar un drama doméstico.  Cuento todo esto porque estos días estos recuerdos infantiles me han venido a la cabeza al contemplar las imágenes de los políticos y de la vacuna del coronavirus.  En el caso de Kamala Harris, resulta que la aguja de la vacuna se pliega después de administrársela de manera que no queda nada claro si, al final, se la pusieron o sólo se burló del pueblo americano.  He visto otro político – éste muy verboso e israelí – que se la ponían sin agua, justo como a mi hermano Gustavo.  Finalmente, están los miembros del gobierno español que han dicho que no se la ponen, pero porque anteponen en el pinchazo al resto del pueblo que necesita la vacuna más que ellos.  No han faltado tampoco los que como Putin han dejado claro que no se van a dejar vacunar.  Y yo me pregunto:  ¿deberíamos someternos a una vacuna de la que huyen los políticos como si se tratara de la peste o, por el contrario, deberíamos hacer como Kamala Harris, el político israelí y mi hermano Gustavo en sus años infantiles, es decir, exigir que nos pinchen, pero sin aguja?  Tome cada uno la resolución que considere más adecuada, pero el día que escuchen en los medios algo parecido a “culete mantequete, aguja de goma” échense a temblar.