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El tren se va

Martes, 10 de Septiembre de 2019

Hace seis años, decidí exiliarme.  No voy a entrar a detallar las razones para dar ese paso doloroso.  Baste decir que me salvé de un atentado contra mi vida por apenas unas horas y que, a medida que ha ido pasando el tiempo, no me ha quedado la menor duda de que fue lo mejor. 

En ese tiempo, me he visto obligado a viajar con enorme frecuencia.  De hecho, en diciembre pasado, la compañía norteamericana con la que vuelo habitualmente me informó de que ese año había dado dos veces y media la vuelta al mundo.  La mayoría de esos periplos han estado relacionados con América y Asia y de ellos he ido regresando con una creciente sensación de tristeza por España.  Cuando uno contempla el saqueo perpetrado en las arcas nacionales por los nacionalismos vasco y catalán y la desestabilización institucional unida a los mismos sólo se puede pensar que la nación ha perdido el juicio porque esas dos ideologías, por mucho que nacieran en sacristías e incluso contaran con apariciones legitimadoras, son un anacronismo ridículo con el que no se puede pactar.  Cuando uno asiste al espectáculo de una investidura en la que se juega que España tenga un gobierno plagado de oligarcas comunistas que destrozarían a una nación aplastada por la deuda que dejó Montoro siente ganas de llorar.  Cuando escucha discurso tras discurso y se percata de que no existe un plan de futuro nacional sino, como mucho, advertencias de prevención de daños, llega a la triste conclusión de que, otra vez, España va a perder su oportunidad.  El mundo en el que vivimos no sólo está cambiando sino que lo está haciendo en direcciones que la inmensa mayoría de los políticos y de los ciudadanos españoles ni olfatean.  España perdió en el siglo XVI el tren de la Reforma que lanzó a la libertad y a la prosperidad a media Europa; perdió en el siglo XVIII, el tren de la Ilustración que apenas rozó a algunos espíritus selectos; perdió en el siglo XIX, el de la posibilidad de crear una nación de ciudadanos libres e iguales a partir del liberalismo y ahora está perdiendo el tren del futuro discutiendo en delirantes sandeces y cainitas enfrentamientos por controlar el presupuesto.  Siglo tras siglo, España ha tenido su oportunidad para subirse al tren de la Historia que progresa y no que mira sólo al pasado.  Ha desaprovechado todas esas oportunidades y ahora parece que va a hacerlo una vez más.