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Se los dije

Lunes, 25 de Mayo de 2015

​Entre mis recuerdos de infancia ocupan un lugar privilegiado las películas de Cantinflas. De ellas me atraía no sólo la trama, mejor o pero, sino especialmente la manera en que hablaba el español aquella gente situada al otro lado del Atlántico.

Muchas de las expresiones peculiares de México se me han olvidado, pero mantengo en la memoria aquella que se enunciaba como “se los dije” y que era un equivalente a nuestro “ya os lo dije”. Saco esto a colación porque el resultado de las elecciones municipales y autonómicas se parece enormemente al análisis que desde el año pasado vengo haciendo en medios como La Razón y La Voz. Si acaso he de decir que mis pronósticos sobre los resultados del PP eran menos malos de lo que parece que han sido los resultados.

Por más que Génova y medios afines se empeñen en decir que han ganado en 11 de las CCAA y que han conseguido más votos que el PSOE, la realidad es que sólo son la fuerza más votada que es algo muy diferente de ganar y suerte va a tener el PP si no pierde todos los gobiernos regionales - salvo Ceuta, Melilla, La Rioja y Murcia - y la mayor parte de los municipales de cierta relevancia. A decir verdad y mientras escribo estas líneas, en algunos lugares ni con el concurso de Ciudadanos – suponiendo que Ciudadanos deseara entregarlo que es bastante discutible – podría gobernar el PP. A fin de cuentas, el PP ha sacado poco más de un punto al PSOE y Podemos - gran inteligencia la de los que cantaron su final - ha tenido resultados más que notables.

Las razones para este descalabro histórico del PP – mayor que el experimentado por el PSOE hace cuatro años y en algunos de sus feudos más significativos como el ayuntamiento de Madrid o en la CCAA de Valencia – las he venido anunciando desde hace años con creciente pesar. En primer lugar, está la bochornosa traición a sus electores que el PP practicó casi desde el primer día que Rajoy llegó a la Moncloa. Había prometido el PP que rebajaría los impuestos y controlaría a los nacionalistas. Ha hecho exactamente lo contrario. Dio más dinero a la manirrota Cataluña que nunca, no ha movido un dedo para sacar a las franquicias de ETA de las instituciones y, para colmo, para mantener a castas parasitarias que van de los partidos a los sindicatos pasando por los nacionalistas o la iglesia católica, ha subido los impuestos más de treinta veces hundiendo literalmente centenares de miles de empresas y arrojando a millones de ciudadanos al paro. Pocas veces unas clases medias habrán sido más traicionadas en menos tiempo. Se puede luego decir que la economía va como un tiro, pero los españoles de a pie saben de sobra que no es así y, precisamente por ello, un sujeto chulesco y vergonzante como Montoro le ha costado al PP no menos de un millón de votos.

Al final, esas clases medias que pensaban encontrar en el PP un alivio de lo que fue el aciago gobierno de ZP se han quedado en casa en no escasa medida mientras que los entusiastas de Podemos se lanzaban a las urnas con un entusiasmo que no provocaría Rajoy ni aunque nos invitara a todos a gambas a la plancha con albariño. No sólo eso. Una parte no pequeña de los votantes que el PP ha conservado lo han sido no por convicción sino por pánico real a lo que podría ser la alternativa.

La segunda razón ha estado muy unida a la anterior y consiste en esos pre-potentes oídos sordos que la gente del PP ha mostrado a los que les advertían de la que se avecinaba. Yo mismo hice saber a varios dirigentes del PP hace años que la Agencia tributaria – y no sólo la Agencia tributaria - la tenían más minada que un campo de Flandes durante la Gran guerra. Por supuesto, no me hicieron ni caso dado que además me permitía ser crítico frente a su sabiduría ilimitada y su genialidad sin fronteras. También es casualidad que la Agencia Tributaria les organizara el sarao mediático de Rato o que se filtrara la declaración de la renta de Esperanza Aguirre a unas horas de las votaciones. Pero será eso… pura casualidad. Aún más claro fui a la hora de señalar que su política económica era un disparate que iban a pagar millones de inocentes y que tendría pésimas consecuencias porque la gente puede ser inculta, pero no es idiota. Pero, claro, ellos lo sabían todo…, tanto como para no hacer el menor caso a nadie que no doblara el espinazo en signo de sumisa adulación. Ahí están las consecuencias.

Finalmente, el PP ha despreciado a sus votantes. Lo ha hecho porque los ha tomado, en no escasa medida, por tontos de baba. Mientras endeudaba al país de una manera como no la sufría España desde el reinado de aquel fanático siniestro que se llamó Felipe II; mientras las cifras del paro seguían siendo escandalosas; mientras se negaban a recortar gastos inútiles porque ahí tenían colocada a la gente - ¿dónde se va a colocar ahora la querida de una conocida alcaldesa para la que se creó un espacio ad hoc en el ayuntamiento? - mientras saltaban más y más escándalos que salpicaban a las figuras más empingorotadas del PP, el gobierno y el aparato del partido se negaban a realizar el más mínimo gesto de arrepentimiento y, sobre todo, de rectificación. Todo esto además sucedía mientras los nacionalistas se volvían en más agresivos que nunca y surgía una fuerza de extrema izquierda como Podemos. En el colmo de la insensatez alguno llegó a pensar que no pasaría nada porque siempre podrían pactar con ese partido de centro-izquierda conocido como Ciudadanos.

El resultado está ahora, con los matices que vayan surgiendo en las próximas horas, a la vista de todos. Centenares de miles de votantes del PP han preferido quedarse en su casa antes que volver a conceder su sufragio a las mesnadas de Rajoy que, por primera vez, no alcanzan el 30 por ciento de los votos emitidos. Seguramente, el resultado ha sido en algunos casos injustos porque candidatos como Cristina Cifuentes – una de las pocas, poquísimas candidaturas del PP que ha superado la barrera del 30 por ciento - no se lo merecían y, desde luego, las alternativas son mucho peores. En otros han resultado sorprendentes porque figuras históricas como Esperanza Aguirre o Rita Barberá corren el riesgo de no llegar a alcaldesas. Con todo, resulta más que comprensible que aquellos votantes se hayan resistido a otorgar su voto a un partido que no ha cumplido sus promesas y que además no lo está haciendo ni lejanamente bien. Añádase a esto el fanatismo estúpido de ciertos grupos situados a la derecha como los que decidieron hacer campaña contra Cristina Cifuentes – majaderos, ¿pensáis que Gabilondo va a ser más anti-abortista? – y se comprenderá el conjunto del pastel que ha quedado servido.

Hace ya un año advertí que de las elecciones generales sólo podría salir o un gobierno de gran coalición PP-PSOE o un Frente popular PSOE-Podemos. Pienso ahora que quizá fui optimista porque el PSOE puede llegar a acuerdos con Podemos e incluso con Ciudadanos que dejarían al PP fuera del poder para muchos, muchos años. Es decir, el panorama podría ser hasta peor del que yo pensaba. Me apena, pero no me causa ninguna sorpresa. Se lo han trabajado a pulso y como dirían en una película mexicana: Se los dije.