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El suicidio como arma islámica

Lunes, 30 de Septiembre de 2013
Durante las últimas décadas, ha sido trágicamente común el espectáculo de terroristas suicidas pertenecientes a organizaciones islámicas. Sin embargo, el fenómeno es reciente y choca frontalmente con las enseñanzas del islam.

​Desde que Mahoma abandonó la Meca para trasladarse a Medina y se convirtió en un hombre de estado, su predicación experimentó cambios importantes. La conducta no-violenta previa dio paso a la creación de un poderoso ejército y a la adopción de prácticas como el envío de sicarios contra los disidentes o una dureza hasta entonces desconocida hacia judíos y cristianos. Al respecto, la sura 9, denominada de la espada, establece, especialmente en su aleya 5, la orden de combatir a los no-musulmanes donde quiera que se encuentren. Igualmente, el Corán enseña, como otras religiones, que aquellos que caigan ante el enemigo en el campo de batalla – los denominados mártires – irán al paraíso (3: 169). Sin embargo, la enseñanza del islam es marcadamente contraria al suicidio. El Corán (6: 151) establece que no se puede quitar la vida a nadie “salvo de acuerdo a lo establecido por la justicia y la ley”. Igualmente, incluye el precepto de “no os matéis a vosotros mismos” (4: 29-30) y de “no os arrojéis a la destrucción” (2: 195) y, de manera muy explícita, excluye el dar muerte a un musulmán intencionalmente porque entonces “la recompensa es el infierno” (4: 93). Esta enseñanza coránica aparece reconfirmada en algunos hadiths donde se narra la historia del que, por suicidarse, vio prohibida su entrada en el paraíso (Sajij-al-Bujari 2, 23, 445) o por “cometer suicidio con cualquier cosa en este mundo, será torturado con eso mismo cuando llegue el día de la resurrección” (Sajij-al-Bujari 8, 73, 73). Estas circunstancias explican por qué, a lo largo de una Historia no pocas veces extraordinariamente cruenta, el islam no ha practicado el suicidio como arma. El fenómeno es desconocido en choques armados como la Reconquista, las Cruzadas, la guerra de Argelia o la guerra de ocho años entre Irán e Irak donde nadie de entre el millón de muertos se inmoló suicidándose. El cambio de conducta procede de una mezcla de circunstancias concretas y de una relectura del islam históricamente muy reciente en la que las necesidades políticas se han impuesto sobre la literalidad de los textos sagrados. El primer paso se produjo cuando un ideólogo de la Hermandad musulmana como Sayyid Qutb (1906-66) escribió sus Ma ´alim fi al-Tariq en las prisiones de Nasser. Qutb llegó a la conclusión de que sus aprehensores no podían ser musulmanes puesto que practicaban la tortura – un argumento nada sólido porque la utilizaron los primeros seguidores de Mahoma – y al recurrir a ella se convertían en kafirs o no creyentes y merecían la pena de apostasía o takfir. La primera barrera para limitar las muertes era derribada y, de hecho, se abría la puerta a un estado perpetuo de lucha contra poderes establecidos que contaba con terribles antecedentes históricos. Al derribo de ese muro de contención se sumó en 1979 un nuevo – y heterodoxo – paso que fue la creación de un estado islámico en Irán precisamente por un sector del islam que, por definición, negaba la existencia de un estado musulmán hasta la aparición del duodécimo imam. Ese mismo año, tuvo lugar la crisis de los rehenes que humilló a los Estados Unidos, la ocupación de la gran mezquita de la Meca, el acuerdo de paz entre Israel y Egipto y la invasión de Afganistán por la Unión soviética. Demasiados impactos en el alma musulmana en un solo año y suficiente caldo de cultivo para que la Realpolitik más violenta y descarnada llevara a eliminar nuevos límites a la muerte que pudiera causar un musulmán. En diciembre de 1981, durante la guerra civil del Líbano, tuvo lugar el primer suicidio terrorista. Lo perpetró Dawa islámica en la embajada de Iraq, una nación considerada intolerablemente laica. En abril de 1983, Hizbullah utilizaba el mismo método terrorista en la embajada americana y en octubre, volvía a repetirlo en ataques contra los cuarteles norteamericanos y franceses. Reagan procedió entonces a retirarse del Líbano lo que provocó el entusiasmo de los terroristas ante un método de semejante éxito. En 1986, el partido nacional-socialista sirio, por primera vez, utilizó a una mujer para perpetrar un atentado-suicida. En 1987, la técnica fue perfeccionada por los tigres tamiles de la India que asesinaron, entre otros, al primer ministro Rajiv Gandhi. Al finalizar el siglo XX, Hizbbullah, el movimiento Amal y el partido nacional-socialista sirio ya habían perpetrado más de medio centenar de atentados suicidas. La razón era la convicción de que determinadas circunstancias como la presencia de Israel en los territorios ocupados o la de Estados Unidos y sus aliados en Iraq y Afganistán legitimaban esas acciones. A fin de cuentas, el tener que forzar las enseñanzas del islam no era tan grave si, al fin y a la postre, se lograba, como en el Líbano, que el triunfo fuera musulmán.

Artículo publicado en www.larazon.es