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Hace 45 años

Martes, 18 de Marzo de 2014

Me parece que fue ayer porque la ubicación se encuentra en esa tierra de nadie que es la infancia. El 17 de marzo de 1969, cuando yo todavía me levantaba a las seis de la mañana para ir al colegio a pasar un frío sobrecogedor bajo una disciplina que convierte, en comparación, a la del cuerpo de marines en un verdadero pitorreo, Golda Meir se convertía en la primera mujer de la Historia que alcanzaba la inmensa responsabilidad de presidir un gobierno.

​Ahora no parece tan importante porque hemos tenido ya tantas ministras – alguna incluso imputada, alguna demostrando que puede ser tan incompetente como el varón más negado – que semejante circunstancia no le sorprende a nadie. Sin embargo, entonces constituyó un auténtico bombazo. Recuerdo, por ejemplo, al padre Blas mofándose de la canción zarzuelera que afirmaba que “si las mujeres mandasen serían balsas de aceite los pueblos y las naciones”, sólo porque Golda Meir, puesta a enfrentarse con un enemigo encarnizado, no demostraba menos temple que cualquier hombre. Sostenía aquel profesor del inefable colegio de San Antón que, gobernando una mujer, seguía existiendo la guerra. Era cierto, pero lo importante era la valentía de Golda y no la misoginia – nada exenta de antisemitismo – del padre Blas, un personaje, por otro lado, entrañable. Para desgracia suya, por aquella época Fórmula V había estrenado una canción titulada En la fiesta de Blas y mis compañeros le habían cambiado la letra canturreando que “en la clase de Blas todo el mundo salía con unos cuantos ceros de más”. Pero volvamos al nombramiento de Golda Meir. Recuerdo también las referencias negativas a su físico como si a los varones se les exigiera pasar alguna prueba de elegancia para que les dieran una cartera ministerial. A lo mejor merecería la pena porque nos habríamos librado de esa plaga bíblica que es Montoro. Me consta que las críticas no le llovieron sólo desde aquella España que aún se escandalizaba por el bikini – a mi prima Virginia por esas fechas la obligaron con nueve años a ponerse un bañador de una sola pieza para entrar en una piscina municipal – en su mismo gobierno, Golda Meir tuvo que explicar a los varones que el delito de violación se combatía persiguiendo a los que lo perpetraban y no señalando un toque de queda para que las mujeres no salieran de casa por las noches. Con todo, por esas fechas, las mujeres israelíes estaban en el ejército mientras que las españolas si eran casadas necesitaban permiso del marido para todo, desde alquilar a pedir un crédito, y el código penal franquista contaba con perlas católicas como la impunidad del marido que daba muerte a su esposa por adúltera o a su hija por practicar la fornicación. Uxoricidio por adulterio y filicidio por fornicación se llamaban a aquellas joyitas penales de la católica España. Regresemos de nuevo a Golda Meir. Nacida en la antisemita Kíev – todavía hoy los neo-nazis se manifiestan por sus calles y cuelgan carteles de Hitler en los edificios oficiales – Golda supo desde un principio que nada se regala. Su padre huyó de Ucrania al saber que se iba a desencadenar un pogrom contra los judíos y se estableció en Estados Unidos. Golda, sin embargo, se sintió atraída por el llamamiento de regresar al solar patrio de Israel cuando el estado aún no existía. Contribuyó a su creación y a su defensa. Sencilla, firme, convencida constituye a día de hoy un ejemplo para muchas políticas. Temo, sin embargo, que rehúsen reconocerse en alguien tan austero. Las que disfrutaron apareciendo en el Vogue rodeadas de pieles y de vanidad, ¿cómo habrían seguido a Golda que ni siquiera se pintaba los labios? No. Es pedir peras al olmo. Pero, al final, la Historia suele hacer justicia. Dentro de otros cuarenta y cinco años, seguiremos recordando a Golda Meir y ellas, sin embargo, se habrán hundido en el olvido.