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Campus literario (VII): La mirada de Indias (VI): El jefe Suinyhue

Viernes, 9 de Septiembre de 2016

El campus no se redujo ni mucho menos a las exposiciones de la mirada de Indias. Disfrutamos de un taller literario – especialmente yo – en el que pude ver, día a día, como la gente iba escribiendo cada vez mejor y no faltaban notables muestras de imaginación plasmadas en relatos que varias veces pude calificar de extraordinarios.

Fuimos al teatro para ver una excelente representación de Cielo abierto de Hare que no tenía nada que envidiar a lo mejor que podríamos haber contemplado en Madrid. Paseamos por el Museo del oro sumergiéndonos en las culturas pre-incaicas. Pero, por encima de todo, tuvimos la oportunidad de charlar, de comer juntos, de compartir momentos inolvidables conociendo a gente extraordinaria que desea seguir en contacto de aquí en adelante.

Misael o Joshua – por no mencionar el papel esencial de Alicia – habían contribuido extraordinariamente a la celebración del campus, pero también contribuyeron al mejor desenvolvimiento de esos días Karen, Daniela, Patty, Romina, Tanya, Anthony, Joel, David y todos aquellos que se acercaron a aprender quizá sin pensar cuánto iban a aportar. Entre ellos estaban también un jefe indio shipibo – Suynihue – y su esposa Rebeca. Ella me regaló el primer día un libro que me ha complacido especialmente y que relata su labor como misionera entre los jíbaros, ya saben ustedes, esos indios que reducían las cabezas de sus enemigos vencidos para colgarlas en sus viviendas. Suynihue – Roger – nos contó cómo estuvo a punto de ser enterrado vivo por su madre cuando sólo era un bebé; como fue salvado por un shamán y cómo su padre, shamán, se convirtió al Evangelio gracias a la labor de misioneros protestantes. En la actualidad, es jefe de una comunidad indígena en la selva a la vez que predicador del Evangelio.

En nuestra fiesta de despedida, tras la última exposición y el último taller, Suynihue entonó canciones en las lenguas shipiba y española ataviado con sus galas de jefe y, en un momento determinado, me dio las gracias públicamente regalándome además un primoroso chaleco indio bordado a la vez que entregaba a mi hija un bolso semejante. Me puse la prenda emocionado y lo abracé en el escenario y entonces Suynihue me devolvió el gesto con una fuerza conmovedora. Después, en la comida, hubo quien dijo que aquella parecía la foto de la reconciliación entre españoles e indígenas después de más de cinco siglos. En paralelo, Suynihue insistía en que no había conocido nunca a un español como yo, lo cual puede interpretarse en beneficio de los otros españoles, dicho sea de paso.

 

Tanto mi hija Lara como yo estamos invitados a viajar a la Amazonía para visitar a la comunidad de Suynihue. Si Dios quiere, llegaremos hasta allí, pero, en cualquiera de los casos, debo decir que me resulta imposible imaginar una mejor conclusión para un campus dedicado a la mirada de Indias. Por un lado, las distintas miradas no se vieron opacadas por el prejuicio, el fanatismo religioso o el nacionalismo. Tampoco por la miserable leyenda blanca o por un indigenismo ciego. Sólo examinamos con imparcialidad las fuentes históricas, comprendimos el pasado, entendimos el presente y contemplamos cuáles son las soluciones para el futuro, unas soluciones en las que tanto indígenas como europeos, negros como mestizos, podemos fundirnos en un abrazo a la búsqueda de un mundo mejor del que conocieron nuestros antecesores. Quizá porque todo resultaba tan obvio antes de que concluyera el campus ya habíamos comenzado a fraguar los planes para el próximo que será, Dios mediante, en Lima en febrero de 2017. Pero de ese y de otros proyectos ya les hablaré en su momento.