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Cuando Disney era Disney

Jueves, 16 de Marzo de 2017

En San Antón teníamos un profesor de dibujo que se llamaba Rafael Calvín. No me voy a extender mucho en su recuerdo – era un maniático de cuidado con una especial capacidad para amargar la vida de los alumnos – pero sí he de señalar que el buen hombre sentía una especial pasión por pontificar sobre todo lo divino y lo humano. Por regla general y considerado desde la distancia debo decir que anudaba un disparate con otro, pero, aún así, en ocasiones, incluso acertaba.

Recuerdo, por ejemplo, un día en que señaló que no había nada malo en ninguna película de Disney. Durante un tiempo y dado lo cargante que me resultaba su desprecio olímpico hacia nosotros, intenté encontrar algún ejemplo que refutara aquella afirmación – debía yo andar por los once o doce años – pero debo reconocer que no di con ellos.

Es cierto – todo hay que decirlo - que como todavía no había leído a Marx ni a ninguno de sus exégetas hispanoamericanos no se me había ocurrido la papanatesca idea de que tras Mickey, Donald y Goofy se ocultaba el imperialismo yanqui. Esas majaderías las leería años después y entonces tampoco me impresionarían. A decir verdad, durante décadas, Disney no dejó de proporcionarme momentos inolvidables. Lloré con profundo pesar con la muerte de Blancanieves, me emocioné hasta el entusiasmo con Peter Pan – quizá mi película Disney preferida - y hasta disfruté los documentales de Disneyland. Incluso siendo ya bastante mayor Disney siguió provocándome buenos sentimientos. Recuerdo que viendo Canción del sur con mi hija – aún no la había prohibido Disney por políticamente incorrecta – se me puso un nudo en la garganta exactamente igual que a ella. Unos años antes me había quedado fascinado al ver los primeros minutos de La bella y la bestia y tener la consciencia – me ha pasado con pocas películas más como Cinema Paradiso – de que me encontraba ante una obra maestra.

Supongo que mi experiencia no ha sido, ni de lejos, única. Disney era fantasía, sueños, belleza, componentes todos ellos no sólo indispensables en la vida de un niño sino también en la existencia menos fácil de los adultos. He indicado ya como Disney autocensuró su extraordinaria Canción del sur hace unos años, pero también debe señalarse que, llegado el momento, también llegó a cambiar el final de Pretty Woman. En la versión original, la ramera interpretada por Julia Roberts tenía que haber vuelto a la calle y morir de sobredosis, pero lo que quedaba del espíritu Disney provocó que se casara con el millonario. Seguro que han sido legiones las mujeres que han agradecido ese final feliz.

 

Pero todo pasa que decía el filósofo pre-socrático y hete aquí que Disney ha decidido incluir a un gay en la nueva versión de La bella y la bestia. Ya hace unos años, en Disneyworld, pretendieron que Donald fuera tomado de la mano no de Daisy sino de otro Donald y que lo mismo sucediera con Mickey y Minnie. La maniobra fracasó porque los bautistas del sur – una de las denominaciones más numerosas en Estados Unidos – anunciaron que no pisarían Disneyworld. Cuando al boicot se sumaron otras confesiones y entidades, Disney tuvo que dar marcha atrás. Ahora no ha corrido riesgos. Directamente, ha colado al personaje en la cinta y a ver si los padres tienen valor de decir a los niños que no los llevan a ver lo que otras criaturas ven. Ciertamente, Disney ya no es lo que era. Yo, desde luego, como me sucede con tantas situaciones, me quedó con el de antes.