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También fuera de los Evangelios… (IV): los escritos rabínicos (II)

Miércoles, 26 de Febrero de 2014

En la última entrega, tuve que realizar una breve introducción a la literatura rabínica. En ésta, me voy a referir a las referencias directas al judeo-cristianismo y a Jesús que hallamos en ella.

Naturalmente nos referimos a aquellas ediciones que no fueron expurgadas por la censura papal durante la Edad Media para suprimir aquellos pasajes que se consideraban injuriosos contra Jesus y su madre. Como puede suponerse, en términos comparativos, las citas no resultan muy numerosas - a pesar de que el rabino Jacob Neusner sostiene que el Talmud se redactó finalmente frente a un cristianismo convertido en religión del imperio - y se hallan teñidas por la polémica teológica. Como ya señalé en mi reseña de Los primeros cristianos, en el concilio de Yavneh (Jamnia) la rama hillelita de los fariseos se impuso en el seno del judaísmo y excluyó a las demás y, por supuesto, a los judíos que creían en Jesús como mesías. Llegados a ese punto, no puede esperarse que las referencias fueran amistosas. La persona de Jesús es tratada, en general, con dureza en los escritos rabínicos por la sencilla razón de que en ellos no se da cuartel a aquellos judíos situados fuera de la considerada ortodoxia. Los ejemplos son diversos.

En primer lugar, encontramos una clara insistencia en considerar a Jesús como un bastardo, a su madre como una adúltera y a su padre como un legionario romano llamado Pantera. Estos pasajes estuvieron en el origen de la quema del Talmud durante la Edad Media y del deseo de Lutero de, siguiendo el ejemplo de los Reyes Católicos, expulsar a los judíos. En ambos casos, se consideraba que la injuria era intolerable si bien es sabido que mientras que el Talmud acabó quemado y expurgado en un caso; en el otro, las intenciones de Lutero fueron desautorizadas por príncipes y teólogos protestantes como contrarias al espíritu de la Biblia. Pero volviendo a esta cuestión: ¿en realidad, qué se encuentra tras la afirmación de que Jesús era hijo de una adúltera era hijo de un tal Pantera? El autor judío J. Klausner adelantó la explicación de que el nombre “Pantera” vendría de una corrupción de “parzénos” (virgen). El origen de esta deformación derivaría del hecho de que los cristianos creían a Jesús el hijo de una virgen. En un intento de denigrar a un personaje considerado falso mesías, el hijo de la virgen – un apelativo no contenido en la Biblia, pero común en zonas orientales del imperio en el siglo III – se habría convertido en el hijo de Pantera. Sin entrar a fondo sobre la veracidad de esta tesis (a nuestro juicio siquiera verosímil), parece de ella desprenderse, por un lado, una visión del nacimiento de Jesús entre sus seguidores que se asemejaría (si es que no era igual) a la de Mateo (c.1-2) y a la de Lucas (c.1-2) leído a la luz de Mateo. Jesús nació de manera irregular hasta el punto de que José pensó, inicialmente, en repudiar a María, si bien en secreto para evitar que la lapidaran como adúltera. La explicación cristiana es conocida, pero los detractores de Jesús insistirían en el aspecto irregular del evento. De hecho, debieron hacerlo ya en vida de Jesús, a juzgar por pasajes como el de Juan 8, 41 en que los adversarios de Jesús se diferencian de él diciendo que ellos no son hijos de prostitución. Curiosamente y a pesar de esas acusaciones, también el Talmud señala que Jesús “no estaba lejos del Reino”, una referencia a su ascendencia davídica tal y como señalan también los escritos del Nuevo Testamento.

Las fuentes talmúdicas apuntan también a la creencia en virtudes milagrosas asociadas a la persona de Jesús. Que Jesús hacía milagros no es negado en absoluto, pero esos prodigios son contemplados desde una perspectiva hostil. En Sanh 107 b y Sota 47 b, se nos dice que “Ieshu practicó la hechicería y la seducción y llevaba a Israel por mal camino”, datos que, aparecen repetidos en Sanh. 43 a. donde además se nos informa de que “La víspera de Pascua colgaron a Ieshu”. De manera bien significativa, el Talmud atribuye la condena de Jesús no a los romanos – como, formalmente, sucedió – si no a las autoridades judías que sólo podían castigar a un blasfemo. El dato es erróneo y ha dado lugar a no pocas desgracias, pero obedece, sin duda, a la legitimidad que pensaban tener los sabios para condenar a los enemigos de la ortodoxia.

La descripción talmúdica - que reconoce el poder taumatúrgico de Jesús, pero lo asocia con una fuente perversa - no sólo recuerda considerablemente a datos contenidos en los Evangelios (Mt 9, 34; 12, 24; Mc 3, 22) sino que concuerda con la información que al respecto hallamos en autores cristianos como Justino (Diálogo con el judío Trifón, LXIX). Nadie hubiera negado los milagros – lo que los convierte en muy evidentes – pero mientras que los seguidores de Jesús veían en ellos una prueba de su mesianidad, los adversarios los atribuían a alguna forma de brujería. Curiosamente, de paso que se censura esa hechicería se da un dato que confirma lo contenido en los Evangelios y es que en una etapa de su vida vivió en Egipto.

Asimismo la literatura rabínica nos ha transmitido las pretensiones de Jesús que coinciden con los datos contenidos en el Nuevo Testamento. De manera comprensible, son condenadas explícitamente. Así, el Yalkut Shimeoni (Salónica) par. 725 sobre va-yisá meshaló (Nm 23, 7) de acuerdo con el Midrash Ielamdenu, recoge la noticia de que “intentaba hacerse Dios a si mismo, para que el mundo entero fuera por mal camino” y se añade que no podía ser Dios puesto que éste no miente mientras que “si él dice que es Dios es un embustero y miente; dijo que marcharía y volvería finalmente. Lo dijo y no lo hizo”. Las resonancias del pasaje tienen, de nuevo, claros paralelos en el Nuevo Testamento y, más concretamente, en relación con las cuestiones de la auto-conciencia de Jesús (especialmente con su divinidad) y de la Parusía. Los datos resultan especialmente interesante porque, en contra de lo afirmado por la Alta Crítica, pone de manifiesto que la referencia a una Segunda Venida del mesías – que tiene paralelos en las fuentes rabínicas – o a la deidad del Hijo no fueron invenciones posteriores sino que los rabinos las conocían.

Lógicamente, y partiendo de estos presupuestos, deberíamos esperar una condena clara de Jesús y efectivamente eso es lo que encontramos en las mismas fuentes. Así, en Guit. 56b-57 a) se presenta al mismo - que “se burló de las palabras de los sabios” y que fue “un transgresor de Israel” - atormentado en medio de excrementos en ebullición.

El cuadro global resulta, pues, evidente. Las fuentes rabínicas dan por ciertos datos contenidos también en fuentes cristianas, pero los reinterpretan con un resultado radicalmente distinto. Así nos encontramos con que:

1. Ciertamente, Jesús había nacido en circunstancias extrañas, pero este hecho no había sido más que consecuencia del adulterio cometido por su madre con un soldado de las fuerzas romanas de ocupación, un tal Pantera. Con bastante posibilidad, la afirmación no procedía sino de una corrupción del término “parzenos” (virgen) sumado a noticias antiguas sobre su nacimiento y el deseo de denigrar a Jesús

 

2. También se reconoce que pertenecía a la estirpe de David de la que vendría el mesías.

3. Era cierto igualmente que Jesús había realizado curaciones y otros actos milagrosos, aunque tal supuesto se atribuye a su carácter de hechicero.

4. Su poder taumatúrgico se relacionaba con una estancia en Egipto.

5. Igualmente, reconocían que había atraído a un buen número de seguidores, pero semejante éxito había que atribuirlo a su capacidad de seducción y a su flexibilidad inexcusable hacia la Torah.

6. La condena por extraviar al pueblo se atribuía a las autoridades religiosas judías.

7. Se había igualado a Dios.

8. Había prometido regresar. Tanto 7 como 8 eran afirmaciones que cuentan con paralelos en los Evangelios si bien los adversarios rabínicos las interpretaban en el sentido de que con ellas Jesús sólo había conseguido poner de manifiesto que era un peligroso farsante, algo que justificaba suficientemente el que hubiera sido ejecutado y el que se hallara ahora sufriendo tormento en medio de excrementos en estado de ebullición.

9. A pesar de todo, este juicio denigratorio no es unánime y así, por ejemplo, también se cita con aprecio alguna de las enseñanzas de Jesús considerándolas una interpretación adecuada de la Torah (Av. Zar. 16b-17a; T. Julin II, 24). En otras palabras, nos permite ver cómo hubo judíos que lo apreciaron y siguieron y no precisamente porque realizara hechos prodigiosos.

 

La literatura rabínica no sólo se refiere a Jesús sino también a sus primeros seguidores judíos y de eso hablaremos en otra entrega. En ésta hemos podido ver cómo hechos que muchas veces se niegan son confirmados precisamente por los que se consideraban adversarios de Jesús y sus seguidores.

CONTINUARÁ