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Estudio Bíblico VIII: La Torah (V): Deuteronomio; y El Evangelio de Marcos (VI)

Viernes, 28 de Noviembre de 2014

El último libro de la Torah, Deuteronomio, constituye una repetición de las leyes mosaicas al pueblo de Israel que, una generación después de su salida de Egipto, se encuentra a punto de entrar en la Tierra prometida.

​Los capítulos 1-4 constituyen una recapitulación de la historia de Israel en los años de peregrinación por el desierto. Los capítulos 5-6 repiten los Diez Mandamientos y contienen una clara exhortación en favor de cumplir las leyes y los estatutos divinos. En esta sección se incluye la famosa Shemá, que no es sino la primera palabra en hebreo de la fórmula que afirma “Escucha, Israel: YHVH nuestro Dios, YHVH es uno” y que constituye un auténtico epítome de la fe de Israel.

Los capítulos 7 al 26 recogen a continuación un código de leyes que incluye desde leyes dietéticas (Deu 14) a normas sociales (Deu 15) o disposiciones sobre las fiestas (Deu 16) o la castidad (Deu 22). Resulta interesante ver cómo esas normas difieren bastante de interpretaciones posteriores. Por ejemplo, el diezmo (Deuteronomio 14: 22 ss) no era sobre dinero sino sólo sobre productos de la tierra y se distribuía en ciclos de tres años. El primer año, el diezmo se convertía en dinero y era gastado en el disfrute familiar ante Dios (14: 22-26); sólo el tercero, el diezmo se entregaba para mantenimiento de los levitas y para atención a los menesterosos (14: 28-29). Los capítulos 27 y 28 están redactados siguiendo el modelo de los pactos existentes en la época de Moisés - lo que constituye un argumento en favor de la historicidad del libro - en los que se anuncia la recompensa del que guarde lealtad al Pacto y el castigo del que lo desobedezca. La última sección de Deuteronomio (capítulos 29-34) está formada por los últimos discursos de Moisés, la designación de Josué como su sucesor, el Cántico de Moisés, la bendición pronunciada por éste sobre Israel y el relato sobre su muerte y sepultura.

Para leer:

  1. Deuteronomio 6. El gran mandamiento de la Torah
  2. Deuteronomio 10: 12-22. Las exigencias de Dios para con Israel
  3. Deuteronomio 14: 22-29. El diezmo
  4. Deuteronomio 28. Las consecuencias de la obediencia y de la desobediencia

El Evangelio de Marcos (VI): la predicación del mesías-siervo (Marcos 1: 14) (IV): ¡¡¡¡Creed en la Buena noticia!!!!

El último elemento de la predicación original de Jesús fue la exhortación a creer en el Evangelio o Buena noticia. ¿Qué implicaba exactamente esa Buena noticia?

En primer lugar, que era precisamente eso: un anuncio de buenas noticias que es lo que significa exactamente la palabra “Evangelio”. Ciertamente, el hecho de que el tiempo hubiera llegado, de que el reino de Dios se acercara y de que se podía cambiar de vida constituían elementos esenciales de ese anuncio alegre y gozoso.

En segundo lugar, que con el Reino llegaba también la salvación. Es notable la cantidad de veces que Jesús utiliza en el Evangelio la expresión “tu fe te ha salvado” – tendremos ocasión de verlo en las próximas entregas – y, ciertamente, esa posibilidad de salvación era una excelente noticia.

En tercer lugar, esa salvación no deriva de nuestros méritos ni de nuestras obras. A lo largo de la Historia siempre han existido jerarquías sacerdotales – su presencia es innegable en el paganismo antiguo y en el moderno – que pretenden tener la llave de la salvación exclusiva. Por supuesto, aparte de someterse a sus órdenes y costear sus gastos, se supone que los adeptos han de realizar una serie de obras y ceremoniales que les permiten obtener esa salvación. Nada más lejos de la enseñanza de Jesús. La moneda perdida o la oveja extraviada se salvan porque la mujer o el pastor van a por ellas (Lucas 15). Por si mismas, jamás habrían podido regresar al bolsillo de su dueña o al aprisco del que habían salido. De manera semejante, el que bajó justificado del templo no fue el fariseo entusiasmado con sus obras y méritos sino el publicano que reconocía que sólo Dios, un Dios misericordioso, podría salvarlo (Lucas 18: 9 – 14). A decir verdad, cualquiera que sostenga que la salvación deriva de las obras y los méritos propios se coloca frontalmente en contra de la predicación de Jesús y demuestra no haberla entendido.

En cuarto lugar, esa salvación no es un regalo barato de Dios. Por el contrario, el Nuevo Testamento enfatiza que implicaba la muerte expiatoria del mesías-siervo. Así lo había señalado Isaías en el capítulo 53 del libro profético que lleva su nombre y así lo indicó Jesús en el versículo central del Evangelio de Marcos (10: 45) donde subraya que el mesías había venido para servir y dar su vida en rescate de muchos. Lo que era gratis para el ser humano, había costado muy caro a Dios, concretamente la vida del mesías-siervo.

En quinto lugar, ese don de Dios sólo puede ser recibido a través de la fe, pero no comprado ni adquirido mediante ceremonias u obras de otro tipo. Así se desprende de la historia del centurión (Lucas 7: 9), de la de la mujer enferma (Marcos 5: 34), de la de la siro-fenicia (Mateo 15. 28) o de la del ciego Bartimeo (Mateo 10: 52), que, entre otras, dejan de manifiesto esa realidad. Naturalmente, para aquellos que identifican – porque así se lo han malenseñado durante siglos – que la fe es asumir mentalmente ciertos dogmas esto es incomprensible, pero es que ignoran lo que es la fe en la Biblia, una confianza que extiende la mano para recibir lo que el Señor da. Y eso también es buenas nuevas: extiende la mano para recibir lo que Dios quiere darte gratuitamente.

En sexto lugar, lo que Jesús espera de las gentes no es que realicen ritos o que se dediquen a las obras que les ordena el clero de turno. Lo que espera es que, si han decidido convertirse, si por fe han recibido la salvación, si han reconocido que no tienen méritos propios, lo sigan. Se trata de algo que no sólo es Buena noticia sino un inmenso privilegio y

En séptimo lugar, una predicación distinta de ese Evangelio de gracia que sólo puede recibirse a través de la fe, pero nunca ganar por nuestras obras o méritos es “otro” Evangelio que debe rechazarse. Pablo llegó a escribir a los gálatas que si alguien predicaba ese evangelio diferente – aunque, ciertamente, no lo era – era anatema, es decir, debía ser rechazado (Gálatas 1: 6-10). El mismo había resumido ese evangelio con afirmaciones como “Concluimos pues que el hombre es justificado por la fe sin las obras de la ley” (Romanos 3: 28) o “el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe en Jesús el mesías, nosotros también hemos creído en Jesús el mesías, para ser justificado por la fe en el mesías y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado” (Gálatas 2: 16).

 

Ésta y no otra es la predicación de Jesús, una predicación que bien merece el nombre de Evangelio o Buena Nueva

- porque llega a lo más profundo de las necesidades del hombre y no pretende someterlo a una jerarquía eclesiástica sino liberarlo de ella

- porque indica que todo es fruto del amor de Dios que ofrece una salvación gratuita al que desee recibirla a través de la fe y

- porque invita a entrar ya y ahora en el Reino de Dios llevando una nueva vida.

Viendo la predicación de Jesús y contrastándola con otras puede darse cualquiera cuenta de hasta qué punto recibe un mensaje cristiano o tan sólo un sucedáneo, es decir, lo que Pablo llamó “otro” evangelio.

 

CONTINUARÁ