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Lucas, un evangelio universal (XIV).- Soy hombre pecador o he decidido seguir a Cristo (5: 1-11)

Domingo, 19 de Abril de 2020

Es después de afirmar la autoridad de Jesús que Lucas ubica en su relato tres hechos que muestran el poder de Jesús sobre la naturaleza y la enfermedad.  El relato de Lucas es muy diferente del que encontramos en relación con supuestas curaciones milagrosas en determinados santuarios y, de manera bien significativa, incide en los aspectos espirituales.  En el primer caso – la denominada pesca milagrosa – Jesús le pide a Simón que colabore con su predicación.  No le pide dinero o vigilancia – algo tan habitual en muchos casos – sino sólo que ponga su barca a su servicio para poder predicar.  Es más que posible que la multitud corriera el riesgo de aplastar a Jesús o empujarlo al mar y Jesús decidió que, subido en la barca, podía predicar desde ella con tranquilidad, quizá incluso ser mejor escuchado (5: 3).  Fue entonces cuando Jesús le dijo a Simón que bogara mar adentro para pescar (v. 4).  La respuesta de Pedro fue totalmente escéptica.  Si algo habían visto durante la noche es que no había nada que hacer, pero ya que Jesús lo decía iba a lanzar la red (5: 5).  La pesca resultó espectacular e incluso tuvieron que solicitar ayuda para arrastrarla (5: 6-7).  Pero aquí viene lo más relevante del relato.  Pedro no dijo: “es justo.  Ya que le he dejado la barca que menos que me bendiga materialmente”.  Pedro tampoco dijo: “gracias, Jesús, has bendecido mi fe”.  No, Pedro captó lo que había pasado.  Una dimensión totalmente sobrenatural había entrado en su vida más que natural y entonces había percibido una realidad innegable: era un pecador.  Esa realidad lo llevó a desplomarse de rodillas y a pedir a aquel hombre – al que denominó Señor – que se apartara de él.   Cuando uno percibe la realidad espiritual esto es lo que se ve precisamente.  No que Dios es un Papa Noel concediendo lo que pedimos, no que hemos realizado la ceremonia correcta para obtener el premio deseado, no que recibimos el premio por nuestras acciones adecuadas.  No.  Lo que captamos es la distancia inmensa, enorme, imposible de cubrir que hay entre nosotros, pobres pecadores, y Dios.  Cuando eso sucede, cuando eso se descubre, cuando eso se percibe, la reacción lógica es la de Simón:  reconocer que Alguien infinitamente superior está cerca, reconocer que es el Señor, reconocer que somos pecadores y reconocer que si se acercara a nosotros en Su santidad inmensa sentiríamos un fuego abrasador.   

Ciertamente, la predicación del Evangelio se ha pervertido no pocas veces a lo largo de los siglos.  Hay quienes han codificado unas vías de acceso a Dios que pasan, por supuesto, por acceder a someterse a ellos.  Hay quienes han descrito caminos para obtener de Dios todo lo que se quiera como si fueran avezados brujos.  Ambas visiones son blasfemas y desprecian gravemente la realidad espiritual.  Es la extraordinaria realidad de un Dios infinitamente santo cuya sola cercanía nos muestra nuestro pecado y con ello nos señala que la salvación sólo puede ser por gracia ya que, indignos pecadores, nunca la mereceríamos.  Eso es lo que sucede cuando, realmente, nuestra dimensión es cruzada por Su dimensión y eso es lo que sintió Simón.  No fue sólo su experiencia sino también la de todos los que estaban con él  (5: 9-10).  La respuesta de Jesús fue obvia.  No había que temer (5: 10).  El encuentro con esa dimensión espiritual, LA dimensión, implica darnos cuenta de nuestra verdadera condición, pero no para quedar abrumado por la realidad sino para comenzar una nueva vida para su dirección.  No puede sorprender que, al llegar a tierra, dejaran todo y siguieran a Jesús (5: 11).     

No me cabe duda de que para mucha gente la salvación es algo conseguido con algunas obras supuestamente buenas o recibiendo ciertos sacramentos o casi una obligación del Creador hacia Sus criaturas.  Los que así piensan no tienen ni la menor idea de quién es Dios, de la distancia que nos separa de El, de cómo esa distancia sólo puede ser cubierta por Jesús que viene a nuestro encuentro y de cómo lo primero que se siente es la inmensa separación que existe entre el ser humano y Dios.  Sólo al percibirse esas realidades, se cae de rodillas, se reconoce la propia insignificancia y se puede recibir la salvación.  Sólo entonces se puede comenzar una nueva vida con Jesús.

CONTINUARÁ