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Lucas, un evangelio universal (XVII): La conducta del pueblo de Jesús (6: 20-49)

Domingo, 10 de Mayo de 2020

Resulta enorme revelador que tras referirse a ese Israel real – que no nacional – encabezado por los apóstoles, Lucas relate la carta magna que Jesús consideraba esencial para sus discípulos.  En contra de lo que piensan algunos – como Gandhi – el sermón del monte de Mateo (5-7) y el de la llanura en Lucas tienen como objetivo a los discípulos y no al mundo en general.  Es más que posible que Jesús repitiera esta predicación varias veces para que sus discípulos asimilaran una parte tan esencial de su predicación y que el sermón del valle lucano sea una de ellas.  Como todas las predicaciones que se repiten, en algunos casos, son más largas o más breves, pero la esencia es la misma.  También cabe que, mientras Mateo recoge multitud de elementos que tendrían interés para discípulos judíos, Lucas se haya limitado a aquellos que resultan de aplicación más universal.

Jesús comienza ambas predicaciones señalando una paradoja.  Sus discípulos son dichosos, felices, bienaventurados aunque son pobres (v. 20), aunque pasan hambre y lloran (v. 21), aunque sufren el aborrecimiento y las calumnias (v. 22) y es así porque esos sufrimientos tan comunes, en el caso de los seguidores de Jesús, se prolongarán en la recompensa celestial y en la certeza de que sufren la misma suerte que los profetas(v. 23).  ¡Ay, por el contrario, de aquellos que se conforman con la materialidad de este mundo, con la satisfacción humana y con las alabanzas de otros hombres! Recibirán el mismo castigo que los falsos profetas. 

Esos discípulos que viven en la paradoja, pero en una paradoja que Dios resolverá a su favor, se caracterizarán por una forma de vida diferente.  Vivirán no llevando un libro de contabilidad con las acciones de otros sino pensando en cómo hacer a los otros hombres lo que ellos desearían que les fuera hecho (6: 31).  Por eso, podrán amar incluso a los enemigos (6: 27-30) y lo harán sin esperar nada (6: 35), sabedores de que recibirán una recompensa del Dios del que demuestran ser los hijos (6: 35).

En realidad, de Dios recibiremos lo mismo que hayamos dado (v. 37-38).  Por eso, los discípulos evitarán seguir a guías ciegos (6: 39) y también procurarán tener los ojos limpios antes de pretender corregir a nadie (6: 41-2) porque sólo los que tienen una mirada limpia, desprovista de prejuicios, pueden discernir y juzgar adecuadamente.   

Al fin y a la postre, los frutos (6: 43-44) y la conversación dicen lo que hay en el corazón de una persona.  Unos frutos malos y una conversación centrada en todo menos en lo espiritual ponen de manifiesto que la persona que se tiene delante no es de Dios aunque vaya vestido con ropa talar.  Unos frutos buenos y una conversación que apunta a Dios…  ah, eso es algo bien diferente.

Al final, nuestra vida se mantendrá en pie o se desplomará según se base o no en la enseñanza de Jesús (6: 46-49).  Para aquellos que sustenten su existencia sobre la enseñanza de Jesús los dramas más terribles de la tierra no desaparecerán – ay de aquellos falsos maestros que enseñan que los cristianos vivirán una vida sin problemas – pero se estrellarán contra una roca sólida.  Para aquellos que no actúen así… el desastre puede ser dramático incluso aunque pretendan ser discípulos de Jesús.   Porque, al final, la vida del discípulo no gira fundamentalmente en torno a la teología sino al seguimiento de Jesús.  Quizá por eso, a día de hoy, sea tan poco cristiana la actitud de aquellos que sólo esperan que se abran las iglesias o que se dedican a especular sobre la cercanía del fin del mundo y tan claramente cristiana la de aquellos que se esfuerzan más bien por arrojar luz y sembrar compasión en medio del dolor.  Los primeros son seres humanos borrachos de religiosidad; los segundos ponen de manifiesto que reflejan el carácter del Padre.

CONTINUARÁ