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Lucas, un evangelio universal (XXXIX): El coste del discipulado (14: 25-35)

Domingo, 25 de Abril de 2021

Una de las grandes tentaciones del cristianismo ha sido la de convertir el número en regla y prueba de su bondad.  La tentación tiene un origen netamente diabólico ya que si bien se recuerda (Lucas 4), el mismo Satanás ofreció a Jesús manera de asumir la mesianidad que contaran con un enorme éxito popular.  Lo mismo si llenaba el estómago de las gentes con las piedras convertidas en pan, que si dominaba la política mundial, que si realizaba espectaculares números religiosos, la misión del mesías habría quedado prostituida y apartada de su esencia verdadera de mesías-siervo descrito, por ejemplo, en Isaías 53.  Basta a lo largo de la Historia descubrir las concesiones a alguna de estas tres tentaciones para olfatear justo detrás la mano del Diablo aunque esa presencia diabólica – como saben los que conocen las ciencias ocultas – deje un rastro no de olor a azufre sino de aroma de rosas.

Jesús nunca buscó contar con masas de seguidores que lo aclamaran sino con discípulos que lo siguieran y eso es precisamente lo que queda más que de manifiesto en los versículos en que nos detenemos hoy.  No se puede ser discípulo de Jesús si no se le coloca por encima de cualquier afecto, incluido el familiar (14: 25-26) y no se está dispuesto a llevar la cruz y a seguirlo (14: 27).  Adelanto que tomar la cruz no es, como señala la pésima teología católica, cargar con dificultades como, por ejemplo, soportar a la suegra.  Sin querer minimizar lo que pueden significar determinadas contrariedades en el curso de nuestra existencia, la cruz es algo mucho más serio.  La cruz era el instrumento de ejecución más terrible de la época de Jesús.  No sólo era letal sino también vergonzoso y extremadamente doloroso.  Jesús estuvo dispuesto a asumirlo para cumplir su misión.  No se espera menos de sus discípulos.

Estas circunstancias implican que hay que calibrar bien el seguir a Jesús porque no es cosa baladí.  Empezar a seguirlo para luego quedarse a medias en ese seguimiento o simplemente abandonarlo es algo tan necio como el caso de aquel que se pone a construirse una casa y luego no puede pasar de los cimientos (14: 28-30) o aquel rey que inicia una guerra y se encuentra con que su adversario cuenta con fuerzas superiores colocándolo en un tremendo aprieto (14: 31-32).  A decir verdad, todo aquel que no está dispuesto a renunciar a lo que tiene – incluidas sus ansias de poder y de dinero – no puede ser discípulo de Jesús (14: 33).  Lo que tiene una inmensa lógica porque los discípulos de Jesús están llamados a ser la sal – el elemento que impide la corrupción total de este mundo – y si el deseo de amasar una mayor o menor fortuna, de tener una buena posición, de llevarse bien con la gente, de disfrutar del aplauso social, se acaba anteponiendo perderán su sabor y con ello su razón de ser.

No, seguir a Jesús no es cosa sin importancia.  No es pertenecer a un club social.  No es participar de una serie de ritos y de celebraciones.   Es algo muchísimo más relevante y de consecuencias eternas y por eso está situado por encima de afectos y querencias que muchas veces son muy íntimas y acariciadas.  Y, sin embargo, no se trata de acumular buenas acciones para entrar en el cielo.  A decir verdad, es exactamente todo lo contrario.  Los discípulos siguen a Jesús no porque sean buenos sino porque Dios lo es.  Pero de eso, Dios mediante, hablaremos en la próxima entrega.

CONTINUARÁ