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Marcos, un evangelio para los gentiles (IX): 6: 1- 13

Viernes, 10 de Mayo de 2019

En la última entrega, tuvimos ocasión de ver cómo la autoridad de Jesús era indiscutible y cómo quedaba respaldada por acto.  Al mismo tiempo, sin embargo, esas dos circunstancias no se traducían necesariamente en la aceptación de su mensaje. 

En este punto de su evangelio, Marcos introduce la consumación de esa sección señalando algo tan decisivo como que la mayoría de Israel está perdiendo su oportunidad y que las bendiciones prometidas por Dios durante siglos sólo podrían ser recibidas por un resto fiel que reconocería en Jesús al mesías.  Resulta impresionante la manera en que Marcos une con enorme sencillez dos episodios como es la visita de Jesús a Nazaret y el nombramiento de los doce.  La gente de Nazaret – el lugar donde Jesús había vivido la mayoría de su vida – no podía dejar de pasmarse por la manera en que Jesús enseñaba y por los milagros que realizaba, pero… pero eso no los llevó a cambiar su posición ni a creer en él.  Por el contrario, interpusieron las típicas barreras que pretenden neutralizar el mensaje que ha de recibirse con fe.  “Sí, lo que dice es impresionante, pero yo a éste lo he visto por la tele y es un rojo (o un facha)…”.  “Sí, hacer ha hecho cosas buenas, pero es un facha (o un rojo)”.  “Pero ¿cómo voy yo a creer a éste si he visto a su madre hacer la compra al lado de la mía toda la vida?”.  “Pero si éste es el hermano de la Petra… anda ya…”.  “Crecimos juntos y lo conozco desde niño.  Para creerlo…”  Si bien se mira, ninguno de estos argumentos tiene el menor peso.   Sin embargo, sirven para el que no quiere creer.  Conocían a sus padres y a sus hermanos, con eso ya tenían argumento suficiente para no creer.

Ante esa conducta, Jesús reconoció el terrible hecho de que los profetas suelen carecer de aceptación en su tierra y entre sus parientes (6: 4).  En segundo lugar, sólo curó a unos pocos porque eran incrédulos, incrédulos hasta un extremo abrumador (6: 5-6).  En tercer lugar, asentó las bases de un Israel restaurado.  Frente a las doce tribus de antaño, habría doce apóstoles o enviados.  Frente a la incredulidad de muchos, estaría la fe del rebaño pequeño.  Frente a la autoproclamada autoridad estaría la autoridad derivada del mesías.

     No deja de ser revelador lo que caracterizaba a esos apóstoles:

  1. Iban de dos en dos (6: 7).
  2. Tenían autoridad sobre los demonios (6: 7)
  3. No contaban con bienes materiales incluidos los más indispensables (6: 8-9)
  4. Se conformaban con lo que modestamente les daban no imponiendo ningún tipo de tarifa o diezmo (6: 10)
  5. Predicaban fundamentalmente el arrepentimiento (6: 11-12) y
  6. Hacían bien a las gentes (6: 13)

      Basta ver estas notas para saber si es cierto cuando algunas personas dicen que son apóstoles o sucesores de los apóstoles.   La realidad es que si no se corresponden con esas notas pueden afirmar lo que quieran, pero ni son apóstoles ni son sucesores de los apóstoles y, posiblemente, tampoco nada que se le parezca.

    En torno a esa gente, se reuniría el Israel verdadero en el que, más tarde, entrarían los gentiles como los que leían el texto de Marcos.  El resto, aunque su sangre viniera de Abraham, quedaría fuera como ya había anunciado Juan el Bautista y otros profetas (Mateo 3, 9).  Pero de Juan el Bautista hablaremos, Dios mediante, en la próxima entrega.

CONTINUARÁ