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Marcos, un evangelio para los gentiles (VII): 4:1-34

Viernes, 26 de Abril de 2019

El rechazo de Jesús por las autoridades religiosas y políticas de Galilea, la desilusión popular al no cumplir con las expectativas – un aspecto especialmente desentrañado por Juan – e incluso la actitud de la madre y de los hermanos de Jesús debió provocar en los recién designados apóstoles no pocas preguntas.  La predicación de Jesús siempre era la misma, pero la respuesta… la respuesta distaba mucho de ser parecida.  Había gente que creía y gente que se mostraba hostil.  Había personas que acudían a Jesús y otras que pensaban en cómo quitarlo de en medio.  Había almas que ansiaban escuchar por un tiempo y otras que se mantenían fieles.  Si el mensaje era el mismo para todos, ¿por qué esa enorme disparidad?  Jesús lo explicó en una de sus parábolas más conocidas, aquella en que se nos relatan los diversos resultados obtenidos por un sembrador que salió a sembrar (4: 1-9).  No sorprende que la interpretación de la parábola fuera revelada a sus discípulos que eran los que más debían atormentarse con ese tipo de preguntas. 

La realidad – que algunos hemos visto vez tras vez a lo largo de décadas – es que no todos reciben igual el mensaje del Evangelio del Reino.  Algunos escuchan, pero el Diablo se lleva lo sembrado y aquella palabra nunca da fruto.  He contemplado a gente así docenas de veces en mi vida.  Se trata de personas que escuchan e incluso, dadas sus circunstancias, escuchan con cierta atención, pero su interés dura unas horas o, a lo sumo, unos días o semanas.  Parece que el mismísimo Satanás se lleva lo anunciado y, efectivamente, es eso lo que dice Jesús.  Es el Diablo quien se lo lleva.  La semilla fue arrojada, pero sin resultado positivo alguno (4, 15).

Hay otros que escuchan y, ciertamente, lo hacen con alegría.  Se gozan en el mensaje escuchado y, por un tiempo, se sienten felices.  Sin embargo, su respuesta fue meramente emocional. Fue una reacción ante la belleza del anuncio de Jesús o ante lo que se cree que es ese anuncio.  Esa reacción no dura.  Al descubrir que seguir a Jesús plantea problemas – esos parientes que se irritan, esos amigos que se burlan, ese empleo que peligra… - esa gente abandona, antes o después.  He tenido ocasión de verlo especialmente en personas que, erróneamente, identificaron el Evangelio con un perpetuo camino de rosas.  No lo fue para Jesús de manera que no existe la menor razón – salvo las expuestas por falsos profetas – para pensar que así deba ser para los que quieran seguirlo.  Este tipo de gente nunca tuvo una semilla arraigada y más tarde o más temprano así queda de manifiesto (4, 16-17).

En otros casos – y también he conocido no pocos casos – es la vida misma la que aparta a las personas de Dios.  La realidad es que esa vida debería llevarnos a acercarnos más a Dios, precisamente, porque es el único que puede ayudarnos a enfrentarnos con ella, especialmente, en los momentos más difíciles.  Sin embargo, muchas veces sucede lo opuesto.  La preocupación por el día de mañana - o por las facturas de hoy – acaba sofocando la posibilidad de dar fruto.  Es posible que, a diferencia de los otros, esa persona siga creyendo, pero su vida acaba siendo espiritualmente estéril.  He tenido ocasión de verlo incluso en el caso de no pocos clérigos.  Visto a distancia, resulta ridículo – y trágico – que el ansia de un cierto status convierta en yerma la existencia de una persona, pero ¿quién puede negar que es así?  ¡Y qué pavoroso debe ser volver la vista atrás y contemplar lo que pudo ser una vida espiritualmente plena y fue sólo la existencia achatada de cualquiera centrada en pagar una hipoteca y dejarse robar por Hacienda!  Pudo ser, pero nunca fue (4, 18-19).

Sin embargo, hay gente que escucha y que abriga esa palabra en su interior y que da fruto.  Ese es el llamamiento para todos los que escuchan y ésa es la existencia verdaderamente llena.  Al final, todo acaba sabiéndose y esa circunstancia no excluye las cosas más ocultas y espirituales en que sólo puede esperar plenitud el que se entregó plenamente (4, 21-25).   Naturalmente, las cosas no suelen desarrollarse cómo y, sobre todo, a la velocidad que esperamos o ansiamos.  Pero es natural que así sea.  La semilla germina de acuerdo con las reglas de la Naturaleza y si intentamos tirar de ella para que crezca antes sólo conseguiremos arrancarla (4, 26-29).  En manos de Dios están los tiempos y las sazones y deberíamos aprender a esperar como indica esta breve parábola que sólo nos ha transmitido Marcos.

Poco importa que el inicio sea diminuto.  El Reino de Dios tiene una fuerza interna que lo lleva a extenderse a pesar de aquellos que no respondieron adecuadamente a la semilla (4, 30-32). 

Si bien se mira, poco puede sorprender que Jesús utilizara como instrumento privilegiado aquellos relatos.  De la manera más sencilla, más conmovedora, más tierna, más luminosa apuntaban a realidades de inmensa profundidad y trascendencia, como, por ejemplo, responder al por qué no todos se aferran al mensaje de Jesús, por qué algunos lo aceptan, pero desperdician su existencia y por qué otros, sin embargo, dan fruto.  Por qué, por añadidura, debemos saber esperar y mantener siempre la fe en que Dios actúa de acuerdo con Sus tiempos.  El resultado final podrá ser la perdición; la salvación, pero con una vida estéril o la salvación y una existencia que mereció la pena ser vivida aunque no resultara fácil            

 

NOTA:  A inicios del año que viene se publicará en Estados Unidos mi libro Más que un rabino.  Es una extensísima biografía de Jesús – con seguridad más de cuatrocientas páginas – que espero que será de ayuda para todos aquellos que deseen conocer y profundizar en la vida y la enseñanza de Jesús.  Por supuesto, será mucho más amplia que lo expuesto en esta serie.  Seguiremos informando.