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Marcos, un evangelio para los gentiles (XV): 9: 33-50

Viernes, 5 de Julio de 2019

La enseñanza que Jesús ha dado sobre la fe y sobre la imposibilidad de vivir una vida cristiana plena sin ella, la manera en que unió la misma al hecho de que el mismo moriría en la cruz abriendo esa posibilidad, es enlazada en Marcos con otro elemento de enorme importancia y es la forma en que debería afectar todo eso nuestra visión de la vida.  Porque a pesar de que Jesús era muy claro sobre cuál era su misión y lo que cabía esperar sus discípulos más cercanos seguían apegados a una visión nacionalista y política.  Sí, claro que esperaban que Dios actuara en la Historia, pero en términos notablemente materiales.  Dios daría una paliza fenomenal a los no-judíos, implantaría Su Reino y, por supuesto, como si fuera un político cualquiera repartiría cargos y, claro está, no sería lo mismo un cargo que otro de la misma manera que no es lo mismo ser conserje que ministro del gobierno.  Sobre todo, no es lo mismo que esa cartera ministerial vaya a parar a mi que al vecino de enfrente.   Eso iban disputando por el camino los discípulos de Jesús (9, 33-34).  La respuesta de Jesús fue señalar que el primero de sus seguidores sería el que estuviera dispuesto a servir a los demás (9, 35).  Las enseñanzas que aparecen enhebradas a continuación resultan verdaderamente relevantes. 

    La primera es que la clave para definir la veracidad del seguimiento no es pertenecer a una organización religiosa. Jamás.  Es la relación personal con Jesús.  De hecho, si alguien tan insignificante como un niño – sí, en la época de Jesús no existía la adoración por la infancia que conocemos hoy en día sino que el niño era el encargado de servir a todos en la casa y en especial a los mayores – se presenta no en el nombre de una organización, iglesia o confesión sino en el de Jesús el que lo recibe, recibe a Jesús y el que recibe a Jesús está recibiendo al mismo Dios (9, 36-37).

      Esa misma enseñanza vuelve a repetirse al relatarse la historia del hombre que expulsaba demonios en el nombre de Jesús (9, 38-41).   Los discípulos deseaban que no lo hiciera simplemente porque no pertenecía a su grupo.  Pero ¿cómo podía alguien atreverse a usar el nombre de Jesús si no formaba parte de ellos, si no tenía su permiso, si no había recibido su autorización?  ¡En qué cabeza cabía!  Pues cabía en la cabeza de Jesús.  Como diría siglos después John Wesley, lo importante no era la iglesia a la que se iba sino si está se hallaba al lado del Calvario.  Lo tremendo es que, en no pocos casos, la institución religiosa no se basa en el Calvario y en el reconocimiento de que la salvación es inmerecida y no puede ser ganada porque Jesús la ganó en la cruz sino que, por el contrario, se ha convertido en el club que decide quien puede hablar de Jesús y quien no y aunque haga milagros los rechaza si no forma parte de su club.  Se trata de una terrible conducta porque sustituye a Jesús por la pertenencia a una entidad humana que, por supuesto, afirma que es de Dios, pero que con sus hechos lo desmiente.       

    La segunda clave es que lo importante – de nuevo – no es la pertenencia a un grupo religioso sino, después de la relación directa con Jesús, la relación que se tiene con los demás (9, 42.  El hacer tropezar a un pequeño es gravísimo.  ¿Qué no será abusar de ese pequeño?  ¿Qué no será el encubrir a los que han abusado de ese pequeño?

     La tercera clave es que Jesús y la fidelidad a su enseñanza es la clave y no la pertenencia a un grupo religioso donde se pueda vivir en desobediencia a las enseñanzas de Jesús (9, 43-50).  De la misma manera en que hacer daño a un pequeño resulta intolerable no lo es menos el colocar en el centro otras cosas que nos impiden cumplir con la voluntad de Dios.  A decir verdad, no hay nada que sea más importante que serle fiel, ni siquiera algo tan cercano como un pie o una mano.    No hay relación, afición o devoción que pueda ser más importante que la relación con Jesús.  Y aquí radica la enorme diferencia.  No se trata de que seguir a Jesús nos acerque a la verdad filosófica.  Se trata de que no estar con Jesús implica acabar en la Guehenna (9, 45-48).  En otras palabras, o decidimos entrar en el Reino de Dios o iremos a parar a un lugar no menos inmundo que el valle del Hinnon donde, en el pasado, se sacrificó niños y, en el presente de Jesús, se arrojaban los detritus eliminándolos con fuego. 

     Al fin y a la postre, una vez más, el mensaje de Jesús queda claro.  Nos llama no a entrar en una confesión religiosa sino a tener una relación personal con él.  Esa relación no se define en términos nacionalistas, políticos o confesionales sino que es una relación estrecha y personal, una relación que se refleja en la manera en que tratamos a los demás y que se percibe en cómo nuestra vida está centrado sobre todo en él.  Sin duda, es algo muy diferente de lo que esperaríamos en un maestro de moral o de filosofía.

CONTINUARÁ