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Marcos, un evangelio para los gentiles (XVII): 10: 13-34

Viernes, 19 de Julio de 2019

La enseñanza de Jesús – mucho más que un maestro de moral – sobre el matrimonio y el divorcio va a seguida en Marcos por un conjunto de episodios que muestran lo que significa seguir a Jesús.  Marcos inicia esa parte refiriéndose al episodio de Jesús instando a sus discípulos no sólo a dejar que los niños se acerquen a él sino también a aprender de su sencillez.  He sostenido muchas veces que sin inocencia es imposible ser feliz y, precisamente por ello, enseñanzas como la ideología de género sólo pueden crear generaciones de gente desdichada ya que mata la inocencia desde los primeros años de la vida.  Jesús sostenía lo mismo.  No hay que matar esa inocencia, ese candor, ese impulso propio de la infancia sino aprender de él porque se necesita un corazón así para recibir el reino de los cielos (10, 15). 

El episodio del joven rico es precisamente un ejemplo de esa realidad.  Lamentablemente, se ha interpretado muchas veces esta historia como un ejemplo de la bondad del pauperismo y a él debe no poco la entusiasta aunque torcida teología de Francisco de Asís y otros personajes semejantes.  Debemos, pues, examinar el pasaje con cuidado para no repetir disparates que han circulado mostrando su influencia durante siglos.  Ante Jesús apareció un joven entusiasta.  Tanto que no dudó en arrodillarse ante él para preguntarle qué debía hacer para heredar la vida eterna (10, 17).  El planteamiento era equivocado de raíz porque partía de la base de que la vida eterna se puede ganar de manera merecida cuando, en realidad, la vida eterna es un regalo inmerecido de Dios semejante al que recibe una moneda perdida, una oveja extraviada o un hijo que ha dilapidado su fortuna (Lucas 15).  Jesús intentó que el muchacho se centrara y recapacitara un poco.  Seguro que se consideraba muy piadoso, pero, en realidad, andaba muy despistado espiritualmente.   En primer lugar, si lo llamaba bueno, ¿sabía de verdad lo que estaba diciendo?  Porque bueno sólo es Dios luego… (10, 18).  En segundo lugar, si conocía los mandamientos tenía que ser consciente de que, en algún momento, los tenía que haber quebrantado y se encontraba, por tanto, bajo el juicio de Dios como, por ejemplo, señaló Pablo escribiendo a los romanos que todos están bajo pecado y que la ley sólo nos muestra hasta dónde hemos pecado, pero sin poder salvarnos (Romanos 3, 9 y 19-20).  Sin embargo, aquel joven no estaba dispuesto a reconocer la realidad de su situación espiritual.  En realidad, da más bien la sensación de que buscaba que Jesús le diera una palmada en la espalda, reconociera lo bueno que era y afirmara públicamente que ya hacía lo bastante para tener vida eterna.  Semejante expectativa sólo deja de manifiesto lo poquísimo que el joven sabía de Jesús porque Jesús inmediatamente puso el dedo en la llaga.  La ley exigía de los que la escuchaban que fueran perfectos ante el Señor (Deuteronomio 18, 13).  Si, efectivamente, aquel joven cumplía con todos los mandatos de la ley y aspiraba a coronar ese cumplimiento con la obediencia al mandato de la perfección, en ese caso, le faltaba algo: renunciar a lo que más quería, es decir, a sus muchas riquezas  y seguirlo asumiendo que todo podía acabar en la muerte más bochornosa de la época (18, 21).  Fue entonces cuando quedó de manifiesto que el joven, a pesar de su entusiasmo en palabras y hechos, no estaba en la disposición que permite no ganar, pero sí recibir de manera gratuita la vida eterna.

Distintas órdenes religiosas – los franciscanos abandonaron semejante visión en la práctica antes de que muriera Francisco de Asís por eso de que acumular riquezas es tentador – han visto en la pobreza una forma de perfección e incluso LA forma de perfección, pero no es eso lo que Jesús enseña aquí.  Lo que el mesías está diciendo es que si alguien tiene un poco menos de soberbia y más de realismo se percatará de que la ley nos muestra que somos pecadores y que no la hemos cumplido, circunstancia, por cierto, que no cambia porque de nuestra boca salgan alabanzas a Jesús igualándolo con Dios.  En segundo lugar, para recibir la vida eterna hay que estar dispuesto a renunciar a todo lo que implique no seguir a Jesús plenamente.  Hay que ser como los niños encantados de abandonar algo que es menos importante que lo que tienen ante ellos y que se abrazan con entusiasmo a lo bueno.  Es como aquel que arriesgó todo para comprar un campo donde había un tesoro – que no se merecía – o para adquirir una perla – que tampoco se merecía – pero que se pusieron a su alcance al tomar la decisión adecuada (Mateo 13). 

Entre los obstáculos para dar ese paso hay no pocos, pero el dinero ocupa uno de los primeros lugares y, lamentablemente, aquellos que aman el dinero tienen totalmente cuesta arriba el adoptar la decisión correcta y seguir al mesías (10, 23).  Ese lugar que ocupa en el corazón de algunos la riqueza, lo ocupa en otros la familia o las apariencias (Lucas 9, 51-62).  En todas las ocasiones, es igual.  Nada puede anteponerse al seguimiento del mesías.

Naturalmente, esa disposición a colocar al mesías en primer lugar llevó a los discípulos a plantearse quién podía ser salvo.  La respuesta de Jesús vuelve a enfatizar que la salvación no deriva de las propias obras o méritos si no de confiar en un Dios para el que todo – incluso ser justo declarando justo al injusto – es posible (10, 27).  El retrato que, a continuación, ofrece Jesús de la vida de un discípulo es conmovedor.  El discípulo puede perder muchas cosas en este mundo como consecuencia de su decisión de seguir a Jesús el mesías.  Con todo, también recibe mucho.  Encuentra hermanos en todo el mundo que suplen las relaciones familiares.  Halla tierras donde vivir aunque la tierra no sea la suya.  Y es verdad que no le faltarán las persecuciones, pero sabe que, cuando todo termine en este mundo, le estará esperando la vida eterna (10, 29-30).  Lástima que en esa realidad, algunos – gentiles – que llegaron más tarde se vayan a adelantar a los que estaban los primeros – judíos – para recibir esa bendición.

Esta predicación causó impacto en los apóstoles y, como señala Marcos, la enseñanza los asombró y los atemorizó (10, 32).  Sin embargo, al verlos, Jesús no realizó ninguna rebaja de la vida del discípulo o enfatizó lo bien que se lo pasarían siendo miembros de una iglesia.  Por el contrario, volvió a centrar toda la vida de los discípulos en el hecho de que él mismo pasaría por una experiencia terrible que desembocaría en su muerte injusta a manos de los que supuestamente representaban a Dios en la tierra y de los gobernantes (10, 33-34).  Después se levantaría - ¿qué quería decir aquello de que se levantaría? – al tercer día. 

No.  La perfección no deriva de la pobreza más de lo que deriva de seguir una dieta vegetariana o de realizar determinados ejercicios físicos o mentales.  La perfección se muestra en tener un corazón inocente y lanzado como el de un niño dispuesto a arriesgarlo todo por seguir a Jesús.  Ese corazón – que sabe que nada merece ni puede ganar por sus méritos – es el corazón que ahora puede recibir la vida eterna y que también será más que bendecido a lo largo de esta existencia aunque eso no vaya a evitar las persecuciones de los que dicen actuar en nombre de Dios o del pueblo.  Esa gente un día será recibida en la casa del Padre a diferencia de aquellos que decidieron que la familia, las riquezas, el sexo, el qué dirán los demás, la posición social o tantas cosas eran mucho más importantes.  Y será lógico porque esa gente sólo habrá seguido el ejemplo de Jesús mientras que otros quizá lo habrán honrado con los labios, se habrán arrodillado incluso ante él, pero nunca le habrán entregado por completo el corazón.

CONTINUARÁ