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Marcos, un evangelio para los gentiles (XXIV): 14: 12-31

Domingo, 13 de Octubre de 2019

La yuxtaposición de los datos de los cuatro evangelios nos permite reconstruir con enorme detalle lo acontecido en la última cena.  Para muchos que se consideran cristianos, ese es el momento en que se instituyó la eucaristía o, si se quiere, el sacramento más importante.  La realidad, sin embargo, es bastante diferente. 

Aquella era la cena de la Pascua, una fiesta judía que recordaba la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto.  Jesús se reunió con sus discípulos para celebrar la Pascua (14, 12-14 y 16).  Marcos escoge los aspectos que considera esenciales para su audiencia gentil.  La primera es que Jesús dejó claro desde el principio que uno de sus seguidores lo iba a traicionar (14, 18-21).  Lo que iba a suceder esa noche podría pillarles por sorpresa a los discípulos, pero no a Jesús que sabía en qué iba a terminar todo.  Así se cumplían las Escrituras y también el destino trágico del traidor (14, 21).  La segunda es que Jesús reinterpretó el significado de la Pascua.  El pedazo de pan ácimo que recordaba el consumido la noche de la salida de Egipto debía ahora apuntar hacia algo mucho más importante, el cuerpo que Jesús entregaba como sacrificio.  El vino de la tercera copa de la cena de Pascua debería recordar la sangre que iba a derramar en breve.  No era sangre transustanciada ya que el mismo Jesús señaló que lo bebido era vino – fruto de la vid – que un día bebería nuevo con ellos (14, 25), pero sí señalaba a esa sangre expiatoria.  Como en tantas cuestiones, la influencia pagana en dogmas como el de la transubstanciación salta a la vista.  No sólo es que el dogma es muy tardío – inicios del siglo XIII sino que además está definido en términos de la filosofía aristotélica – una filosofía desmentida por la física moderna ya que sabemos que no existen la sustancia ni los accidentes – y que muestra un claro trasunto de las religiones paganas en las que los celebrantes ingerían al dios al comer los sacrificios.  A diferencia de esa visión, aquella fue una cena de pascua judía en la que Jesús señaló que se estaba celebrando un acontecimiento aún mayor, el sacrificio cercano del mesías que sería recordado con los símbolos pascuales reinterpretados: el pan y el vino.  Pan y vino que no dejaban de ser pan y vino, pero que sí simbolizaban algo mayor.  Allí no se realizó ni sacrificio alguno ni transubstanciación alguna.  Lo primero porque la Biblia señala con claridad que el sacrificio tuvo lugar en la cruz una vez por todas (Hebreos 9, 26-28;  10, 10-14).  No puede haber, pues, un sacrificio de la misa y así afirmarlo implica blasfemar contra la sangre de Cristo asemejándola a la de los animales sacrificados en el antiguo pacto, repitiéndose una y otra vez los sacrificios.  Tampoco es más que pan lo consumido como el propio Pablo lo señaló (I Corintios 11, 26-8).   La tercera cuestión a la que Marcos apunta es que los apóstoles abandonarían a Jesús e incluso Pedro lo negaría tres veces (14, 26-31).  En medio de esa soledad que sería total y absoluta, Jesús se enfrentaría con su destino.

CONTINUARÁ