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Marcos, un evangelio para los gentiles (XXIX): 15: 1-20

Domingo, 10 de Noviembre de 2019

La encuesta llevada a cabo por el Sanhedrín tenía como misión dar con una causa que permitiera entregar a Jesús al gobernador Pilato para que le impusiera la pena de muerte.  El Sanhedrín se había visto privado de esa competencia tiempo atrás y el trámite resultaba obligado.  De hecho, otros relatos de linchamientos de cristianos que nos han llegado como el de Esteban, relatado en Hechos 7, o el de Santiago, “el hermano del llamado Cristo”, como informa Flavio Josefo se produjeron durante vacíos de poder romano. 

Que la acusación fue la de haber perpetrado el delito de laesa maiestas se desprende del hecho de que Pilato preguntó a Jesús si era el rey de los judíos (15: 2).   En otras palabras, ¿Jesús se había presentado como un pretendiente al trono de Israel y por ello mismo se había alzado contra el césar?  Marcos sabe que el conocimiento profundo de quién y qué era el mesías no era característica de los romanos a los que dirigía su evangelio y se limita a señalar lacónicamente que Jesús jamás reconoció que semejante acusación presentada por los sacerdotes de manera insistente (15: 3) se correspondiera con la realidad.  Esa negativa constante de Jesús a entrar en la consideración de quién era el mesías y de si él era rey causó el pasmo de Pilato (15: 5) que no terminaba de entender por qué aquel hombre no protestaba de que era inocente con la mayor energía.  A pesar de todo, Pilato, a fin de cuentas un avezado cargo romano, captó que bajo aquellas circunstancias subyacía una irregularidad y optó por intentar poner en libertad a Jesús.  La lectura de los demás evangelios permite ver que en su conducta intervino tanto las advertencias de su mujer como el sobrecogimiento creciente ante un Jesús que le reveló que no era él quien tenía en sus manos lo que estaba sucediendo.  Marcos se limita a relatar que Pilato intentó aprovechar una costumbre de la que nos habla el Talmud – y en la que me detengo con cierta extensión en mi próximo libro Más que un rabino – para ponerlo en libertad.  A fin de cuentas, si le habían entregado a Jesús era por envidia (15: 10) y si por Pascua era costumbre consolidada soltar a un preso ¿por qué no hacerlo con Jesús?  Como tantos políticos antes y después Pilato cometió el inmenso error de pensar que el pueblo actuaría movido por cierta nobleza e incluso para ponérselo más fácil les dio a elegir entre la libertad del asesino Barrabás o la de Jesús (15: 7).  En apariencia, era una elección inteligente por que cualquiera puede percatarse de que un criminal en las calles siempre es peor que alguien pacífico por muy rara que sea su predicación.  Sin embargo, no es verdad que las masas decidan ni siquiera en favor de sus propios intereses.  En sus decisiones, pesan también la manipulación, el sometimiento a poderes religiosos y civiles, la superstición, el resentimiento, la envidia, las más bajas pasiones en suma.  Debería recordarse en período electoral – y no sólo entonces – porque lo cierto es que, azuzados por las autoridades del Templo, aquellos judíos exigieron la libertad de Barrabás (15: 11) y cuando Pilato, disparando un último cartucho, preguntó qué debía hacer con Jesús, le gritaron un indiscutible ¡Crucifícalo!

El veredicto de Marcos sobre aquella situación resulta bien revelador.  Si, al fin y a la postre, Pilato aceptó condenar a muerte a un inocente entregado en sus manos por las peores motivaciones fue para complacer al pueblo (15: 15).  Sí, en ese deseo de agradarlo, también se encontraba, como señalan otros evangelistas, la voluntad de evitarse problemas con el emperador que podría dudar de su diligencia, pero tras la injusticia se agazapaba el ansia por complacer a la masa más allá de cualquier otra consideración.  Poco puede sorprender que un par de décadas después de aquel episodio Pablo pudiera escribir a los Gálatas (1: 10) que si todavía buscara agradar a los hombres, no podría ser siervo de Cristo.  Es difícil articular una verdad mayor.  Nadie que busque complacer a las masas podrá ser nunca íntegro.  A decir verdad, su integridad se disolverá como un azucarillo. 

Al fin y a la postre, Pilato soltó a Barrabás y Jesús fue entregado a los soldados – que se aprovecharon del reo para una cruel mascarada – y que se dispusieron a llevarlo al lugar de la crucifixión.

CONTINUARÁ