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Mateo, el evangelio judío (XVII): El segundo gran discurso (c. 10) (I): los apóstoles

Viernes, 25 de Mayo de 2018
Hemos comentado en varias ocasiones, como el judío Mateo dispuso el material en su Evangelio en cinco grandes bloques que presentan un claro paralelo con los cinco libros de Moisés.

Tras el Sermón del monte – verdadero Génesis de la vida del discípulo – Mateo registra el discurso de envío de los discípulos – auténtico Éxodo – como base del pueblo de Dios de la misma manera que lo era el Israel liberado de Egipto.

De hecho, los capítulos anteriores nos han ido mostrado a un Israel en la situación de ovejas sin pastor (9: 35-38) que no sólo no encuentra remedio a sus males sino que incluso debe sufrir como la interpretación rabínica de la Torah – por ejemplo, en relación con el shabbat – es esclavizante. Todo ese entramado no podía dar respuesta a las necesidades humanas y, de hecho, Jesús establece un nuevo Israel sustentado no sobre doce tribus sino sobre doce apóstoles dotados de un poder inexistente en las autoridades religiosas de la época. En esta entrega vamos a detenernos en el significado de los apóstoles, pero adelantemos que aquellos apóstoles tenían autoridad sobre los espíritus inmundos y para sanar (10: 1). No hace falta decir que en aquellos sistemas religiosos donde se pretende suceder a los apóstoles, no cabe esperar de los presuntos sucesores ni que tengan autoridad sobre los demonios – no sería poco que no fuera a la inversa – y mucho menos que puedan curar toda enfermedad.

Las fuentes históricas apuntan tras la muerte de un Jesús a un gobierno de un grupo conocido como los Doce desde los primeros momentos de la comunidad judeo-cristiana. Estos aparecen en cuatro listas diferentes. A la de Mateo 10, 2-4, se suman las de Mc 3, 16-9, Lc 6, 14-16 y Hch 1, 13, omitiéndose en este último caso a Judas Iscariote. Juan no da ninguna lista pero menciona a los “Doce” como grupo (Jn 6, 67; 20, 24) y en el mismo sentido se perfila la información que conocía Pablo (1 Cor 15, 5).

Convencionalmente, se han solido dividir las listas en tres grupos de cuatro y ése es el sistema que seguiremos en nuestra exposición refiriéndonos también al desarrollo posterior.

“a) Primer grupo de cuatro.”

El apóstol mencionado en primer lugar es siempre Simón, cuyo nombre fue sustituido por el sobrenombre “Petrós” (piedra), seguramente una traducción del arameo “Kefas”. Este cambio debe ser muy antiguo – los Evangelios lo retrotraen de hecho al periodo de la vida de Jesús – dado que Pablo ya lo conoce con ese sobrenombre. A juzgar por los datos que nos proporcionan las fuentes primitivas, fue uno de los tres discípulos del grupo más íntimo de Jesús. Con todo, deberíamos ser cuidadosos a la hora de superponer sobre la figura de Pedro construcciones teológicas que son muy posteriores. De hecho, resulta claro en las fuentes que su función se hallaba subordinada a la del resto de los apóstoles (Hch 8, 14), que tenía que rendir cuentas no sólo a éstos sino también al resto de los hermanos (Hch 11, 1 ss) y que en alguna ocasión se enfrentó con una evidente oposición por parte de otros dirigentes del cristianismo (Ga 2, 11 ss). Asociada muy de cerca a la figura de Pedro se halla la de su hermano Andrés (Jn 1, 40-1; Mc 1, 16) [1].

Santiago y Juan eran, como los dos hermanos anteriormente citados, pescadores en Galilea (Mc 1, 19). Se ha especulado con la posibilidad de que su madre (Mt 27, 56) fuera la Salomé, hermana de la madre de Jesús (Mc 15, 40; Jn 19, 25). Tal hecho convertiría a Santiago y Juan en primos de Jesús. Este grupo de tres, según el testimonio de las fuentes, parece haber mantenido una relación muy estrecha con Jesús durante el ministerio de éste (Mc 9, 2; 5, 37; 14, 33). Ocasionalmente, se menciona un grupo de cuatro en el cual se incluye a Andrés (Mc 1, 29; 13, 3).

“b) Segundo grupo de cuatro.”

Felipe era de Betsaida y parece haber sido un amigo íntimo de Andrés (Jn 1, 44; 6, 5-8; 12, 22). En cuanto a Bartolomé, carecemos de datos, aunque se ha intentado identificarlo con Natanael (Jn 1, 45-6; 21, 2). Los Padres mismos manifiestan posturas encontradas sobre el tema y no se puede rechazar la posibilidad de que se trate de dos personas distintas, siendo Natanael alguien ajeno al grupo de los Doce. En cuanto a Tomás, denominado “el gemelo” en Jn 11, 16 y 20, 24, carecemos también de datos. Mateo, muy posiblemente, debe ser identificado con el Leví de otras listas y es el autor del primer Evangelio.

Ciertamente, los Hechos hablan de un Felipe pero éste no puede ser identificado con el apóstol, ya que fue elegido para formar parte del grupo de los diáconos y luego desempeñó una tarea de evangelización (Hch 6, 5; 8, 5-40; 21, 8).

“c) Tercer grupo de cuatro.”

Tanto Judas Iscariote como Simón el zelote o Santiago de Alfeo no parecen ocasionar problemas en cuanto a su identidad histórica, pero no puede decirse lo mismo del personaje situado en décimo lugar en Mateo y Marcos y en onceavo en Lucas y Hechos. De hecho, aparecen tres nombres (Lebeo, Tadeo y Judas). Lo más posible es que haya que identificar a Tadeo con Judas el hermano de Santiago, siendo Lebeo sólo una variante textual del mismo[2].

Se ha discutido mucho lo que implicaba el apostolado. El término deriva del infinitivo griego “apostellein” (enviar) pero no era muy común en griego. En la Septuaginta, sólo aparece una vez (1 Re 14, 6) como traducción del participio pasado “shaluaj” de “shlj” (enviar). Precisamente tomando como punto de partida esta circunstancia, H. Vogelstein[3] y K. Rengs­torf[4] conectaron la institución de los apóstoles con los “sheluhim” rabínicos. Esta tuvo una especial importancia a finales del s. I e inicios del s. II d. de C. y consistía en comisionados rabínicos enviados por las autoridades palestinas para representarlas con plenos poderes. Los “sheluhim” recibían una ordenación simbolizada por la imposición de manos y sus tareas - que, muchas veces, eran meramente civiles - incluían ocasionalmente la autoridad religiosa y la proclamación de verdades religiosas. La tesis resulta muy atractiva incluso hoy en día pero tiene el inconveniente de que no poseemos referencias a los “sheluhim” paralelas cronológicamente a los primeros tiempos del judeo-cristianismo palestino.

 

Hoy en día, se tiende a conectar nuevamente la figura del apóstol con la raíz verbal “shlj” que es vertida en la Septuaginta unas setecientas veces por “apostollein” o “exapostollein”. El término generalmente hace referencia a alguien enviado por Dios para una misión concreta como es el caso de Moisés, los profetas, etc, algo que coincide con los datos neotestamentarios relacionados con la misión de los apóstoles (Lc 24, 47-48; Mt 28, 19-20; Jn 20, 21; Hch 1, 8; Mc 16, 15).

Con posterioridad, el apóstol quedaría relacionado con las características de 1. haber visto a Jesús resucitado (1 Cor 15, 5) y 2. haber vivido con él desde la época del bautismo de Juan hasta su ascensión (Hch 1, 22). Sobre la misión que les encomendó Jesús en este discurso hablaremos en la próxima entrega.

 

(CONTINUARÁ)

[1] P. M. Peterson, ”Andrew, brother of Simon Peter”, Leiden, 1958.

[2] A. T. Robertson, ”Una armonía de los cuatro Evangelios”, El Paso, 1975, pgs. 224-6. En el mismo sentido, M. J. Wilkins, “Disciples” en ”DJG”, p. 181, alegando, principalmente, la existencia de una coincidencia total en el resto de los nombres.

[3] H. Vogelstein, “The Development of the Apostolate in Judaism and Its Transformation in Christianity” en ”HUCA”, 2, 1925, pgs. 99-123.

[4] K. Rengstorf, “Apostolos” en ”TDNT”, vol. I, pgs. 407-47.