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De la conversión en religión estatal a la "solución final" del problema judío (I): La ejecución del primer disidente (I): El cristianismo llega a España

Jueves, 12 de Septiembre de 2019

La llegada del cristianismo a España difícilmente hubiera servido para presagiar lo que sería el catolicismo posterior.  Leyendas aparte, Santiago nunca estuvo en España – esa afirmación, como tendremos ocasión de ver, surgió durante la Edad Media en medio de un ambiente de violencia nada parecido a la predicación pacífica de Jesús – ni tampoco llegaron hasta la Península Ibérica los llamados Varones apostólicos.  La primera predicación, más que probablemente, derivó de un antiguo fariseo, convertido a la fe en Jesús el mesías y deseoso de alcanzar con su mensaje hasta lo último del cosmos conocido a la sazón.  Se llamaba Pablo de Tarso.  Detenido en Jerusalén, desde allí había pasado a la residencia del gobernador romano en Cesarea y, con posterioridad, tras un agitado periplo marítimo, había llegado a Roma.   Al cabo de dos años de detención domiciliaria, Pablo – como había pensado – fue puesto en libertad.  Las razones para ese desenlace pueden establecerse con facilidad.  Se ha apuntado a la posibilidad de que sus acusadores no comparecieran en plazo ante el tribunal imperial y que la acción legal quedara así enervada[2].  Pero tampoco puede descartarse que su puesta en libertad respondiera a un simple acto de imperium del césar [3].  Desde luego, de lo que sí tenemos constancia es de que en torno al año 63 se encontraba en Hispania.

      No es posible saber cuándo pudo nacer en Pablo la idea de llegar a Hispania, aunque no han faltado los que han especulado con la posibilidad de que fuera ya un sueño juvenil conectado con la afirmación del Salmo 72, 10 en la que se habla de cómo los reyes de Tarsis y de las islas llevarían su tributo al rey de Israel [4].  En realidad, pisamos terreno seguro sólo a partir de su afirmación, contenida en la carta a los Romanos 15, 24 y 28 en la que anuncia su propósito de alcanzar Hispania.  Los testimonios al respecto no son escasos.  El más antiguo, a unas tres décadas de los hechos, es el del romano Clemente que en su carta a los corintios escrita c. 98 señalaba que Pablo había llegado al extremo de Occidente[5].  El texto no menciona literalmente Hispania, pero la expresión dysis (Occidente) para el mundo de la época significaba esta región del imperio y el término terma (extremo) solía aplicarse al extremo del mundo que, por ejemplo, Filóstrato localizaba en Gades, la actual Cádiz.

     El segundo testimonio de la venida de Pablo a España lo encontramos en el famoso Canon de Muratori del s. II.  En esta importantísima fuente, al referirse a Lucas, señala que el libro de los Hechos de los apóstoles “relata al excelentísimo Teófilo lo que sucedió en su presencia, como queda evidentemente de manifiesto por el hecho de que pasa por alto la pasión de Pedro y el viaje de Pablo desde Roma a Hispania”.  La noticia no deja de ser interesante en la medida en que pone de manifiesto que en el s. II en la comunidad cristiana de Roma la noticia del viaje paulino a Hispania estaba totalmente establecida e incluso había que explicar por qué un hecho tan importante no había sido relatado por Lucas en los Hechos.

     Un testimonio similar encontramos en los Hechos de Pedro redactados a finales del s. II o inicios del s. III.  En esta fuente se menciona el viaje de Pablo a Hispania en tres ocasiones.  La primera es una referencia a la misión que Dios le entrega a Pablo para que se dirija a esa parte del imperio (1, 10); la segunda, cuando Pablo, al salir de Roma en dirección a Hispania, pide a los hermanos que oren por él (2, 25-29) y la tercera, al mencionar el hecho de que Pablo no se encuentra en la capital del imperio porque está en Hispania (6, 26).  A la altura del s. IV, las referencias a la estancia de Pablo en Hispania son ya muy frecuentes en las fuentes patrísticas.     

      Jerónimo menciona, por ejemplo, que Pablo realizó el viaje por mar[6], una noticia que parece plausible en la medida en que se hubiera tratado de un trayecto más corto.  De hecho, existían líneas de armadores de Gades que unían esa ciudad hispana – la primera de Europa – con Puteoli y con el puerto romano de Ostia.  Plinio el Viejo nos ha dejado la noticia [7] de cómo Gades podía comunicarse con Ostia en siete días de navegación y como el trayecto por mar desde Tarraco, la actual Tarragona, se reducía tan sólo a cuatro.  Si, por el contrario y de manera bastante improbable, Pablo hubiera realizado el viaje por tierra, habría tenido que seguir la Via Augusta, dejando atrás Marsella, pasando por Perthus y continuando por el valle del Ampurdán por Figueras o la Junquera.  En ese caso – insistamos que muy poco probable – su itinerario hubiera implicado el paso por Emporion (Ampurias), Geruna (Gerona) y Barcino (Barcelona) para desembocar también en Tarraco.  La tradición de la visita paulina determinaría posteriormente que precisamente la sede tarraconense, a pesar de la primacía concedida históricamente a Toledo, haya sido considerada la primada de España.

       Junto a los datos sobre una visita a la Hispania citerior, existen algunas tradiciones mucho menos seguras relativas a una estancia de Pablo en la Bética.  Ciertamente, desde Tarragona la Via Augusta pasaba por Dertosa (Tortosa), Sagunto, Valencia, Saetabis (Játiva), Lucentium (Alicante) y Cartago Nova (Cartagena) para adentrarse luego en Basti (Baza) y Acci (Guadix) en dirección a Malaca, Carteia (Algeciras), Baelo y Gades.  Sin embargo, las bases para conectar estos lugares con un viaje paulino son exiguas.  El trayecto de Pablo por tierras hispanas fue, en cualquier caso, breve e iba a preceder el último viaje de Pablo, esta vez por Oriente.  Posiblemente, ese último duró apenas unos meses, el apóstol volvió a ser detenido y, esta vez, juzgado ante el emperador acabó siendo decapitado. 

      De aquel paso del apóstol por Hispania quedó poco.  No es fácil determinar si el cristianismo posterior tenía origen africano – es posible – pero sí sabemos que su expansión estuvo más o menos relacionada con la parte occidental del imperio.  Tendría también sus características propias.  Entre ellas, se encontrarían dos que suelen pasarse por alto en las Historias oficiales de la iglesia católica en España.  Nos referimos a la represión de los disidentes y al antisemitismo. 

CONTINUARÁ


[1]  Sobre el tema, con bibliografía, véase: C. Vidal, Pablo, el judío de Tarso, Madrid, 2006, pp. 345 ss.

[2]  En ese mismo sentido, W. M. Ramsay, “The Imprisonment and Supossed Trial of St. Paul in Rome”, Expositor, serie 8, 5, 1913, pp. 264 ss; K. Lake, “What was the End of St. Paul´s Trial?” en Interpreter 5, 1908-9, pp. 147 ss; H. J. Cadbury, “Roman Law and the Trial of Paul”, Beginnings of Christianity I, 5, pp. 297 ss.

[3]  En ese sentido, A. N. Sherwin-White, Roman Society and Roman Law in the New Testament, p. 109.

[4]  En ese sentido, por ejemplo, S. Muñoz Iglesias, Por las rutas de san Pablo, Madrid, 1987, p. 235.

[5]  Ad Cor 5.

[6]  De viris illustribus 5.

[7]  Historia natural, XIX, 1, 3-4.