Desde luego, el clan de los hispanos fue esencial en su carrera política. El cónsul Lucio Licinio Sura lo apoyó casi desde la adolescencia, Vibia Sabina contrajo matrimonio con él estrechando los lazos con la familia imperial y Trajano lo designó sucesor. Aunque acompañó a Trajano en las campañas de Dacia, pero no cabe duda de que su gran interés fue la cultura. En 110, se trasladó a Grecia donde conoció al estoico Epicteto y se empapó de un amor por la cultura helénica que se mantendría toda su vida. De hecho, una vez que se convirtió en emperador intentó que las ciudades griegas contaran con una autonomía casi total en relación con Roma. Su asunción de la diadema imperial no estuvo exenta de controversia. Tuvo que desarticular una conjura que pretendía darle muerte, enfrentarse con un rival militar y someter al senado, una circunstancia que le depararía tensiones en los años venideros. A diferencia de Trajano, Adriano practicó no una política de expansión sino de contención. Abandonó la idea de ocupar Mesopotamia; levantó el Muro de Adriano en Britannia para impedir las invasiones procedentes del norte de la isla; reforzó las fronteras del Rhin y del Danubio y evitó la guerra con el imperio parto recurriendo a la diplomacia. Sólo optó por una política claramente militar cuando en Judea se sublevó un judío llamado Bar Kojba que afirmaba ser el mesías. Adriano aplastó la rebelión e incluso decidió convertir Jerusalén en una ciudad totalmente pagana, un proyecto que, como siempre, sólo tuvo un éxito temporal. Por cierto, en el curso de la guerra no sólo destruyó los lugares sagrados judíos sino también los judeo-cristianos como la tumba de María, la madre de Jesús. A alguno le llamara la atención lo de la tumba, pero es que por aquel entonces – siglo II – a nadie se le había ocurrido todavía que María fuera asunta a los cielos. Sus últimos años fueron tristes, enfermizos y aquejados por la idea de la cercanía de la muerte. Notable poeta, en esa época escribió los versos angustiados que comenzaban diciendo Animula, vagula, blandula y que se pueden traducir como “Almita, errante y blandita/ huésped y amiga del cuerpo/¿dónde habitarás ahora/palidilla, rígida, desnudita/y a qué jugarás, como tenías por costumbre?”.
Próxima semana: Marco Aurelio