Hasta 1170, en que fue proclamado rey, Alfonso VIII padeció las luchas nobiliarias y las ambiciones de Navarra y León, reinos cristianos que se lanzaron sobre Castilla con mucha más furia que con los musulmanes. No sorprende que el primer objetivo de Alfonso VIII fuera recuperar los territorios arrebatados a su reino lo que logró en alianza con Aragón. En 1177, Alfonso VIII reconquistó Cuenca y durante los años siguientes fue desarrollando una política diplomática cuyo máximo exponente fue el tratado de Cazola de 1179 - Aragón y Castilla se repartieron el territorio por reconquistar cediéndose Murcia a Castilla a cambio de que el rey aragonés dejara de ser vasallo del castellano – el de Tordehumos, que abría el camino a la unificación de Castilla y León o la tregua de 1190 con los almohades. La situación cambió radicalmente cuando en 1195, los almohades procedentes del norte de África le asestaron una grave derrota en Alarcos. Imbuidos de un celo religioso y de una convicción absoluta, habían creado en apenas unos años un nuevo imperio islámico que se extendía a uno y otro lado del Estrecho. Dos años después de su victoria sobre Castilla, los invasores se hallaban en las cercanías de Toledo, Guadalajara y Madrid y nada indicaba que fueran a detenerse en su avance. Los propios musulmanes de Al Andalus – lo he relatado en mi novela El guerrero y el sufí – no estaban entusiasmados con los recién llegados, pero no tenían alternativa ante el empuje castellano. Alfonso VIII era consciente de que la Reconquista podía retroceder dos siglos, pero, a la vez, sabía que si combatía a los almohades, León y Navarra lo atacarían por la espalda. Para evitarlo, Alfonso VIII solicitó una bula papal de cruzada que impidiera la traición de los otros reinos cristianos. Del otro lado de los Pirineos llegaron incluso caballeros dispuestos a participar en la cruzada peninsular. Como había sucedido con otras cruzadas en Europa, la comenzaron asaltando las juderías ya que, puestos a matar infieles, siempre es más fácil atacar a los más indefensos. Los canallas siempre se cobran las vidas de mujeres, niños y ancianos aunque acaben, generalmente, por encontrar argumentos para intentar justificar lo injustificable. En eso, el ser humano no ha cambiado mucho con el paso de los siglos. He narrado el episodio en mi novela La batalla de los cuatro reyes. Baste aquí señalar que los caballeros castellanos defendieron a unos judíos a los que consideraban tan castellanos como ellos y que los guerreros venidos de Francia y Alemania respondieron marchándose a su tierra sin llegar a combatir a los almohades. Porque batalla hubo. En 1212, las fuerzas de Castilla a las que se sumaron contingentes de Aragón y Navarra derrotaron a los almohades en las Navas de Tolosa, una de las batallas más decisivas de la Historia de Occidente. Navarra, por cierto, colocaría las cadenas en su escudo en recuerdo de haber roto las que servían para fijar a los más feroces combatientes en torno a la tienda de En-Nasir. La verdad es que los primeros en quebrar las cadenas no fueron caballeros navarros sino soldados de municipios de Castilla que, por cierto, también colocaron en sus escudos el recuerdo de aquella gesta. Los invasores norteafricanos quedaron detenidos en aquel combate que pudo haber significado una derrota terrible para Alfonso VIII y Castilla consolidó el control sobre la Mancha apuntando a la Andalucía islámica. De hecho, de no haber sido por una epidemia que siguió a la victoria la Reconquista podría haber terminado más de un siglo antes. Pero Alfonso VIII no se limitó a la guerra. Fue también el fundador del Studium generale de Palencia, núcleo de la universidad y foco de cultura al que acudieron trovadores atraídos por la esposa del rey, que era hermana de Ricardo Corazón de León. Como tantos personajes decisivos – ya hablamos de Abd-ar-Rajmán III - no fue feliz. A las zozobras de los reinos limítrofes, de los almohades y de la enfermedad – incluso de fases depresivas que, posiblemente, venían de su infancia - se sumó su historia trágica con Raquel, su amante judía. Posiblemente fue la mujer a la que más amó y que también lo quiso, pero la sociedad que podía tolerar devaneos del rey con damas y villanas vio mal que se tratara de una hebrea y que, por añadidura, no sólo deseara estar con ella para disfrutar sexualmente. Fue el amor de su vida y como su vida estuvo cargado de acíbar. El papel de Alfonso VIII en la Historia de España fue decisivo, su destino personal resultó dramático.
Próxima semana: Fernando III el santo