Nacido en 1221 en Toledo – la ciudad más universal de España e incluso del mundo a la sazón - buena parte de su vida estuvo dedicada a la Reconquista. Nada más ceñirse la corona en 1252, se lanzó contra los musulmanes ocupando al año siguiente Jerez. En 1262, reconquistó Cádiz y en 1264, aplastó una sublevación en Murcia y el valle del Guadalquivir. No sólo eso. No dejó de asestar golpes a los musulmanes en el norte de África convencido de que era indispensable controlar la zona para proteger la seguridad de España. Ciertamente, toda esta labor, nada pequeña, quedó opacada por sus reformas políticas y económicas – la moneda, la Hacienda, la Mesta… - por su extraordinaria labor jurídica – Las Siete Partidas, el Fuero real – literaria – las Cantigas – histórica – Historia de España y la Grande y General Historia – y científica – Tablas de Astronomía. Al igual que Jaime I de Aragón, Alfonso X era consciente de la realidad de España, pero, a diferencia del aragonés que tuvo una visión totalmente arcaica de la monarquía, Alfonso X sentó las bases de lo que sería un estado ya moderno. No puede sorprender que si con Abderramán III, Córdoba había sido la capital de Occidente, con Alfonso X el sabio, lo fuera Toledo. Tampoco extraña que en 1935, en homenaje a su labor como astrónomo, se denominara Alphonsus a uno de los cráteres de la luna. Alfonso X fracasó, no obstante, en dos cometidos. El primero fue el de conseguir la corona imperial de Alemania que le correspondía por ser hijo de Beatriz de Suabia, que fue refrendada por los votos de los electores, pero que no obtuvo por la oposición frontal de la Santa Sede. El segundo fue la sucesión que recibió un golpe al fallecer su primogénito. El final de su reinado se vio empañado por los partidismos nobiliarios, preludio de un lamentable parón tras dos extraordinarios reinados.
Próxima semana: Fernando de Rojas