Si no fue así se debió al interés del propio califa y a la ausencia de una autoridad política que pudiera enfrentarse con ellos. De esa manera, con mayor o menor dificultad, llegaron hasta Asturias. Allí gobernaba un noble godo llamado Pelayo que se había mantenido al margen de los enfrentamientos en la corte. Aunque su padre había sido represaliado por Witiza, no había realizado ningún acercamiento a don Rodrigo y ahora, enfrentado con los invasores, decidió resistirlos. Se ha discutido mucho si, efectivamente, tuvo lugar una batalla de Covadonga y si además concluyó con una derrota musulmana. Lo cierto es que tanto las fuentes árabes como las españolas señalan que el enfrentamiento tuvo lugar en 722 y que derivó en una retirada de las fuerzas invasoras, según unos, porque no merecía la pena perseguir por las breñas a aquellos desharrapados y, según otros, porque las bajas hicieron más prudente el repliegue. Lo cierto es, desde luego, que los musulmanes no llegaron a ocupar Asturias y que allí, bajo don Pelayo, se estableció el primer reino peninsular, un reino que se consideraba heredero de España y que pretendía recuperar el territorio ahora en manos del invasor. La meta de la recuperación de la España perdida se repetiría en lo sucesivo vez tras vez e incluso cuando Alfonso III, uno de los sucesores de don Pelayo, lograra derrotar a los musulmanes en una extraordinaria cabalgada se atribuiría con cierta prepotencia el título de “rex totius Hispaniae”, es decir, “rey de toda España”. Pasarían siglos antes de que semejante sueño se convirtiera en realidad, pero no puede dudarse de que los pasos iniciales se dieron cuando un noble godo llamado Pelagius – nuestro Pelayo – logró por primera vez en la Historia asestar una derrota a las armas del Islam.
Próxima semana: Abderramán III