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El drama de Lefebvre

Martes, 5 de Junio de 2018
Entre los episodios más controvertidos de la Historia reciente del catolicismo se encuentra el de la rebeldía de monseñor Lefebvre. La segunda guerra mundial no concluyó con la victoria de las potencias del Eje como, durante un tiempo, soñó la Santa Sede.

El Mussolini que había solucionado la situación diplomática con el estado Vaticano cayó en 1943 y el Hitler con el que se firmó un concordato proporcionando una enorme respetabilidad al nacional-socialismo alemán aparecía en 1944 como seguro derrotado. A finales de la guerra y en la inmediata posguerra, la Santa Sede ayudó a escapar a centenares de criminales de guerra del Eje – incluido Eichmann – pero esa circunstancia no podía ocultar el hecho de que el mundo estaba dividido entre una Unión Soviética atea y unos Estados Unidos que eran demócratas y, por definición, partidarios de la libertad de conciencia y religión. Como en tantas ocasiones a lo largo de los siglos, el papado debía elegir un imperio bajo el que ampararse y resultaba obvio que sólo podía optar por los Estados Unidos. Semejante paso implicaba, no obstante, realizar cambios que pudieran ser aceptables para la ideología definida por Estados Unidos. Sólo hubo que esperar a que Pío XII – que tan buenas relaciones mantuvo con el nazismo antes, durante y después de la guerra – falleciera para que Juan XXIII, el nuevo pontífice, realizara todos los cambios necesarios para que todo siguiera igual. Fue así como, tras casi un siglo sin concilios, se celebró el Vaticano II.

No voy a entrar aquí en lo que esperaban unos y otros de ese concilio. Es un tema apasionante, pero no el que voy a abordar hoy. Por el contrario, deseo detenerme en lo que implicó para ls cardenales aceptar unos cambios no poco radicales en la enseñanza de la iglesia católica a la vez que se fingía que nada se cambiaba. Desde luego, lamentar el antisemitismo de siglos o afirmar que los herejes condenados y quemables del protestantismo eran ahora “hermanos separados” no debió ser fácil. Mucho menos lo fue tener que aceptar que en naciones donde no existía ninguna libertad religiosa por su carácter católico se dejara respirar mínimamente a minorías como la evangélica. Sin embargo, la iglesia católica ha mutado siempre que lo ha considerado conveniente y la guerra fría no era ninguna fruslería.

El gran problema – como con algunos de los últimos dogmas definidos por la iglesia católica – eran los cardenales decentes, es decir, aquellos que sabían lo que habían enseñado siempre y que, precisamente por ello, no estaban, en absoluto, dispuestos a cambiar la enseñanza de toda la vida o, al menos, de toda su vida. El caso más trágico fue el de Marcel Lefebvre. Persona de profundas convicciones católicas, Lefebvre no estaba dispuesto a recurrir a la supuesta obligación de someterse al papa para decir blanco donde antes decía negro. En términos objetivos, Lefebvre tenía razón porque los cambios eran innegables, pero, precisamente al ser coherente con lo que siempre le habían enseñado y él había enseñado, tenía que romper con una doctrina tan católica como la de la sumisión al romano pontífice. Dicho sea de paso, tras el Vaticano II, esa sumisión ya no es condición para la salvación, pero semejante paso implica una contradicción con dogmas definidos expresamente por papas como Bonifacio VIII que señalan que no hay manera de salvarse si no se obedece al papa. El problema de estas contradicciones no lo tengo yo sino la iglesia católica – que no ha levantado cabeza tras el Vaticano II ni siquiera con Juan Pablo II – y para algunas personas que no estaban dispuestos a ir contra su conciencia representó también un inmenso drama. Fue el caso de monseñor Lefebvre.

El documental que dejo hoy recorre su trayectoria y merece la pena verlo. Espero que lo disfruten. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!

 

Y aquí está el video

 

https://www.youtube.com/watch?v=W5mK_BXzEDs