Nacido entre el Guadiana y el Guadalquivir – algunos afirman que entre el Tajo y el Ebro – fue una de las víctimas de la perfidia romana. En 151 a. de C., acudió a negociar con Galba la entrega de tierras. Pero Galba aprovechó la ocasión para asesinar a cerca de nueve mil lusitanos y enviar a otros veinte mil a las Galias como esclavos. De aquella traición sólo sobrevivieron unos mil entre los que se encontraba Viriato. Galba fue juzgado y absuelto por el senado y en el 147 a. de C., la pobreza y el deseo de venganza permitieron a Viriato iniciar una sublevación. Las victorias se fueron sumando a un ritmo alarmante hasta que en 144 a. de C, el cónsul Fabio Maximo lo obligó a retirarse. Sin embargo, al año siguiente, Viriato unió a sus lusitanos y vetones a los arévacos, tittos y bellos en la denominada tercera guerra celtíbera. Paso a paso, Viriato pasó a controlar casi toda la Hispania Ulterior y el sur de la Citerior. Sin embargo, entonces tuvo lugar el final de la guerra con Cartago y Roma pudo enviar refuerzos a Hispania. Viriato se replegó a la actual Bailén, pero no dejó de asestar golpes. En 143 a. de C., fue enviado el cónsul Quinto Fabio Máximo Serviliano con un ejército que incluía elefantes. Sin embargo, Viriato cercó a Serviliano en una expedición nocturna obligándole a firmar la paz y a reconocerle como rey de Lusitania y amigo del pueblo romano. El tratado fue ratificado por el senado, pero Serviliano fue sustituido por Cepión que quebrantó el acuerdo. No esperaba derrotar al guerrillero y por ello concertó con tres de sus hombres – los ursonenses Audax, Ditalcos y Minuros – el asesinato. Lo mataron durante el sueño atravesándole el cuello ya que dormía con la armadura puesta. La leyenda afirma que Cepión rechazó después a los tránsfugas afirmando que Roma no pagaba traidores. La resistencia de Hispania tocaba a su fin.
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