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Jesús, el judío (XXXIII)

Domingo, 17 de Marzo de 2019

“AFIRMÓ SU ROSTRO HACIA JERUSALÉN…” (I):  La advertencia de Herodes

Durante los meses siguientes, la actitud de Jesús a su paso por ciudades y aldeas, camino de Jerusalén, siguió resultando extraordinariamente clara.  Continuó insistiendo en su llamamiento a la conversión, a volverse a Dios, a entrar en el Reino.  Su forma de predicar tuvo que ser muy directa porque la fuente lucana nos cuenta como alguien llegó a preguntarle si eran “pocos los que se salvan” (Lucas 13, 23).  La pregunta forma parte de ese elenco de cuestiones absolutamente inútiles con las que sujetos que se sienten incómodos intentan desviar el tener que dar una respuesta al llamamiento de la conversión.  Se agrupa así al lado de otras preguntas absurdas como la de que sucederá con los esquimales que no oyeron hablar de Jesús en el día del juicio final o la de qué va a pasar con aquellos que de buena fe rechazan la predicación del Evangelio.  Por supuesto, Jesús no se perdió en disquisiciones sobre tan peregrina – e inútil – pregunta.  Por el contrario, la dejó de lado y volvió a dirigirse hacia los que le interrogaban.  No debían perder el tiempo en preguntarse sobre cosas absurdas.  Más bien tenían que enfrentarse con el hecho de que el llamamiento a la conversión les afectaba y que debían responderlo de manera directa:  

 

      Esforzaos por entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos intentarán entrar, y no podrán.  Una vez que el padre de familia se haya levantado y cerrado la puerta, y os quedéis fuera y empecéis a llamar a la puerta, diciendo: Señor, Señor, ábrenos, él os responderá: No sé de dónde sois.  Entonces comenzaréis a decir: si hemos comido y bebido delante de ti, y has enseñado en nuestras plazas.  Pero os dirá: Os digo que no sé de dónde sois; apartaos de mí todos vosotros, hacedores de maldad.  Allí será el llanto y el crujir de dientes, cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros estéis excluidos.  Porque vendrán del oriente y del occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Y habrá últimos que serán los primeros, y primeros que serán los últimos.

     (Lucas 13, 24- 30)

 

El mensaje de Jesús, como antaño había sucedido con los profetas, resultaba meridianamente claro.  Enfrentaba al hombre con la disyuntiva de la conversión o la perdición. No puede sorprender que los fariseos intentaran amedrentarlo incluso recurriendo a decirle que el propio Herodes buscaba matarlo (13, 31).  Sin embargo, la perspectiva – un tanto irreal, dicho sea de paso - de repetir el destino de Juan el Bautista no amedrentó a Jesús.  Por el contrario, la fuente lucana nos indica que Jesús comparó a Herodes con una zorra – una referencia a su insignificancia por contraposición al león – y que señaló su propósito decidido de continuar su camino hasta Jerusalén (Lucas 13, 31-2).   En otras palabras, Herodes no lo expulsaba de Galilea.  Era él quien se encaminaba a la Ciudad Santa a consumar su destino. 

CONTINUARÁ