Doce hombres sin piedad daría lugar a distintas adaptaciones incluida una india que situaba la acción casi, casi a orillas del Ganges. Con todo, a mi juicio, la mejor es 12, una película dirigida e interpretada por Nikita Mijalkov, uno de mis directores cinematográficos preferidos. Mijalkov ha conservado el esqueleto del tema. Aparece un muchacho que, supuestamente, ha dado muerte a su padrastro a puñaladas, el jurado tiene que reunirse para decidir su destino y las tensiones entre los presentes no tardan en dispararse. Sin embargo, la película de Mijalkov va mucho, muchísimo más allá de una adaptación. Los jurados nos van descubriendo poco a poco lo que es la Rusia posterior al colapso de la Unión soviética. El enriquecido empresario de los medios, el enterrador de un cementerio que estafa al prójimo, el checheno emigrado a la capital… todos ellos son tipos humanos con historias propias que superan con mucho el texto original de Reginald Ross porque son un guion personalísimo y humano de Mijalkov. También ponen de manifiesto una cosmovisión diferente. Ross planteaba la historia, la llevaba a momentos de tensión extraordinarios y la cerraba con una nota de fe en las instituciones y de fe en el ser humano por no decir en la misma Providencia. Mijalkov nos lleva hasta las limitaciones más claras y escandalosas de nuestra personalidad, pero, en medio del estiercol, saca diamantes porque, muchas veces, es así la conducta humana. Ross es el Hollywood maravilloso de aquella época; Mijalkov es Dostoyévsky, Chéjov, Tólstoi, incluso Gógol. Les recomiendo que vean 12. Es una película más larga que su modelo original porque cuenta muchas más cosas y, todavía más que la primera, obliga a verla varias veces y a reflexionar especialmente en aquellas naciones que, como España o buena parte de Hispanoamérica, no parece que encuentren un camino de salida a sus males. De momento, les dejó la extraordinaria adaptación del texto que realizó en su día el malogrado y recordado Gustavo Pérez Puig.
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