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Diez negritos

Miércoles, 26 de Abril de 2017

No había llegado a los diez años, cuando comencé a leer novelas de Agatha Christie. Quizá la razón fuera a que estaban presentes con frecuencia en los kioscos cercanos a casa.

Si no me falla la memoria, mi primera lectura fue un volumen titulado Tres ratones ciegos donde se recogía no sólo este relato breve sino también otros cuentos policíacos. Después vino Intriga en Bagdad, una novela de aventuras que entretuvo algunas de las horas larguísimas de tranquilas tardes veraniegas. Con todo, donde, verdaderamente, me topé con el genio de la Christie fue en Diez negritos. La obra era acusadamente original. Diez personajes sin aparente relación alguna son invitados a un lugar completamente aislado bajo las excusas más diversas. Una vez allí, son informados de que todos ellos deberían haber rendido cuentas ante la justicia aunque, hasta entonces, habían logrado eludir su responsabilidad. Ahora esa impunidad ha llegado a su fin. Uno tras otro, son asesinados - ¿o debería decir ejecutados? – por una mano invisible que, a decir verdad, sólo puede pertenecer a uno de los recluidos. Para remate, las muertes siguen la letra de una canción infantil - los Diez negritos – que se relaciona no sólo con las existencias ocultas de los distintos personajes sino también con la forma en que se les dará muerte. Cuando, finalmente, las fuerzas del orden llegan al lugar encuentran que los diez negritos, sin excepción alguna, han sido asesinados. Sí, todos ellos, pero ¿cómo? Puede estar tranquilo el lector de que no voy a revelarlo porque no le quiero privar del placer de la intriga. Durante un año poco más o menos seguí leyendo novelas de la Christie hasta que, al fin y a la postre, me percaté de que todas, salvo excepciones como Diez negritos, seguían tres o cuatro modelos que se repetían vez tras vez. Cansado de descubrir al asesino, abandoné una lectura que ya no representaba un desafío. A casi medio siglo de distancia, ¿cómo olvidar aquellas horas maravillosas de la infancia en que me devané los sesos intentando adivinar qué negrito era el asesino? Y ¿cómo no llegar a la conclusión de que el mundo se va estupidizando a marchas forzadas cuando se descubre que ya no se puede llamar a la novela Diez negritos porque, supuestamente, sería racista y hay que llamarla Y ya no quedó ninguno?