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El espía que surgió del frío

Miércoles, 7 de Marzo de 2018

Tendría unos trece años cuando vi la versión cinematográfica de la novela interpretada por Richard Burton.

Cuando concluyó la proyección me sentía embargado por un cúmulo de punzantes sensaciones que iban de la admiración por la astucia de ciertos servicios de inteligencia a la pesadumbre por la Realpolitik pasando por la admiración moral hacia el protagonista. El factor sorpresa había desaparecido cuando leí la novela, pero no por ello dejó de resultarme apasionante. También le gustó mucho al jefe del espionaje en Alemania oriental, Markus Wolff, que nunca leía libros, pero que consiguió un ejemplar del texto de John LeCarré. Durante no poco tiempo, Wolff se preguntó cómo LeCarré había logrado saber tanto acerca de un servicio secreto, el de la RDA, que estaba precisamente a sus órdenes, sin excluir las agudas divisiones y rivalidades entre sus miembros. Wolff – que era judío como uno de los personajes de la novela y sabía lo que era servir a la URSS desde los años treinta – no se formulaba preguntas vanas. La respuesta era, sin embargo, sencilla. A la sazón, LeCarré era un espía británico, estaba especializado en Alemania y ansiaba dejar el servicio – demasiado mal pagado para mantener a una esposa y a tres niños – viendo en la literatura un camino posible. No se equivocó porque tras El espía que surgió del frío irían apareciendo otras obras que lo consagraron como el novelista de los servicios secretos por excelencia, más allá de las mistificaciones de Ian Fleming y su James Bond. Confieso que, en términos generales, me gustaron especialmente las de Smiley y me han ido interesando menos las escritas tras la caída del Muro quizá porque el propio LeCarré no sabe cómo describir la actividad de los servicios en un mundo sin la guerra fría en que él mismo combatió. Con todo, ninguno de sus relatos – quizá con la excepción de La gente de Smiley – logró nunca provocarme las emociones de El espía… Posiblemente, la causa sea que en aquella novela todavía existían gentes idealistas y de corazón y en las sucesivas tan sólo hacían acto de presencia funcionarios entregados al espionaje.