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La gran traición

Miércoles, 13 de Febrero de 2019

Acaba de publicarse un libro titulado La gran traición cuyo autor es Enrique de Diego.  El texto está teniendo un éxito extraordinario y, al segundo día de su aparición, ya estaba en el puesto número 1 de los libros de periodismo en Amazon.  En su conjunto, el libro fue saliendo por entregas en Rambla libre y de allí me comenzó a llegar procedente de los sitios más diversos del globo.  Quiero decir que lo mismo alguien de Bilbao, de Perú o de Estados Unidos me enviaba un capítulo en cuestión con o sin comentario.  Debo reconocer que a mi lo que le pase a Federico Jiménez Losantos dejó de interesarme hace tiempo, pero cuando vi cómo se desgranaban los datos relacionados con la contabilidad de Libertad digital y cuando empezaron a aparecer referencias a episodios que yo viví en primera persona cobré un interés que se convirtió en creciente.  Durante estas semanas, han sido muchísimas personas las que me han preguntado por la veracidad de lo relatado, pero me he negado a realizar ninguna declaración pública hasta que ha terminado la publicación y, finalmente, la he leído como libro.

     De entrada tengo que decir que, hasta donde yo puedo intuir, el texto está basado en fuentes diversas, abundantes y fidedignas.  Alguna la conozco, alguna la imagino y varias las ignoro.  En cualquier caso, no he conseguido detectar en una primera lectura ni un solo hecho que, hasta donde yo sé, no se corresponda con la realidad.  El autor es muy generoso conmigo, pero más allá de esa muestra de benevolencia inmerecida, me inclino poderosamente a creer que los hechos que yo no conozco de primera mano son absolutamente reales y así lo creo partiendo de la base de aquellos de los que sí tengo conocimiento directo.  Resumiendo, puedo afirmar que Enrique de Diego ha realizado una labor de investigación muy rigurosa y exacta.

      Cuando en 2013 abandoné Es.Radio tenía decidido que todo lo sucedido era agua pasada y que no me iba a mover ningún molino.  En mis memorias – No vine para quedarme – toqué el tema, pero muy de pasada y además con mucha y buscada benevolencia.  Como diría Centeno en la presentación del libro al respecto, fui “más tierno que el día de la madre” al tratar personas y situaciones.  No me arrepiento de haberlo hecho y sigo creyendo que es lo que debía hacer entonces.

      Insisto: todo lo que se cuenta en el libro acerca de mí es cierto aunque es verdad que acontecieron episodios no menos graves de los narrados y que casi todas las vivencias fueron mucho peores de cómo las relata Enrique de Diego.

      A todo lo anterior he de añadir que he aprendido muchas cosas que desconocía - pero que no me sorprenden - como lo que de Diego califica de “tejemanejes” en la contabilidad de Libertad digital o la implicación de Pedro J en la ideología de género o el papel que su esposa tiene en ese tema. También me he visto empujado a reflexiones que no me había formulado jamás.  Por ejemplo, en uno de los capítulos el autor se pregunta retóricamente si FJL habría abandonado la COPE en caso de que el despedido hubiera sido yo y él, la persona que recibió la oferta de quedarse dos años más.  La pregunta se responde por si sola, pero confieso que nunca la había pensado.  Gracias a de Diego, he captado que no existe la menor duda de que FJL no habría hecho jamás por mi lo que yo hice por él y de que en tan sencilla cuestión se comprende todo lo sucedido durante años.  A decir verdad, no creo que FJL fuera capaz jamás de hacer por cualquiera de los que lo han considerado su amigo la décima parte de lo que hayan podido hacer por él.  

      De aquella época que se extendió durante algo más de una década no conservo ni resentimientos ni rencores aunque sí muchos recuerdos.  En algunos casos, son recuerdos muy hermosos como cuando le dimos batalla a ZP y fuimos, como señalaría en uno de sus libros Stanley G. Payne, la única oposición que tenía delante tras los atentados del 11-M.  En otros, se trata de la constatación de que lo que pudo ser y no fue.

      Personalmente y visto con el paso del tiempo, yo creo que FJL fue sufriendo un proceso creciente de deterioro mental.  El FJL que yo conocí al frente de La linterna y con el que comencé a colaborar era cercano, simpático, ocurrente y muchas veces certero.  En aquellos años, FJL fue el número 1 de la radio matinal aunque el EGM se negara a reconocerlo.  Ese FJL murió en la última etapa de COPE en que lo acosaron salvajemente en episodios que él mismo relató en El linchamiento, en que lo abandonaron los amigos del PP – para que te fíes de los amigos y no corras – y en que, por encima de todo, comenzó a creerse omnipotente sin percatarse de que acabaría chocando con la realidad de que su poder era más que limitado.  En aquel entonces, al frente de La mañana, FJL llegó a creer no sólo que podía encaminar la COPE y encauzar al PP de acuerdo a sus preferencias sino que además podía hasta decidir quién sería el presidente de la Conferencia episcopal.  Quiso volar hacia el sol con alas de cera y cayó en picado hacia el mar. También es verdad que la causa real fue que jamás estuvo dispuesto a escuchar a nadie que no le dijera lo que ansiaba oír.  Yo mismo tuve que soportar a un Javier Rubio gritando en mi despacho – la única vez que lo vi levantar la voz – porque FJL no se daba cuenta de que lo iban a echar de COPE y sin el apoyo de COPE Libertad digital no tenía nada que hacer.  

       De su despido de COPE en nada buenas condiciones pareció no verse hundido porque Esperanza Aguirre – quizá aquejada por la mala conciencia de no haberlo apoyado en el juicio de Gallardón - le otorgó una concesión de radio en Madrid.   Sin embargo, FJL estaba irreparablemente tocado.  Aquella concesión – yo estaba delante – se la ofreció a COPE en un último intento de no verse arrojado del paraíso.  El ofrecimiento no tenía la menor posibilidad de éxito porque los obispos sólo deseaban perderlo de vista cumplido su papel de tonto útil y emisoras les sobraban.  Durante la última temporada, no dejé de recibir insistentes advertencias de que me quedara en COPE.  Una persona – a la que quise llevar como subdirectora – me dijo que conmigo se iría a Es. Radio, pero que no iba a hacerlo porque no se fiaba nada de la gente que rodeaba a FJL – mujer sabia – y otra me advirtió de que yo era más amigo de Federico que Federico de mi.  Ambas tenían sobrada razón, pero para mi la amistad estaba por encima de esas consideraciones.

     Durante los años siguientes, yo siempre tuve más que claro que Es.Radio se podía consolidar como un gran proyecto liberal, pero que para ello era necesario creerse el proyecto y gestionarlo bien.  A estas alturas, me temo que salvo algunos empleados de nivel no-directivo, algunos oyentes y yo nadie lo creía.  FJL siempre soñó con volver a COPE – espero que con el último contrato de Carlos Herrera se haya dado cuenta de lo imposible de esa esperanza – Luis Herrero lo intentó infructuosamente y otros personajes menores salvo para su capacidad de hacer daño se postularon en radios y televisiones sin que nadie quisiera emplearlos.

Lo que sucedió en aquellos años fue un proceso continuado y creciente de deterioro de FJL.  Seguía siendo mordaz y combativo, pero carecía de fuentes nacionales – en el PP lo aborrecían y ya podemos imaginar lo que pensaban de él en otros lugares – y en el plano internacional, tenía una ignorancia proverbial.  Ocasionalmente, me pasan resúmenes de sus programas y más allá de que ETA es mala, el nacionalismo catalán es perverso y el comunismo criminal – tres verdades difíciles de negar – no acierta casi nunca en sus análisis por la sencilla razón de que no sabe de casi nada.  Especialmente cuando se pone a hablar de política internacional – más allá de atacar a la dictadura cubana o de insultar a Maduro – desconoce el terreno que pisa y hace el ridículo a cada instante pontificando sobre la Casa Blanca, Rusia, China e incluso la Unión Europea sin tener ni lejana idea de lo que está hablando.

Todo esto no lo colocaría mal en la lista de los periodistas españoles – ignorante, pero combativo – si hubiera mantenido la independencia.  En Es. Radio descubrí con profundo dolor que FJL no era independiente sino muy dependiente.  El episodio de “mata a Centeno” – relatado muy acertadamente por de Diego - es una clara muestra de lo que digo.  FJL se inclinaba ante los anunciantes como los cortesanos más serviles ante el déspota y era lógico que así fuera porque de esa actitud sumisa dependía su futuro y el de sus paniaguados.

Los dos últimos años de trabajo en Es.Radio constituyeron para mi un verdadero infierno que supera con mucho las descripciones escrupulosamente exactas de Enrique de Diego.   Antes de que empezara la última temporada recibí dos ofertas millonarias para dejar aquel lugar.  La primera, en Estados Unidos, era un contrato radiofónico de un millón de dólares por temporada; la segunda incluía un ofrecimiento de matrimonio.  Ambas las comenté con FJL porque, a diferencia de él y de sus acólitos que hacían lo que querían sin referir lo más mínimo, yo nunca le oculté nada que pudiera afectar a la marcha de la radio.  Cuando Javier Somalo conoció la primera me preguntó con cara de sorpresa por qué la había rechazado.  Estuve tentado de responderle que porque, a diferencia de él, en mi pesaban más que el dinero otras consideraciones.  La segunda es una de esas historias conmovedoras que me ha tocado vivir.  Una amiga, escritora, inteligente y muy bella, me ofreció un día casarme con ella añadiendo que tenía dieciséis millones de dólares y que podría retirarme y vivir juntos donde quisiera.  Un día, aquella hermosa mujer vino a una firma conjunta que teníamos FJL y yo a recogerme y aproveché a contarle el ofrecimiento a FJL.  Se puso blanco como el papel y, temiendo que le pasara algo, me apresuré a decirle que había declinado la posibilidad.  Incluso me permití señalar que no había razones para aceptarla – yo no estaba enamorado y no se me ocurriría contraer matrimonio  con alguien sin estarlo – entonces FJL me espetó: “Había dieciséis millones”.  No le di importancia a aquello y sin embargo, debía haberme percatado de que tanto Somalo como FJL estaban dejando de manifiesto quiénes eran realmente.  Yo me quedaba en Es.Radio pudiendo irme porque había decidido darle un año más al proyecto esperando – ingenuamente – que las cosas cambiaran.  Ellos no lo hubieran hecho jamás de encontrarse en mi situación.    

Así, en contra del consejo de mi hija – que intuía mi estado y tenía toda la razón al decirme que me fuera – permanecí una temporada más en Es. Radio.  Fue una grave equivocación porque la conducta miserable y continúa sufrida en aquel lugar había ido minando mi salud – nunca la he vuelto a recuperar como la tenía antes del inicio de aquella aventura – hasta el punto de colocarme, según me dijeron dos especialistas, al borde de la muerte.  Si me hubiera pasado entonces algo, mi hija hubiera quedado desamparada porque estoy seguro de que FJL no habría hecho absolutamente nada por ella.  Ahí reconozco que me equivoqué y que corrí un riesgo que nunca debía haber asumido.  El sentido del deber, la lealtad y la amistad pesaron más que el sentido común y bien que lo siento aunque le doy gracias a Dios porque preservó mi vida.

Cuando escribí a FJL la famosa carta de inicios del verano de 2013 intentando que cambiara su conducta había sufrido indeciblemente a lo largo de una última temporada en la que no dejé de encontrarme bajezas y traiciones casi a diario.  No voy a hablar de toda aquella galería de los horrores de los que Enrique de Diego cuenta algunos.  Sí puedo decir que con aquella misiva dirigida a FJL – y a Recarte que tampoco contestó jamás -  quemé mi último cartucho.  Pensaba entonces que, quizá, el rumbo se podía corregir.  FJL no tuvo ni el valor, ni la hombría, ni la amistad ni la vergüenza de ponerse en contacto conmigo para dirimir el asunto.  Envió en su lugar a Luis Herrero.  Cuando le dije que pensaba que Es.Radio era posible económicamente, Luis Herrero me dijo con el rostro pintado por la sorpresa: “¿De verdad lo crees?”  Estuve a punto de decirle que, a diferencia de él, yo sí lo creía, pero me contuve y me limité a contestarle afirmativamente.  Ya sólo me quedaba marcharme y lo hice con una enorme tranquilidad.

Después de mi marcha, la purga stalinista que soportaron personas mucho mejores que los que se quedaron fue inenarrable.  Miquel Rosselló – una de las personas más decentes, honradas y profesionales que he conocido a lo largo de toda mi vida - sí contó su peripecia y Enrique de Diego, muy acertadamente, la ha recordado.  Podrían sumarse los testimonios, entre otros, de los arrojados a las tinieblas externas como Javier Rubio, Lorenzo Ramírez y su esposa, de Fernando Díaz Villanueva o de Galyna Kalinnikova por no referirme a los colaboradores con Centeno a la cabeza. 

En la aventura losantiana, perdí muchísimo dinero – seguir las recomendaciones económicas de FJL es una de las mayores estupideces en que se puede incurrir – mi salud salió maltrecha y, especialmente, se me fue tiempo que podría haber dedicado a cosas más útiles.  Pero no me arrepiento de lo que hice como no me arrepiento de haberle acompañado cuando lo despidieron de COPE.  Yo hice lo que tenía que hacer en cada momento.  Es problema de quienes no estuvieron ni de lejos a la altura de las circunstancias, si nunca supieron lo que era la amistad, si sólo les importó mantener su chiringuito o si no podían soportar las mordeduras de la envidia sin echar espumarajos por la boca.  FJL perdió un amigo leal que había sacrificado mucho por esa amistad.  Yo no perdí nada, absolutamente nada, que tuviera un mínimo valor humano y de paso, recuperé mi libertad.

Ya a mediados de 2013 no me importaba un higo como pudiera comportarse FJL vendido a esas empresas cuyos contratos publicitarios podían exigir, por ejemplo, matar a Centeno.  Tampoco me importa que a estas alturas Libertad Digital sea un proyecto muerto porque carece de alma, porque su contabilidad da escalofríos y porque depende de arrodillarse ante el poder para pagar las nóminas.  Lo que me preocupaba y me preocupa que es mantenerme íntegro pasaba entonces por salir de Libertad digital si no había cambios y ahora por no dedicarle ni un minuto a partir de la publicación de este post.

Sólo este libro de Enrique de Diego me ha sacado de esa tónica de casi seis años y lo ha hecho porque es un homenaje sólido y documentado a la firme integridad de gente muchas veces desconocida y un torpedo lanzado contra la línea de flotación de aquellos que quizá nunca han sabido que es la honradez, que han instrumentalizado en beneficio propio la amistad y las ilusiones de la gente y que el día menos pensado pueden dar con sus huesos en la cárcel por gestiones económicas oscuras.

Pero los caminos del Señor son inescrutables como debieron pensar aquellos hermanos envidiosos de José que lo vendieron como esclavo y que, pasado el tiempo, volvieron a encontrárselo convertido en la mano derecha del faraón.  Si los envidiosos y servilones de Es.Radio que no dejaron de arremeter contra mi no hubieran extremado tanto su vileza quizá yo no me habría marchado de España el día siguiente a mi despedida harto de ellos y entonces una bomba que llevaba mi nombre escrito hubiera segado mi vida.  Ahora vivo feliz en otro país, en otro tiempo y en otras circunstancias.   Todo ello es impagable y vale mucho más que aquellos años.  Sí, ciertamente, los caminos del Señor son inescrutables.