Tendría yo unos quince años, cuando en el colegio de San Antón se quedaron sin profesor de francés para los cursos de mayores. Acabaron contratando a un alemán, amigo de George Moustaki, bohemio y enamorado de la vida en España.
El enorme éxito de La lista de Schindler tuvo, entre otras consecuencias, que el director Stanley Kubrick abandonara su proyecto de llevar a la gran pantalla una novela de Louis Begley titulada Mentiras en tiempos de guerra.
Conocí en persona a Rafael Abella en 1996. Los dos habíamos sido invitados a un programa de libros en RTVE junto a Francisco Umbral y un veterano anarquista que ya no cumplía los ochenta.
A mediados del siglo pasado, Hispanoamérica se colocó en la primera fila de la literatura gracias a un subgénero novelístico denominado “realismo mágico”.
Debía yo andar por los siete u ocho años y recuerdo que era un día del Libro. Paseaba con mi padre cuando mis ojos quedaron atrapados por una llamativa fotografía en la que la blanca silueta de un velero se recortaba contra un cielo hermosamente azul.
Resulta en ocasiones sorprendente descubrir la impresión tan absolutamente errónea que tiene el gran público de determinadas obras literarias. Estoy convencido de que para la inmensa mayoría la historia de Aladino y su prodigiosa lámpara no pasa de ser un relato para niños destinado única y exclusivamente al consumo infantil.
Las enseñanzas de Confucio resultaban tan sencillas, tan prácticas y, a la vez, tan susceptibles de poder ser llevadas a la práctica sin ocasionar convulsiones que no resulta extraño que tuvieran una enorme influencia de manera casi inmediata.