Ayer, acudí de nuevo a la ciudad del Turia para una firma de libros, pero me encontré mucho más. Cuando por la mañana abrí los correos privados de Facebook me topé con una invitación de Fernando Esteso para comer juntos ya que vive en Valencia desde hace un tiempo. Le dije – entusiasmado - que sí. Esteso fue una de las pocas personas a las que intenté entrevistar en mi etapa de radio sin conseguirlo. Siempre lo he sentido. Tras charlar con él de su vida profesional – iniciada con dos años y medio – lo sentí todavía más. Podía haber sido una entrevista verdaderamente memorable. En un restaurante situado en la playa del Saler, departimos – con la magnífica presencia de su representante, de la suegra del mismo y de mi escolta – sobre épocas ya pasadas de luchas y éxitos, de ilusiones y triunfos, de trabajos y esperanzas. Las anécdotas sobre la vida de los cómicos, sobre el cine de Ozores o sobre la manera en que muchos de los números de Esteso adelantaron lo que sería de España – “¡Que ya no pasa nada! ¡Que se pu´e largar!... ¿O no?” – llenaron unas horas gratísimas en esta España que no pasa por sus mejores momentos bajo una crisis agravada por la política fiscal de Montoro, por la insaciable codicia del nacionalismo catalán y por la irresponsabilidad de no pocos. Charlaba yo con Esteso y disfrutaba lo indecible a la vez que me causaba un inmenso pesar el pensar para mis adentros lo que hubiera sido de él en una nación como Estados Unidos. Él – que junto a Ozores y Pajares tuvo tanto éxito que retrasó semanas el estreno de La guerra de las galaxias – hubiera sido adorado en Hollywood y considerado un Walter Matthau. Aquí, a pesar de que el mismo George Lucas se desplazó a tierras hispanas para enterarse de qué película era esa – una de Esteso y Pajares – que retrasaba el estreno de su superproducción, no faltó algún crítico que retrasó deliberadamente referirse a la cinta y cuando ésta superó el tiempo en cartel de la primera irrupción en pantalla de los Jedis redactó un artículo para recomendar a la gente… que no fueran a verla. Semejante mezcla de envidia y maldad sólo la he visto – y padecido - en España. No es que yo suscriba la afirmación de Arturo Pérez Reverte de que “España es el país del mundo con más hijoputas por metro cuadrado” siquiera porque desconozco una estadística fiable al respecto, pero el episodio del crítico es toda una cala en el alma nacional tristemente reveladora.
Gracias a Dios, Fernando acaba de realizar, junto a Manolo Zarzo y Luis Varela, una interpretación memorable en Blockbuster y anda a la espera del estreno del nuevo Torrente donde un pasado cameo en la entrega anterior se ha convertido en papel. Yo le deseo los mayores éxitos en el presente y en el futuro porque, ciertamente, se los merece de manera más que sobrada.
De esa comida gratísima, me atrevería a decir que indescriptible, me dirigí a la librería. No había el menor signo externo de la firma e incluso uno de los dependientes nos miró con cara extraña cuando aparecimos. ¿Quién sabe?... a lo mejor es porque me he quitado la barba. La firma, sin embargo, transcurrió bien y tuvo momentos muy emotivos. A fin de cuentas, fue la gente de Facebook la que honró aquel lugar con su presencia. ¡Menudo retrato de esta sociedad! Por allí aparecieron empresarios españoles que huyen de nuestro país para establecerse al otro lado del Atlántico; valencianos hartos del imperialismo inmoral del nacionalismo catalán que abominan del indecente pacto suscrito por Zaplana y Pujol tiempo ha; personas que afirmaban que mis libros – por ejemplo, Jesús, el judío – habían cambiado su vida marcando un antes y un después; paseantes del muro que me anunciaban que, por su avanzada edad, quizá no volvería a verme; los que se hacían fotos conmigo y las colgaban inmediatamente en Facebook… A estos ejemplos añádanse las referencias al mundo editorial y la insistencia en que algunas casas podrán ser muy grandes, pero sus editores no saben de su tarea más que de física nuclear.
Regresé a Madrid cansado, pero a las once y diez entraba en casa. Hoy me espera un día largo, larguísimo, que se extenderá hasta pasadas las doce de la noche. Entre otras cuestiones, debo terminar de cerrar el estreno dentro de unos meses de una de mis obras de teatro. Espero, si Dios quiere, que resulte un día fecundo. El de ayer no fue, desde luego, un día perdido.