Imprimir esta página

Los primeros cristianos: De la coronación de Agripa al Concilio de Jerusalén (I)

Domingo, 21 de Junio de 2015

LOS PRIMEROS CRISTIANOS: LA IGLESIA UNIVERSAL: DE LA CORONACIÓN DE AGRIPA AL CONCILIO DE JERUSALÉN (37-49 d. J.C.) (I)

​ Si hacia la mitad de los años treinta el judeo-cristianismo en Israel se hallaba inmerso en un período de expansión que no sólo trascendió de Judea sino que sentó las bases de la penetración en el mundo gentil, el final de esa misma década y el inicio de la siguiente marcarían una época señalada por la aparición de conflictos de no poca trascendencia. Esta misma intranquilidad iba a tener sus paralelos en el judaismo de la época pero, como tendremos ocasión de ver, las razones resultarían muy distintas.

Bajo Calígula y Herodes (37-40 d. J.C.)

La subida al poder de Cayo Calígula (Suetonio, Calígula IX), vino rodeada de unas expectativas muy favorables que no se vieron defraudadas en los seis primeros meses de su gobierno. En octubre del 37 d. J.C., Calígula cayó gravemente enfermo y al recuperarse de la dolencia pudo ya apreciarse en él un cambio notable de carácter que Josefo describe como un paso de la moderación a la autodeificación (Ant. XVIII,256). Al inicio de su principado, Calígula había liberado a Herodes Agripa de su prisión —donde se hallaba por ofender a Tiberio (Guerra II, 178)— otorgándole además grandes honores y asignándole el gobierno del territorio que su tío Felipe había gobernado como tetrarca hasta su fallecimiento, unos tres años antes, al igual que la zona norteña de Abilene, que anteriormente había formado parte de la tetrarquía de Lisanias. Asimismo le concedió el título de rey (Guerra II, 181; Ant. XVIII, 236 y ss.), a lo que se unió la satisfacción que le brindó la caída en desgracia de Herodes Antipas y el ulterior paso de la tetrarquía de Galilea y de Perea, que éste detentaba, a su propio reino (39 d. J.C.) (Guerra II, 182 y ss.; Ant. XVIII, 240 y ss.).

El cambio en la actitud de Calígula se produjo, aproximadamente, al año y medio de comenzar su reinado (Ant. XVIII, 7, 2).

En el otoño del 38 d. J.C., tuvo lugar una sangrienta algarada contra los judíos de Alejandría, aparentemente debida al populacho, pero incitada realmente por el emperador, que creía firmemente en su propia divinidad (Filón, Legación 11; 13-16; 43; Ant. XVIII, 7, 2; XIX, 1, 1; 1, 2; Dión LIX, 26, 28; Suetonio, Calígula XXII). El saqueo de las propiedades judías, el asesinato de judíos y la profanación y destrucción de sus sinagogas no se hicieron esperar (Contra Flaco 6-7, 8, 9 y 20; Legación 18). A semejante estado de cosas contribuyó decisivamente el comportamiento de Flaco, prefecto de Alejandría y Egipto (d. 32 d. J.C.) que toleró las manifestaciones de antisemitismo. La situación, sin embargo, debió de suavizarse un tanto cuando Flaco fue llevado a Roma como prisionero y desterrado inmediatamente a la isla de Andros, en el Egeo, donde fue ejecutado (Contra Flaco 12-21).

Todavía en el año 40 d. J.C. seguía existiendo una considerable tensión entre judíos y gentiles alejandrinos, que motivó el envío a Roma de una legación, encabezada por Filón, para presentar el caso ante el emperador. Éste, tras recibirlos de manera humillante, los despidió sin que lograran su objetivo (Ant. XVIII, 8, 1). Cronológicamente en paralelo con el viaje de la legación se produjo un incidente en Palestina que hubiera podido tener gravísimas consecuencias. Nos referimos, claro está, al archiconocido episodio de la estatua imperial que Calígula ordenó que fuera levantada en el Templo de Jerusalén (invierno del 39-40 d. J.C.) (Legación 30). Al correr la noticia, una multitud espontánea de judíos dividida en seis grupos diferentes (ancianos, hombres, niños, ancianas, mujeres y niñas) se presentó ante el gobernador romano Petronio, quien, impresionado, les prometió posponer el cumplimiento de la orden (Legación 32; Guerra II, 10, 3-5; Ant. XVIII, 8, 2-3), si bien silenció al emperador lo que estaba sucediendo.

Calígula accedió a un aplazamiento por razones de tipo práctico como eran el tiempo necesario para cumplir sus deseos y la cercanía del período de la cosecha, que podía ser arruinada por los judíos. Pese a todo envió una carta a Petronio en la que le ordenaba finalizar lo antes posible su misión (Legación 33; 34-35). Nuevas discusiones con los judíos y la intercesión de Aristóbulo, el hermano de Agripa, llevaron finalmente a Petronio a solicitar del emperador la revocación de la orden (Ant. XVIII 8, 5-6; Guerra II, 10, 3-5). Agripa había suplicado lo mismo de Calígula en Putéoli, al regreso de éste de su campaña germánica (Legación 29 y 35-41), obteniendo que ordenara no profanar el Templo. Pese a todo, el emperador dejó bien sentado que si alguien deseaba erigirle un templo o una estatua fuera de Jerusalén, no se le podría impedir. La concesión del emperador tuvo una corta vigencia, puesto que al poco ordenó fabricar una estatua en Roma que debía ser erigida en Jerusalén. Finalmente, sólo el asesinato del emperador (24 de enero del 41 d. J.C.), que aconteció poco después, concluyó de manera definitiva con el conflicto. Aquella muerte salvó también a Petronio, al que Calígula había enviado la orden de suicidarse (Meg. Taan. 26; TJ Sot. 24 b; TB Sot. 33a).

De las fuentes no se desprende que los diversos enfrentamientos con Calígula turbasen de manera especial a los judeo-cristianos. El episodio no aparece recogido en las fuentes cristianas del siglo I y, en cierta medida, resulta lógico si tenemos en cuenta que la caída del Templo, antes o después, formaba parte de sus creencias. Así había sido anunciado por Jesús mediante hechos simbólicos como la limpieza del recinto[ii] y a través de discursos de carácter apocalíptico.[iii] Por otro lado, ya hemos visto cómo tal punto de vista era compartido por los helenistas —como Esteban— y, en general, por la comunidad jerosilimitana. Tampoco en la Diáspora cristiana parece que el episodio despertara mayor interés. En la 2 carta a los Tesalonicenses 2, 1-4, se recoge una referencia paulina al Hombre de pecado que, ocasionalmente, se ha considerado inspirada en el episodio de Calígula.[iv] Con todo, y hay que reconocer que, a nivel especulativo, la posibilidad no puede ser rechazada, lo cierto es que la 2 carta a los Tesalonicenses es posterior al evento y, difícilmente, podría estar refiriéndose a un suceso ya pasado como si se tratara de una profecía futura. A lo sumo, podría tomar pie de lo ya acontecido para apuntar, tipológicamente, hacia el porvenir.

Se ha formulado también la hipótesis de que durante estos azarosos días del año 40 d. J.C. hubieran podido ponerse en circulación por escrito algunos discursos de Jesús que, aparentemente, pudieran interpretarse como textos relacionados con el episodio protagonizado por Calígula.[v] Serían éstos los denominados posteriormente Apocalipsis sinópticos (Mt. 24, Mc. 13, Lc. 21). Su lectura permite, efectivamente, trazar paralelismos entre los dos relatos:

 

Pero cuando veáis la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel, colocada donde no debe estar —entienda el lector— entonces los que estén en Judea huyan a los montes. El que esté en la azotea, no descienda a la casa, ni entre para tomar algo de la casa, y el que se halle en el campo, no regrese para tomar la capa. Pero ¡ay de las que estén encintas, y de las que se hallen criando en aquellos días! Orad, por lo tanto, para que vuestra huida no tenga lugar en invierno; porque aquellos días serán de tribulación como no la ha habido nunca desde el principio de la creación que Dios creó hasta este tiempo, ni la habrá (Mc. 13, 14-19).

 

Según la tesis enunciada, la «abominación de la desolación» podría ser una referencia a la estatua de Calígula y esto explicaría que, en el texto recogido por Marcos 13, 14, el participio esté en género masculino aunque se refiera a un sustantivo neutro facilitando así la interpretación que convierte la abominación en algo personal. Tal visión no deja de ser sugestiva, pero difícilmente puede ser considerada convincente. La «abominación de la desolación» mencionada en los Apocalipsis sinópticos es indiscutiblemente una cita del libro de Daniel y como tal es reconocida en términos generales.[vi] Puesto que el pasaje de Daniel parece ir referido a la profanación efectuada por Antíoco IV Epífanes en el Templo de Jerusalén, parece más razonable pensar que no resultó difícil para la apocalíptica posterior —incluida la propia de Jesús— remitirse a la mencionada cita del profeta en relación con eventos futuros de contaminación del Templo a manos de potencias paganas. Ahora bien, ¿implica esto que los judeo-cristianos identificaron durante el año 40 d. J.C. a Calígula con la «abominación de la desolación»; que tal conexión llevó a recoger por escrito los dichos apocalípticos de Jesús relacionados con el tema y que la expresión «entienda el lector» es una velada referencia aconsejando identificar al emperador con la «abominación»? La verdad es que tenemos que reconocer que nada sólido nos impulsa a creerlo así. Sin embargo, cabe la posibilidad de que ya algunos dichos de Jesús, incluidos los apocalípticos, estuvieran recogidos por escrito en torno al año 40 d. J.C.[vii] También es posible que algún judeo-cristiano identificara a la «abominación» con Calígula, pero el movimiento, en su conjunto, no parece haberse visto especialmente impresionado por estos acontecimientos. Desde luego, no lo suficiente como para poner en práctica el consejo de Jesús y huir a los montes saliendo de Jerusalén. Unas décadas después la reacción judeo-cristiana resultaría, como tendremos ocasión de ver, radicalmente distinta.

CONTINUARÁ

Acerca de Judea y los julioclaudios, véanse H. G. Pflaum, Les Carrières procuratoriennes équestres sous le Haut-Empire romain, 4 vols., París, 1960-1961; P. W. Barnett, «Under Tiberius all Was Quiet», en NTS, 21, 1975, pp. 564-571; D. M. Rhoads, Israel in Revolution: 6-74 C. E., Filadelfia , 1976; E. M. Smallwood, The Jews under Roman Rule, Leiden, 1976; H. Guevara, Ambiente…, ob. cit.; E. Schürer, The History…, ob. cit., 4 vols.; C. Vidal, El primer Evangelio…, ob. cit., y Los esenios y los rollos del mar Muerto, Barcelona, 1993.

[ii] En este mismo sentido y con discusión de otras interpretaciones, véase E. P. Sanders, Jesus…, ob. cit., pp. 61 y ss. En favor de la historicidad del anuncio pronunciado por Jesús acerca de la destrucción del Templo, véanse R. J. McKelvey, The New Temple, Oxford, 1969, pp. 58 y ss.; L. Gaston, No Stone on Another, Leiden, 1970; D. Flusser, Jesús…, ob. cit., pp. 127 y ss.; G. Theissen, Studien…, ob. cit., Tubinga, 1979, 1. 3; C. Rowland, Christian…, ob. cit., pp. 162 y ss.; R. A. Guelich, «Destruc- tion of Jerusalem», en DJG, Leicester, 1992, pp. 172 y ss.; C. Vidal, «Jesús», en DTR.

[iii] Véanse los Apocalipsis Sinópticos de Mateo 24, Marcos 13 y Lucas 21. De especial importancia, en cuanto a su valor primitivo es el contenido en Q 13, 34. He estudiado este tema en C. Vidal, El primer Evangelio…, ob. cit.

[iv] Discusión sobre el origen de la terminología del pasaje en L. Morris, The Epistles to the Thessalonians, Grand Rapids, 1979; F. F. Bruce, 1 and 2 Thessalonians, ob. cit.; I. H. Marshall, 1 and 2 Thessalonians, ob. cit.

[v] Al respecto, véanse G. R. Beasley-Murray, Jesus and the Future, Londres, 1954, pp. 172 y ss., y A Commentary on Mark Thirteen, Londres, 1957, pp. 54 y ss. La tesis ha sido seguida en buena medida por F. F. Bruce, New Testament…, ob. cit.

[vi] Para un estudio sobre este tema, remitimos a las obras sobre los Sinópticos mencionadas en la parte destinada al estudio de las fuentes escritas.

[vii] C. Vidal, El primer Evangelio…, ob. cit., pp. 7 y ss.