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(LXII): Conclusión (I)

Viernes, 23 de Abril de 2021

Cuando tuvo lugar la muerte de Mahoma, sus logros de los últimos años se hallaban sometidos a una serie de desafíos que incendiaban como multitud de fuegos toda la Península Arábiga.  Su autoridad religiosa, pero, de manera especial, el sistema político y social que había creado era cuestionado frontalmente en todo el territorio que había estado sometido a su guía.  Su sucesor Abu Bakr los fue extinguiendo, pero no pudo evitar que los enfrentamientos civiles ensangrentaran el gobierno de los primeros califas [4].  Tras su muerte en 634, el destino de sus sucesores fue verdaderamente pavoroso: en el 644, el segundo califa, Omar fue asesinado; en el 656, el tercero, Otman cayó también víctima de una conjura y en el 661, Alí fue también víctima de unos asesinos.  Ni uno solo moriría tranquilamente en el lecho.  Sin duda, se trataba de una evolución terrible para el período histórico que, convencionalmente, se conoce como el “califato perfecto”.  

El hecho de que durante esos reinados la expansión del islam resultara extraordinaria, de que se codificara el Corán[5] e incluso de que, según algunos, pudiera trasladarse la Meca al Hijaz canonizando el lugar de peregrinación [6] de los musulmanes no puede utilizarse para ocultar la tremenda tensión política y social que acompañó al islam durante las primeras décadas que siguieron a la muerte de Mahoma.  Por si fuera poco y de manera bien paradójica, la primera dinastía de califas digna de tal nombre y a la que se puede considerar creadora de un verdadero estado surgió de una estirpe que se había caracterizado por contar en su seno con algunos de los peores enemigos de Mahoma [7].  En apenas unas décadas, los personajes más cercanos a Mahoma habían caído a filo de espada o bajo los puñales de los sicarios y el poder musulmán pasaba a los descendientes de sus adversarios.  Sin embargo, tampoco entonces vendría la paz.  Al final, esa misma dinastía desaparecería bañada en sangre por los abasíes.  Se podrá argumentar lo que se desee, pero si se contemplan las primeras décadas de existencia histórica del Islam no se puede aceptar que la disensión cruenta en su seno del islam haya sido culpa de las naciones occidentales o del abandono de las enseñanzas de Mahoma o del estancamiento en su expansión.  Por el contrario, fue una circunstancia trágica que lo acompañó desde sus orígenes.  Sin embargo, esta obra no tiene como finalidad historiar el islam sino reconstruir la figura histórica – que no mitológica – de Mahoma y su enseñanza.  A ambas cuestiones debemos volver ahora.

CONTINUARÁ


[4]  P. Crone y M. Cook, Hagarism.  The Making of the Islamic World, Cambridge, 1977; P. Crone y M. Hinds, God´s Caliph.  Religious Authority in the First centuries of Islam, Cambridge, 1986.

[5]  Véase supra pp.  .

[6]  Sobre el traslado de la Kaaba, véase: E-M. Gallez, Oc, pp. 291 ss y 426 ss.

[7]  G. R. Hawting, The First Dynasty of Islam.  The Umayyad Caliphate AD 661-750, Southern Illinois University Press, 1987; G. H. A. Juynboll (ed), Studies on the First Century of Islamic Society, Southern Illinois University Press, 1982;  J. Wansbrough, The Sectarian Milieu.  Content and Composition of Islamic Salvation History, Oxford, 1978;