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XII.- Crisis y revelación (I): El contexto

Viernes, 6 de Diciembre de 2019

En torno al año 607, el de la reconstrucción de la Kaaba, Mahoma era un hombre joven, libre de agobios económicos a pesar de la dureza de la época y dotado de un cierto prestigio local que tenía, entre otras consecuencias, que, según la tradición, se recurriera a él como mediador en algunas disputas.  A esto se añadía que estaba enormemente interesado en cuestiones espirituales.  Posiblemente, no conocía a la sazón el Antiguo Testamento – sí, quizá algunos relatos talmúdicos que pudo escuchar a judíos – y, desde luego, cabe la posibilidad de que hubiera escuchado predicar a cristianos como el obispo de Nashran[2].  Es posible que las fuentes islámicas hayan minimizado la importancia de esos contactos[3], pero lo cierto es que en esa época Mahoma no había encontrado la paz espiritual ni el sosiego que ansiaba su alma.  No sólo eso.  Además en esa época comenzó a sufrir frecuentes depresiones.  Semejante circunstancia ha sido explicada como un síntoma de epilepsia[4] , pero no es seguro que así fuera, siquiera porque si bien han podido existir epilépticos geniales dedicados a la creación artística, ese cuadro no se ha dado, desde luego, en la fundación de religiones. 

Resulta difícil desentrañar las raíces de la desazón depresiva de Mahoma[5]. Quizá baste con atribuirla al hecho de no encontrar una corriente espiritual que calmara su desazón, a dar con respuestas contradictorias – como era el caso del judaísmo y de las diversas formas de cristianismo - que no le satisfacían plenamente e incluso a ciertas características psicológicas sobre las que no podemos especular con certeza.  La lógica de ese malestar podría explicar la manera en que Jadiya le ofreció todo su apoyo y vio con naturalidad que su marido se retirara con frecuencia a meditar a una cueva.   Fue precisamente en una de esas ocasiones cuando tuvo lugar un acontecimiento que trastornó completamente la vida de Mahoma.

CONTINUARÁ


Sobre esta época, véase: J. Akhter, Oc, p. 37 ss; T. Andrae, Mahoma…, pp. 70 ss; K. Armstrong, Oc, pp. 72 ss; M. Cook, Muhammad…, pp. 12 ss; E. Dermenghem, Mahomet…, p. 23 ss; J. Glubb, Oc, pp. 77 ss; M. Lings, Oc, pp. 53 ss; T. Ramadan, Oc, pp. 29 ss; J. Vernet, Oc, pp. 37 ss; W. M. Watt, Oc, pp. 21 ss; C. V. Gheorghiu, Oc, pp. 106 ss.

 

[2]  En ese sentido, J. Vernet, Oc, p. 37.

[3]  En un sentido muy diferente, véase la obra del autor musulmán Ahmed Youssef, Le moine de Mahomet.  L´entourage judéo Chretien à la Mecque au VI siècle, París, 2008.

[4]  En ese sentido, Ali Sina, Understanding Muhammad.  A Psychobiography, LaVergne, 2009.  El texto de Ali Sina es, con seguridad, el análisis más concienzudo – lo que no significa que tenga que ser correcto – de la personalidad psicológica de Mahoma.

[5]  Ali Sina, Oc, pp. 109 ss lo considera un síntoma de un transtorno epiléptico.