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Los siete pilares de la sabiduría

Martes, 23 de Septiembre de 2014

Fue en julio de 1975. Un grupo de alumnos de San Antón recorríamos París bajo la dirección del padre Félix que, no obstante, nos dejaba bastante libertad. Mis compañeros habían parado a hacer no sé qué y yo aproveché para entrar en una librería. De repente, mis ojos se detuvieron en dos volúmenes inmaculadamente blancos en cuya portada aparecía un retrato a plumilla de T. E. Lawrence, el famoso Lawrence de Arabia.

Eran caros y dejaron mi presupuesto tiritando, pero aquel verano de museos y monumentos para mi y algún streap-tease y películas como Enmanuelle para buena parte de mis compañeros, me adentré en las aventuras del oficial británico en el desierto y en los vericuetos de la primera guerra mundial. He regresado después a Los siete pilares… tanto en español como en inglés haciéndome incluso con una primera edición. Sigue siendo uno de mis libros de cabecera. Quizá es así porque a lo largo de sus páginas aparece descrito un gran sueño vivido hasta el límite, tanto que pudo significar el fin de la vida de Lawrence y, en no escasa medida, le acabó costando la razón. En la obra, dedicada a una egipcia a la que Lawrence había amado tiempo atrás, se cumple la máxima que el propio autor trazó, aquella que decía que hay dos clases de soñadores, los que sueñan mientras duermen y los que lo hacen despiertos. Éstos últimos son los verdaderamente peligrosos. Leyendo la prensa de estos días, no he podido evitar preguntarme si el prodigioso texto no encierra también una gran lección, la de que siempre que los imperios occidentales han pretendido modelar aquella parte del mundo no sólo han fracasado sino que también han sembrado las semillas de futuras guerras. A fin de cuentas, lo que no pudieron estabilizar Lloyd George y Clemenceau, ¿por qué tendría mejor fin bajo alguien mucho más lejano llamado Barack Obama?