Un niño negro de nueve años llamado Willie Myrick estaba jugando delante de su casa con su perro Chihuahua. De repente, de la manera más inesperada, un hombre echó mano de Willie, lo arrastró hacia un automóvil y emprendió la fuga con el niño secuestrado. Sin embargo, Willie no se arredró. Con una presencia de ánimo pasmosa, comenzó a entonar una canción góspel que se cantaba en su iglesia. Lo hizo con firmeza, con seguridad, como si estuviera dando una advertencia. Algo tenía Willie, algo tenía la canción, algo debía haber de verdad en lo que cantaba. De manera sorprendente, el hombre dejó en libertad a Willie. Tiempo después la policía afirmaría que si Willie se hubiera quedado callado posiblemente habría perdido la vida. Quizá o quizá el Dios que lo protegió y al que él invocó con la canción habría utilizado otro recurso para librarlo. Sea como fuere, demos gracias a Dios por la suerte del pequeño Willie y disfrutemos la canción que entonó y que acabó disuadiendo al secuestrador.