Imprimir esta página

Pablo, el judío de Tarso (LXVIII)

Domingo, 28 de Enero de 2018
DE CESAREA A ROMA (IV): El viaje hacia Roma (I) [2]

Se ha comentado en alguna ocasión la posibilidad de que Pablo se equivocara al apelar a César. De hecho, no había recurrido a esa posibilidad cuando había comparecido ante Félix dos años antes. Lo cierto, sin embargo, es que su decisión estaba cargada de razones. En la época de Félix era obvio que el gobernador romano sabía que era inocente y sólo cabía esperar que lo dejara en libertad. No era necesario, por lo tanto, apelar. Félix se había dejado llevar al final más por su corrupción que por otras consideraciones, pero no se puede decir que Pablo hubiera actuado incorrectamente. Con Festo, sin embargo, la situación había cambiado. Deseoso de congraciarse con los judíos, estaba dispuesto a llevar a Pablo de vuelta a Jerusalén lo que implicaba, había que ser muy ciego para no verlo, un peligro real para su existencia. La única salida consistía en apelar al césar para salvarse de esa eventualidad. Por otro lado, a Pablo no debió escapársele que una apelación al césar le permitiría salir del punto muerto en que se encontraba y encaminarle a la Roma que deseaba llegar desde hacía años.

Dado que Pablo era un preso, Festo lo encomendó, en compañía de otros detenidos, a un centurión llamado Julio, de la compañía Augusta, para que lo custodiara. Todo hace pensar que Julio era un miembro del cuerpo de frumentarii, un cuerpo de centuriones que servía como oficiales de enlace entre los ejércitos destacados en provincias y Roma[3]. Aunque su tarea fundamental, como su propio nombre indica, era la de asegurar el abastecimiento de grano (frumentum), ocasionalmente podían vigilar el traslado de presos a la capital. El principal granero de Roma era Egipto y en un barco que llevaba ese tipo de carga se realizó la mayor parte del trayecto de Pablo.

El apóstol iba a acompañado por Lucas – que narra esta parte del libro de los Hechos de los apóstoles en lógica primera persona – y por Aristarco, un creyente de Tesalónica (Hechos 27, 2). Subieron a bordo de una nave de Adrumeto que debía navegar por Asia y al día siguiente llegaron a Sidón. En este puerto, Julio permitió que Pablo descendiera a tierra para encontrarse con algunos conocidos.

Desde Sidón, navegaron a sotavento de Chipre porque los vientos eran contrarios y pasando frente a Cilicia y Panfilia, llegaron a Mira, una ciudad de Licia (Hechos 27, 4-5). Fue precisamente en este puerto, donde hicieron transbordo a una nave que venía de Alejandría, en Egipto, cuyo rumbo era Italia. Se trataba, sin duda, de una de las típicas embarcaciones de transporte de trigo a las que ya nos hemos referido con anterioridad. A partir de ese momento, la navegación se hizo muy lenta y difícil porque tenían en contra un fuerte viento del noroeste. No se detuvieron así en el puerto de Cnido, en el promontorio cario de Triopio, sino que navegaron a sotavento de Creta, frente a Salmón. Con no poca dificultad bordearon este enclave y llegaron a un abrigo conocido como Kaloi Limenes o Buenos puertos, donde echaron el ancla y esperaron a que cambiara el viento. A tan sólo dos millas al oeste se hallaba el cabo Matala, pasado el cual la costa sur de Creta gira hacia el norte privando ya de protección frente al viento del noroeste.

El tiempo no se presentaba de manera halagüeña lo que acabó determinando que se celebrara una reunión para determinar que había que hacer. Pablo fue invitado a ella muy posiblemente porque era un hombre con experiencia de mar. Según menciona la fuente lucana (Hechos 27, 9), a esas alturas ya había pasado el ayuno, es decir, el Yom Kippur o día de la expiación judío que en ese año 57 cayó el 5 de octubre. Las posibilidades, por lo tanto, de acabar el viaje antes del invierno eran nulas. No sólo eso. En realidad, ya había comenzado lo que Vegetio consideraba la estación peligrosa para navegar [4]. Pablo abogó por esperar a que concluyera el invierno aprovechando el cobijo de aquel puerto. Además, en sus cercanías se encontraba una población llamada Lasea donde podría encontrar alojamiento el pasaje. Si, por el contrario, proseguía el viaje sería “con perjuicio y mucho daño, no sólo de la carga y de la nave, sino también de nuestras personas” (Hechos 27, 10).

La opinión de Pablo chocaba con la del piloto y el propietario de la nave que eran partidarios de alcanzar el puerto de Fénix o Fenice (la actual Fineka) que se encontraba a unos sesenta kilómetros al oeste de Cabo Matala. De manera bastante comprensible, el centurión Julio apoyó la posición de los profesionales y cuando comenzó a soplar una brisa del sur, levaron anclas y comenzaron a costear Creta. Apenas habían pasado el cabo Matala cuando el viento cambió y se enfrentaron con uno huracanado denominado Euroclidón o euroaquilón, que hoy recibe el nombre de gregale. Así la nave se vio alejada del monte Ida y empujada a mar abierto. Sin embargo, dado que era imposible poner proa al viento, la única salida que tenían los marineros era dejarse llevar por él. Así, corrieron a sotavento de una isla pequeña llamada Clauda donde pudieron recoger el esquife.

La situación resultaba enormemente peligrosa porque este viento no pocas veces arrastraba a las naves hasta la Sirte, las arenas movedizas situadas al oeste de Cirene. Los marineros optaron, por lo tanto, por arriar las velas y quedar a la deriva. Lamentablemente, la tempestad no desapareció y, al día siguiente, hubo que arrojar por la borda la carga que llevaba la nave por miedo a que ésta zozobrara. Sirvió de poco porque el mal tiempo continuó. Al tercer día, los marineros y el pasaje procedieron a lanzar al mar incluso los aparejos de la nave.

Durante varios días, la tormenta tapó el cielo impidiendo que los navegantes pudieran ver el cielo, contemplar el sol y la luna, y guiarse por las estrellas. No podían fijar un rumbo de navegación, pero tampoco saber cómo transcurría el tiempo. Por otro lado, es de suponer que el casco de la nave comenzara a acusar una presión tan continuada. No resulta extraño que, como indica la fuente lucana, “se hubiera perdido toda esperanza de salvarnos” (Hechos 27, 20). En esas circunstancias, Pablo intervino para recordar que hubiera sido mejor permanecer en Creta como había señalado él, pero ahora no era el momento de lamentarse, sino de animarse. Esa noche había recibido la visita de un ángel de Dios que le había comunicado que la nave se perdería, pero que no habría que lamentar muertes. No debían temer porque, según le había comunicado el enviado de Dios, “es preciso que comparezcas ante César; y, mira, Dios te ha dado a todos los que navegan contigo” (Hechos 27, 24). Ahora, prosiguió el apóstol, lo urgente era dar con alguna isla.

CONTINUARÁ

 

 

[1] Dión Casio, Historia, II, 19.

[2] A pesar del paso del tiempo, permanece insuperada la obra de J. Smith, The Voyage and Shipwreck of St. Paul, Londres, 1880.

[3] En ese mismo sentido, T. Mommsen, Gesammelte Schriften, VI, Berlín, 1910, pp. 546 ss y W. M. Ramsay, St. Paul the Traveller and the Roman Citizen, Londres, 1920, pp. 315, 348.

 

[4] Vegetio, De re militari, IV, 39, señala que comenzaba el 14 de septiembre y concluía el 11 de noviembre.