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Pablo, el judío de Tarso (LXXX): De Hispania a la segunda cautividad (VI): la ejecución

Domingo, 13 de Mayo de 2018

Seguramente, Pablo ni volvió a utilizar el abrigo ni a leer los libros dejados en la casa de Carpo. En Roma, estuvo recluido en la cárcel Mamertina, posiblemente en la misma época que Pedro.

La prisión era ya famosa antes de que albergara a los dos apóstoles. Desde sus mazmorras podía escucharse el tumulto de los foros e incluso los aplausos que recibieran los oradores en el senado. Hoy en día, el antiguo lugar de la prisión se halla ocupado por la iglesia que se denominó de san Pedro in carcere, y que ahora está dedicada a los santos Proceso y Martiniano que, según la tradición, fueron carceleros convertidos a la fe en Jesús por el testimonio del apóstol Pedro. En este lugar de culto se dan cita dos recintos superpuestos. El superior era la antigua prisión donde estuvieron recluidos personajes de la importancia de Vercingetorix, el caudillo galo derrotado en Alesia por Julio César; Yugurta, el rey de Numidia; Simón Bar Giora, el rebelde judío que se enfrentó con las legiones romanas y el mismo Sejano, valido de Tiberio, que en el año 31 cayó en desgracia y fue ejecutado. A través de una escalera exterior se descendía a un calabozo en el que solían ejecutarse sentencias de muerte. El templo custodia una columna que se relaciona con el apóstol Pablo y un aljibe en el que, supuestamente, Pedro habría bautizado a sus carceleros. Ambas afirmaciones no son ni totalmente seguras ni tampoco imposibles.

El final de Pedro y de Pablo sería diferente siquiera porque distinta era su condición social. El primero no pasaba de ser un humilde judío; el segundo era un ciudadano romano. Resulta, pues, muy verosímil la tradición que indica que Pedro fue crucificado, como décadas antes lo había sido su maestro, el judío Jesús. Pablo, por su parte, debió abandonar la prisión Mamertina sujeto a un guardia mediante una cadena y custodiado por algunos pretorianos. Así, atravesó las calles de Roma y salió por la puerta que conducía a la Via ostiense. Debió así pasar ante la pirámide de Cayo Cestio, pretor y tribuno de la plebe muerto el año 12 d. de C. Eso era todo lo que quedaba de aquel hombre desprovisto de la esperanza que alentaba en el corazón de Pablo.

El grupo llegó finalmente ad Acquas Salvias, ahora Tre Fontane, una región pantanosa e insalubre situada cerca de la tercera milla de la Via Ostiense. Allí, Pablo fue flagelado, un castigo del que su condición de ciudadano romano no podía ya librarle. Se trataba de un trance terrible agudizado por la avanzada edad del reo. Finalmente, se le sujetó a una columna rematada de tal forma que en ella pudiera apoyar la cabeza el condenado. Acto seguido, tras recibir la orden del líctor, el verdugo descargó el hacha sobre el cuello de Pablo. Las palabras que muy poco antes había escrito a su colaborador Timoteo hubieran podido constituir su mejor epitafio:

 

7 He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. 8 Por lo demás, me aguarda la corona de justicia, que me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida.

(2 Timoteo 4, 7-8)

 

CONTINUARÁ