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Pablo, el judío de Tarso (XLIII)

Domingo, 8 de Octubre de 2017

EL SEGUNDO VIAJE MISIONERO (XIX): las cartas a los Corintios (VI): La segunda carta a los Corintios (II)

El resto de la segunda carta a los corintios se encuentra relacionada con aspectos más personales. Pablo vuelve a insistir en la alegría que le provoca el que se hayan zanjado los problemas que existían con los corintios (7, 1-16); vuelve a instar a los corintios para que participen en la ofrenda destinada a los santos de Jerusalén (8-9) y rememora las razones por las que su misión apostólica merece respeto y reconocimiento. Ciertamente, la relación que hace de sus padecimientos resulta impresionante y deja de manifiesto el coste que para Pablo implicaba su tarea apostólica, pero, quizá lo que más llama la atención, sea el reconocimiento de una carga que pesa sobre él a diario y es la de los miembros de las diferentes comunidades:

 

24 De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. 25 Tres veces he sido azotado con varas; una vez me lapidaron; tres veces he naufragado; una noche y un día he estado perdido en alta mar; 26muchas veces, he realizado viajes a pie; he sufrido peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en la mar, peligros entre falsos hermanos; 27 con trabajo y fatiga, quedándome sin dormir muchas noches, pasando hambre y sed, sufriendo muchas veces ayunos, con frío y con desnudez; 28 Sin tener en cuenta otras cosas como la carga que soporto a diario, la preocupación por todas las iglesias. 29 ¿Quién enferma, y yo no enfermo? ¿Quién tropieza sin que yo tenga fiebre?

(2 Corintios 11, 24-29)

 

Pablo incluso podría jactarse de experiencias que podríamos denominar místicas como la de haber sido arrebatado al tercer cielo (12, 1-5). Sin embargo, no lo hace. Por el contrario, reconoce humildemente como sufre de “un aguijón en la carne” [1]del que no se ha visto libre hasta la fecha a pesar de que se lo ha pedido al Señor tres veces (12, 7-8). Pero incluso esa circunstancia que le causaba dolor no le hacía caer en el desánimo. Todo lo contrario. A su juicio le brindaba una magnífica oportunidad para ver el poder del mesías descansando en su debilidad (12, 9-10). Finalmente, la carta concluye con el anuncio de una tercera visita que el apóstol piensa realizar a Corinto (12, 13 ss).

Como sucede con Gálatas, y en menor medida con las epístolas a los tesalonicenses, las cartas enviadas a Corinto nos permiten ver a fondo el carácter humano de Pablo. Sacrificado, abnegado, convencido, entregado a la causa de la predicación del Evangelio, deseoso de encarnar las enseñanzas de Jesús, ni cedía lugar al orgullo espiritual ni tampoco caía en una frialdad distante. Pablo era un hombre que, a la vez, era consciente de sus enormes limitaciones personales y no por ello se retraía de la cercanía con sus hermanos. Hay que imaginarlo sometido a penalidades continuas, pero sin caer en la amargura o el resentimiento; enfrentándose con enormes dificultades personales, pero más bien inquieto por las dificultades que surgían en las comunidades establecidas por él; sufriendo privaciones sin cuento, pero empeñado en no recibir dinero de otros creyentes, en no serles una carga. Era un verdadero apóstol y cuando se compara ese perfil con el que ofrecen ahora muchos que pretenden serlo las conclusiones no son difíciles de alcanzar. Como él mismo señalaba al final de la última carta dirigida a los corintios, “la autoridad que el Señor me ha dado es para edificación y no para destrucción” (2 Corintios 13, 10). De ese ejemplo, los hermanos deberían derivar algunas conclusiones sencillas, las de “estar alegres, avanzar en la perfección, consolarse, ser de un mismo sentir y vivir en paz” porque, como diría Pablo, “el Dios de paz estará con vosotros” (2 Corintios 13, 11).

CONTINUARÁ