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Pablo, el judío de Tarso (XXXIV)

Domingo, 6 de Agosto de 2017
El segundo viaje misionero (X): Corinto (IV): Las cartas a los Tesalonicenses

El año y medio que Pablo pasó en Corinto resultó, indudablemente, fructífero y, a la vez, constituyó el marco de redacción de otras dos nuevas epístolas. Si la primera, la dirigida a los Gálatas, a pesar de su carácter circunstancial, recoge en miniatura el Evangelio predicado por Pablo, las dos cartas destinadas a los creyentes de Tesalónica se ocupan de problemas más locales. Como se recordará, los amigos del apóstol le habían llevado a Berea para ponerle a salvo del ataque de los judíos de Tesalónica y cuando éstos a su vez llegaron a Berea, lo condujeron hasta Atenas donde esperó a Timoteo y Silas. La reunión se realizó, pero no pasó mucho tiempo antes de que el apóstol los enviara de regreso a Macedonia para averiguar cuál era el estado en que se encontraban las comunidades fundadas en este viaje. Mientras Timoteo se dirigía a Tesalónica, Silas, muy posiblemente, se encaminó a Filipos. Es muy posible que Timoteo llevara consigo la carta que conocemos como la segunda epístola a los Tesalonicenses, una misiva que, a diferencia de, por ejemplo, Gálatas, aparece firmada por Pablo, Silas y Timoteo (II Tes 1, 1). Los argumentos para pensar que la denominada segunda se escribió ante que la primera arrancan de su propio contenido. De hecho, en la segunda se menciona a los creyentes como sometidos a persecución (II Tes 1, 4 ss), una circunstancia que en la Primera carta ya es citada como algo del pasado (I Tes 1, 6 y 2, 14) [1].

Las noticias que Timoteo trajo a Pablo sobre la marcha de la comunidad de Tesalónica le produjeron una enorme alegría, aunque también le obligaron a responder a algunas cuestiones de carácter teológico que los conversos le habían planteado a Timoteo. Esa respuesta sería precisamente la misiva que aparece en nuestras biblias como la primera carta a los Tesalonicenses. A esas alturas resultaba obvio que los fieles de Tesalónica se habían comportado de una manera tan modélica que se habían convertido en un ejemplo en “un ejemplo para los creyentes de Macedonia y Acaya” (I Tesalonicenses 1, 7). La persecución, ya concluida, no había limitado en absoluto su entusiasmo.

El análisis de las dos epístolas nos proporciona datos muy interesantes acerca de las vivencias de una comunidad cristiana de reciente fundación que se hallaba inserta en un medio pagano y que sufría las presiones – incluso la persecución – de judíos y gentiles. Sin embargo, a pesar de ese panorama, lo cierto es que Pablo y sus colaboradores podían felicitarlos porque “vuestra fe va creciendo, y la caridad de cada uno de todos vosotros abunda en medio de vosotros, de tal manera que nos gloriamos de vosotros en las iglesias de Dios, de vuestra paciencia y fe en todas las persecuciones y tribulaciones que sufrís” (II Tes 1, 3-4). Los tesalonicenses podían descansar además en el hecho de que Dios ejecutaría su juicio sobre el mundo, un juicio que sería justo y que estaría vinculado a la presencia (parusía) del mesías Jesús:

 

6 Porque para Dios resulta justo pagar con tribulación a los que os atribulan; 7 y a vosotros, que sois objeto de la tribulación, proporcionaros reposo a nuestro lado, cuando se manifieste Jesús, el Señor, desde el cielo junto a los ángeles de su poder, 8 en llama de fuego, para dar el pago a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesús el mesías; 9 los cuales serán castigados con eterna perdición apartados de la presencia del Señor, y de la gloria de su poder, 10 cuando venga en aquel día para ser glorificado en sus santos, y a admirado en todos los que creyeron: (por cuanto nuestro testimonio ha sido creído entre vosotros.)

(II Tes 1, 6-10)

 

El retrato que emerge de estos versículos de Pablo resulta muy iluminador. La comunidad de Tesalónica era objeto de persecución, pero, a pesar de su juventud, no se había dejado doblegar. A decir verdad, se había convertido en un verdadero ejemplo en Macedonia y Grecia, y no sólo por su valor sino también por la forma en que la fe y el amor la caracterizaban. Una parte considerable de la fuerza espiritual que animaba a aquellos jóvenes creyentes era la fe en que Jesús el mesías volvería para establecer su reino. Cuando eso sucediera, los que se habían negado a recibirlo serían castigados con la perdición eterna, mientras que sus fieles recibirían una recompensa que resultaba incluso difícil de imaginar. No sorprende, por lo tanto, que en medio de esa tensión escatológica y sometidos a presiones externas, algunos de los cristianos tesalonicenses se hubieran entregado a especulaciones sobre la fecha de la parusía y, sobre todo, sobre su inmediatez. Al respecto, la advertencia de Pablo no puede ser más clara:

 

1 Sin embargo, os rogamos, hermanos, que en lo que se refiere a la venida de Jesús el mesías, nuestro Señor, y a nuestra reunión con él, 2 no os dejéis conmover fácilmente, ni os alarméis ni por espíritu, ni por palabra, ni por carta, como si fuera nuestra, en el sentido de que el día del Señor está cerca.

(II Tes 2, 1-2)

 

Pablo podía comprender perfectamente el entusiasmo escatológico de los tesalonicenses, pero deseaba dejar establecido con claridad que bajo ningún concepto debían permitir que un espíritu – posiblemente una declaración profética similar a otras a las que ya nos hemos referido – ni una carta falsa que pretendiera venir de él o de sus colaboradores les arrastrara a creer que la segunda venida de Jesús estaba cerca. Las razones para formular esa afirmación se encontraban ligadas al hecho de que la parusía sería precedida por una serie de acontecimientos que, desde luego, no habían tenido lugar ni lejanamente:

 

3 Que no os engañe nadie de ninguna manera; porque no vendrá sin que venga antes la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición, 4 el que se opone y se rebela contra todo lo que se llama Dios, o es objeto de adoración; hasta el punto de sentarse en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios. 5 ¿No os acordáis que cuando estaba todavía con vosotros, os decía esto? 6 Y vosotros sabéis lo que ahora lo retiene hasta que a su tiempo se manifieste. 7 Porque ya está actuando el misterio de iniquidad: sólamente falta que sea quitado de en medio el que ahora le es un impedimento; 8 Y entonces se manifestará aquel inicuo, al cual el Señor matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida; 9 al inicuo cuya venida tendrá lugar de acuerdo con la acción de Satanás, con gran poder, y milagros, y portentos mentirosos, 10 y con todo engaño de iniquidad para los que van camino de la perdición; por cuanto no dieron acogida al amor a la verdad para salvarse. 11 Por lo tanto, Dios les envía una fuerza que induce al error, para que crean a la mentira; 12 para que sean condenados todos los que no creyeron en la verdad, sino que consintieron la iniquidad.

(II Tesalonicenses 2, 3-12)

 

Como indica Pablo (II Tes 2, 5-6), los tesalonicenses sabían de sobra porque él se lo había enseñado que la parusía había de ser precedida por la apostasía y por la aparición de un personaje misterioso, el Hombre de pecado, que ahora era retenido. Lamentablemente, nosotros no disponemos de los datos que el apóstol había proporcionado a sus conversos. Podemos suponer que el Hombre de pecado sería una manifestación colosal de maldad previa a la parusía y es obvio que ya estaba actuando - ¿cómo? – en la época de Pablo. Sin embargo, a pesar de esos datos, no resulta posible dilucidar si en este texto se hace referencia a un individuo, una institución o una falsa doctrina e, históricamente, han abundado las más diversas interpretaciones al respecto. Aún más difícil es saber que impide su manifestación. De hecho, el sujeto gramatical del v. 6 es neutro mientras que el del v.7 es masculino. En cualquiera de los casos, lo esencial para Pablo era que la conclusión de ese enfrentamiento final entre la iniquidad y el bien acabaría con la clara victoria del mesías.

Los últimos versículos de esta epístola nos muestran que el apóstol tenía una personalidad poco dada a la mera especulación teológica. Por el contrario, la vertiente práctica que le lleva a exhortar a los creyentes para que se comporten de manera digna del Evangelio aparece aquí con una energía especial. Al parecer, algunos tesalonicenses habían decidido – con buena fe o con descaro, no es fácil saberlo – que la proximidad de la venida de Jesús les permitía dejar de trabajar. Para Pablo, semejante conducta resultaba intolerable y tanto él como sus colaboradores habían dado un ejemplo bien nítido de cómo había que comportarse:

 

 

6 Además os mandamos, hermanos, en el nombre de nuestro Señor, Jesús el mesías, que os apartéis de todo hermano que anduviere de manera desordenada, y no conforme a la doctrina que recibieron de nosotros: 7 Porque vosotros mismos sabéis de qué manera debéis imitarnos; porque no anduvimos de forma desordenada entre vosotros, 8 ni comimos de balde el pan que perteneciera a alguien; sino que trabajamos ardua y fatigosamente, de noche y de día, para no ser una carga para ninguno de vosotros; 9 no porque no tuviésemos derecho, sino para daros un ejemplo que podáis imitar. 10 Porque incluso cuando estábamos con vosotros, os ordenamos que si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma. 11 Porque hemos oído que algunos de vosotros andan de manera desordenada, no trabajando en nada, salvo en meterse en la vida de los demás. 12 A esos les mandamos y rogamos por nuestro Señor, el mesías Jesús, que, trabajando sosegadamente, se ganen el pan.

(II Tes 3, 6-11)

 

Resulta obvio que Pablo no estaba dispuesto a tolerar que hubiera nadie que viviera de los demás apelando al entusiasmo religioso. Sin embargo, tampoco deseaba que el temor a ser víctimas de los aprovechados retrajera a los tesalonicenses de hacer el bien. Por el contrario, tras las severas palabras que acabamos de reproducir, el apóstol insiste en que no deben “cansarse de hacer el bien” (II Tes 3, 13). Aún más. Aunque aquel que no se portaba de manera adecuada debía ser señalado para que se avergonzara, la finalidad de ese comportamiento no debía ser nunca la de situarlo entre los enemigos, sino la de suministrarle la amonestación propia de un hermano (II Tes 3, 14-5).

La carta concluía finalmente con un deseo de paz para todos los creyentes de Tesalónica (II Tes 3, 16) y con un dato curioso, el de que Pablo marcaba sus cartas con un signo que dejaba de manifiesto que eran verdaderamente suyas y no una falsificación (v. 17). El hecho de que tan sólo unos versículos antes se refiriera también a cartas que pretendían ser suyas pero que no habían sido escritas por él nos obliga a pensar que algún enemigo suyo – o aprovechados que deseaban valerse de su autoridad – estaban recurriendo al innoble expediente de mostrar misivas falsas. El apóstol no estaba dispuesto a consentir esa conducta y aparte de que sus cartas eran siempre entregadas por un portador de confianza – en este caso Timoteo – llevaban una señal que las autentificaba.

 

Al parecer Timoteo entregó la carta a los tesalonicenses y, ya de regreso en Corinto, informó a Pablo de que seguían existiendo algunas cuestiones relacionadas con la parusía que resultaba indispensable aclarar. De ese deseo surgió precisamente la siguiente misiva de Pablo a Tesalonicenses, la que aparece en el Nuevo Testamento como primera.

Pablo – que firma la carta junto a Silvano y a Timoteo – volvió a manifestar la satisfacción que sentía por la iglesia establecida en Tesalónica. Desde muchos puntos de vista, los tesalonicenses eran creyentes ejemplares (1, 2-3) y no resultaba extraño que su fama se hubiera extendido por Macedonia y Acaya (1, 8). En buena medida, ese comportamiento arrancaba de la propia conducta de Pablo y sus colaboradores que habían trabajado día y noche para no ser gravosos a nadie mientras predicaban el Evangelio (2, 9). Ese comportamiento ejemplar debía ser manifiesto en todas las facetas de la vida:

 

1 Además, hermanos, os rogamos y exhortamos en el Señor Jesús, que de la manera que fuisteis enseñados por nosotros sobre cómo os conviene andar, y agradar a Dios, así continuéis creciendo, 2 porque ya sabéis qué mandamientos os dimos por el Señor Jesús. 3 Porque la voluntad de Dios es vuestra santificación: que os apartéis de fornicación; 4 que cada uno de vosotros sepa tener su cuerpo en santificación y honor; 5 no en pasión de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios: 6 Que ninguno abuse ni engañe en nada a su hermano: porque el Señor es vengador de todo esto, como ya os hemos dicho y tetificado, 7 porque no nos ha llamado Dios a la impureza, sino a la santificación.

(I Tesalonicenses 4, 1-7)

 

Es precisamente al llegar a este punto cuando Pablo aborda un tema que, por lo visto ya con anterioridad, debía causar una especial inquietud a los tesalonicenses. Nos referimos al destino de los que ya habían muerto y la relación entre ellos y la segunda venida del mesías. ¿Sería superior la situación de aquellos que todavía estuvieran vivos cuando el mesías se manifestara de nuevo? ¿Existía esperanza para los muertos o no tenían ninguna? ¿Cómo sería la segunda venida de Jesús? ¿De qué manera tendría lugar la unión con él cuando regresara? Preguntas como éstas o similares habían sido planteadas por los tesalonicenses a Pablo y ahora el apóstol las respondía:

 

13 Tampoco, hermanos, queremos que esteis en ignorancia respeto a los que están muertos, ni que os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. 14 Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con él a los que murieron en Jesús. 15 Por lo cual, os decimos esto como palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que hayamos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que hayan muerto. 16 Porque el mismo Señor con grito de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en el mesías resucitarán primero. 17 Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, juntamente a ellos seremos arrebatados en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. 18 Por tanto, consolaos los unos a los otros en estas palabras. 1 Sin embargo, por lo que se refiere a los tiempos y a las ocasiones, no tenéis, hermanos, necesidad de que os escriba, 2 porque vosotros sabéis bien, que el día del Señor vendrá como un ladrón por la noche, 3 que cuando digan, Paz y seguridad, entonces les sobrevendrá una destrucción repentina, como los dolores que asaltan a la mujer preñada; y no escaparán. 4 Pero vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas como para que aquel día os sorprensa como un ladrón; 5 porque todos vosotros sois hijos de la luz, e hijos del día; no somos de la noche, ni de las tinieblas. 6 Por tanto, no durmamos como los demás; sino más bien velemos y mantengámonos serenos 7 porque los que duermen, de noche duermen; y los que se emborrachan, de noche se enborrachan. 8 Por el contrario, nosotros, que somos del día, mantengámonos serenos, vestidos con la coraza de la fe y del amor, y con el yelmo de la esperanza de la salvación. 9 Porque no nos ha destinado Dios a la ira, sino a alcanzar la salvación gracias a nuestro Señor Jesús el mesías; 10 que cual murió por nosotros, para que lo mismo que si velamos, o que si dormimos, vivamos junto a él.

(I Tesalonicenses 4, 13-5, 10)

 

El pasaje de Pablo ha dado desde mediados del s. XIX lugar a interpretaciones un tanto atrabiliarias sobre la segunda venida de Jesús y la realización de un rapto o arrebatamiento de los creyentes previo a la misma. El tema resulta tan sugestivo que incluso ha generado en los últimos años varias series de novelas de escatología-ficción y de películas derivadas de las mismas. Sin embargo, por atractivo que pueda ser ese planteamiento, hay que señalar que poco o nada tiene que ver con lo que aquí señala Pablo. El apóstol no conoce nada similar a un arrebatamiento, primero, de los creyentes en el mesías que luego, ¡años después!, será seguido por la venida de Jesús y la resurrección de los muertos. Lo que dice de manera meridianamente clara es que Jesús volverá y cuando vuelva los creyentes serán arrebatados para estar con él y así estar siempre con él. Obviamente, acontecimiento tan trascendental provocaba en los tesalonicenses – lo sigue haciendo en personas de todo tipo – preguntas sobre cuándo sucedería. Pablo ya indicó en la primera carta dirigida a los tesalonicenses – la que aparece como segunda en el Nuevo Testamento – que no sería antes de la apostasía y de la aparición del hombre de pecado. Ahora añade que será en una época en que los hombres hablarán de “paz y seguridad” sin percatarse de que va a caer sobre ellos una destrucción repentina. Con esos datos fácilmente extrapolables a cualquier época, no resulta extraño que la segunda venida del mesías vaya a sorprender a los habitantes del mundo. Podría suceder lo mismo con los creyentes, pero no debe ser así y no debe serlo no porque posean un calendario de los acontecimientos inmediatamente anteriores a la segunda venida del mesías, sino porque, por definición, deben estar alerta para no verse sorprendidos.

Los últimos versículos de la carta los dedica el apóstol, siempre pragmático, a recordar algunos conceptos elementales que, en apariencia, no tienen que ver con el tema de la segunda venida. Los hermanos deben reconocer a los que se esfuerzan en la obra del Señor (v. 12-13), ocuparse de todos los hermanos con paciencia (v. 14), seguir siempre el bien para con todos (v. 15), estar siempre alegres (v. 16), orar sin cesar dando gracias a Dios por todo (v. 17-18), no apagar el Espíritu ni menospreciar las profecías (v. 19-20) y – un consejo verdaderamente luminoso – examinar todo, pero quedarse sólo con lo bueno (v. 21). Y, precisamente en ese momento, Pablo retoma la cuestión del regreso de Jesús. Los creyentes deben comportarse de esa manera y “el mismo Dios de paz os santificará completamente; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, será guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor, Jesús el mesías” (v. 22). Precisamente, al llegar a ese punto, el apóstol formula una promesa de la que pende todo lo anterior: “Fiel es el que os llama y lo hará” (v. 24).

 

Durante siglos, la creencia en la segunda venida del mesías ha ocasionado no pocos trastornos, distracciones, especulaciones, divagaciones e incluso conductas inmorales. Nada de ello puede retrotraerse a la enseñanza o a la conducta de un Pablo que aceptaba todos los aspectos escatológicos derivados de las Escrituras – venida del mesías, consumación de su reino, juicio final, resurrección, reunión con él, etc – pero que enfatizaba, como anteriormente lo habían hecho los profetas de Israel, Jesús y los judeo-cristianos los aspectos prácticos de ese cambio que iba a experimentar el cosmos. No había qué pensar en cómo y cuándo vendría el mesías, sino comportarse igual que si ahora mismo estuviera a punto de llegar y que eso no implicaba una pizca de pasividad se podía ver en la incansable actividad del apóstol.

CONTINUARÁ

[1]

Que en el canon del Nuevo Testamento aparezcan en orden diverso no debería sorprendernos ya que las cartas de Pablo no aparecen agrupadas por orden cronológico sino por su longitud y, efectivamente, la que conocemos como primera – aunque seguramente se escribió después de la segunda – es más larga.