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Quinto centenario de la Reforma en Perú (II): Entre los jóvenes

Martes, 7 de Noviembre de 2017

De manera bien significativa, una buena parte de las actividades en que estuve involucrado en Perú en relación con la Reforma se relacionaron con jóvenes. Debo confesar que la impresión que me causaron fue inmensa.

Comencemos con el sábado. Pasé el día entero en un campamento de jóvenes hablando sobre diversos temas relacionados con la Reforma. ¡¡¡Ocho horas!!! En una sociedad donde los jóvenes cada vez son más superficiales, donde andan confusos y desorientados gracias a una agenda y a unos adultos preocupados por casi todo salvo por el bien de las generaciones futuras, donde la lectura se ha convertido en un hábito cada vez más dejado de lado, donde la búsqueda del entretenimiento insano e inmediato es casi la única meta poder hablar a jóvenes durante ocho horas, contemplar su inmenso interés, ver cómo participan con entusiasmo y escuchar sus preguntas más que interesantes… ah, eso no tiene precio.

Quizá a alguno le pueda parecer idealista, pero en momentos así es cuando te percatas de que hay razones para la esperanza. Quizá la presente generación ya no pueda dar más de si. Es algo que cuesta no pensar al contemplar fenómenos tan deplorables como la vida política, la conferencia episcopal entregada a la traición o ese ente perverso conocido como FEREDE. Es más que posible que ninguno de ellos entre jamás en la Tierra prometida porque, vez tras vez, han demostrado que el beneficio propio les interesa más que lo que debería interesarles. Pero hay nuevas generaciones y el futuro es suyo. A lo largo del sábado pude contemplarlo. Con todo, lo más impresionante fue el concurso sobre la Reforma celebrado el lunes por la noche.

Durante semanas, en las distintas comunidades que tan bien dirige Alicia Estremadoyro fueron celebrándose eliminatorias para que, al fin y a la postre, eligiera cada una de ellas un finalista. Lo que yo contemplé, convertido en miembro del jurado, esa noche fue verdaderamente excepcional. Primero, los citados finalistas respondieron con acierto y rapidez una batería de preguntas no sólo sobre la Reforma sino sobre la Historia del cristianismo anterior verdaderamente sobrecogedora. No tengo la menor duda de que más del noventa por ciento de la gente que se gradúa en seminarios o facultades de teología no conoce tan bien la Reforma como los jóvenes concursantes de esa noche y podría afirmar lo mismo de más del noventa y nueve por ciento de la gente que se licencia y doctora en Historia. Ya de por si semejante circunstancia es prodigiosa, pero no fue ni con mucho lo más notable. La segunda y la tercera parte del concurso obligaban a desarrollar temas de mayor profundidad y aquí destacaron con luz propia todos y cada uno. De manera bien conmovedora para mi, señalaron en qué les había afectado mi libro El legado de la Reforma y aquí – lo reconozco – no pude evitar emocionarme. No pude evitar un nudo en la garganta al escuchar a un joven decir que tenía la intención de abandonar el Perú a la vista de la situación, pero que tras haber leído mi libro había decidido que existía una esperanza de cambio basada en los valores bíblicos que recuperó la Reforma o contemplar el testimonio de una mujer señalando cómo su vida había cambiado en facetas muy concretas por la lectura de El legado de la Reforma.

Nuestra vida tiene sentido en la medida en que, dentro de nuestras posibilidades, logramos que el mundo sea un poco mejor. Algunos piensan que esa tarea se consigue cuando hay gente dispuesta a seguirlos como ovejas, cuando continúan esparciendo un mensaje de fanatismo religioso o político, cuando atiborran de nuevos ingresos sus cuentas corrientes. Son gravísimas equivocaciones. Nuestra vida es digna de ser vivida cuando podemos infundir conocimiento correcto, paz genuina, esperanza sólida, amor real y otras bendiciones semejantes en la existencia de otros. La gente que se presentó al concurso lo sabía ya y había comenzado a ponerlo en práctica. Es el inicio y, por añadidura, una manera especialmente adecuada de conmemorar lo que significó y sigue significando la Reforma.

 

CONTINUARÁ