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Shanghai (VIII): el museo de la propaganda

Jueves, 10 de Agosto de 2017

La manera en que el régimen chino ha conseguido integrar la Historia pasada con la presente resulta verdaderamente prodigiosa. Mientras en España, Franco sigue vivo gracias a la izquierda y a los nacionalistas – la derecha lleva décadas intentado que se olviden del dictador – en China, han optado por la fórmula de que Mao acertó en el setenta por ciento y se equivocó en el treinta y han seguido hacia adelante.

En otras palabras, Mao cometió errores, pero consiguió logros más que notables y, en cualquier caso, está muerto y enterrado y vivimos otros tiempos. Una muestra verdaderamente extraordinaria de esa conducta es el museo de la propaganda de Shanghai.

A pesar de sus dimensiones reducidas, el museo es uno de los lugares de parada obligatoria no sólo por cuestiones históricas sino también sociológicas y estéticas. Desde luego, hay que reconocer que los comunistas fueron siempre maestros de la propaganda. El mismo Goebbels no fue más allá de perfeccionar algunos de sus avances en el terreno de la intoxicación de mentes, pero los maestros eran comunistas. En China, comenzaron modestamente en el terreno de la propaganda. A decir verdad, los primeros carteles recuerdan los anuncios publicitarios de la famosísima Shanghai Lili. Sin embargo, en poco tiempo crearon su propio realismo socialista que fue evolucionando hacia formas propias.

Siempre he pensado que la capacidad artística va más allá de la ideología. La propaganda nazi de Leni Riefenstahl me repugna, pero no se me ocurriría negar que estaba dotada de un talento extraordinario. El mensaje comunista de Eisenstein me indigna, pero debo reconocer que era un genio de la cinematografía. Y así podría multiplicar los ejemplos.

En el museo de la propaganda, se puede seguir un camino que pasó por la relación más estrecha con Stalin, que implicó la ruptura con Jrushov – motejado de revisionista – que asumió batallas como la guerra de Corea o la defensa de los negros en Estados Unidos, que se sumó al caos sangriento de la Revolución cultural y que, en un momento dado, se desvinculó del culto a la personalidad porque la nación entraba por otra senda, una senda, precisamente, de emancipación del maoísmo. Ni Deng ni, por supuesto, Xi volverían al culto a la personalidad. A decir verdad, no lo han necesitado para empujar a la nación a la cabeza del mundo ni para contar con un control del partido que ya hubiera deseado Mao.

Pero, por encima de todo, también se puede ver que nada permanece a lo largo del curso de la Historia. Mao murió – como Stalin, como Castro… - la revolución cultural desapareció y la nación siguió adelante. De hecho, en la tienda y por un precio modesto, se pueden comprar – y son originales - brazaletes de los guardias rojos de la revolución cultural, postales de propaganda, dazibaos – sí, hubo una época en que existieron los dazibaos – e incluso pinturas.

No pude evitar salir del museo con una idea en la cabeza que la Biblia expresa una y otra vez: los reinos y los imperios desaparecen, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.

CONTINUARÁ