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Shanghai (y IX): Adiós, China

Viernes, 11 de Agosto de 2017

Me encuentro en el metro de Shanghai y reparo en la lectura de la jovencita que está sentada a mi lado. Se trata de la Biblia. Está leyendo el libro de los salmos y observo que sobre el texto, ha trazado incluso algunas notas. Le pregunto si es cristiana. Con una sonrisa tímida, asiente.

No cabe duda de que multitud de procesos positivos existentes hace un siglo y abortados por la victoria comunista en China están volviendo a reanudarse en los últimos años. Si en Shanghai hubo siempre una presencia evangélica más que relevante – los misioneros jesuita andaban más interesados en intrigar en las cercanías del poder – y si esa presencia dio lugar a personajes tan notables como Watchman Nee que pasó los últimos veinte años de su vida en un campo de concentración por ser cristiano, ese proceso no acabó con Mao. De Watchman Nee, que estableció más de cuatrocientas iglesias nuevas en menos de dos décadas, se llegó a decir que, de no haber triunfado Mao, habría alcanzado la totalidad del territorio chino con el Evangelio. Lo que no pudo ser entonces, está siendo ahora.

Mao quiso erradicar la familia, la fe en Dios, el incipiente libre mercado. Su empeño costó decenas de millones de muertos, más que los causados por ningún otro dictador incluidos Stalin y Hitler, pero, al final, sus tesis no han prevalecido. Económicamente, en China, existe mayor libertad de mercado de la que existe en muchos países occidentales por la sencilla razón de que no hay lobbies que puedan imponer sus oligopolios ni tampoco las transnacionales han logrado someter al gobierno chino. La familia ha vuelto a ser la columna vertebral de China y el mismo gobierno comunista la defiende encarnizadamente frente a cánceres como la ideología de género. En cuanto, al avance del evangelio sólo puede definirse como espectacular. Dentro de una inseguridad jurídica que nadie soportaría en occidente, una inseguridad que significa que la policía puede irrumpir en un culto en cualquier momento o que se siga deteniendo a pastores, el mensaje del Evangelio nunca se ha extendido tanto en China. En uno de los estados chinos, el crecimiento resulta tan espectacular que uno de los pastores más conocidos – un gran defensor de los valores de la Reforma – sale y entra de prisión cada dos por tres; en otro, las autoridades locales deciden dar permiso para construir iglesias más grandes porque, como en algunas zonas de Argelia, no se puede negar la realidad y los evangélicos son los mejores ciudadanos, aquellos que trabajan, que no mienten, que creen en la familia y en la vida y que además no dependen de una autoridad espiritual extranjera. Por añadidura, viven de acuerdo a un principio que se olvidó en Occidente hace demasiado tiempo y es que la meta de la predicación no es llenar las iglesias de gente sino llenar a la gente de Dios.

No se puede negar que China resulta fascinante por su cultura, por su Historia, por su evolución actual, pero también porque es la muestra viva de que ciertas ideologías no pueden triunfar y porque constituye la demostración indudable de que las semillas espirituales sembradas acaban germinando. Tengo la casi total seguridad de que regresaré a China a no mucho tardar y también de que ese retorno no será meramente cultural, pero el futuro no está en mis manos sino en las de Dios. Hasta entonces, les iré contando otras cosas.

(FIN DE LA SERIE)