Lo que me relata es un reflejo de lo que ha sucedido en otras partes del mundo con algunos narcotraficantes. El Chapo ha aprovechado el vacío de poder estatal para establecer un feudo personal. En su territorio, la gente disfruta de calma, de tranquilidad e incluso es objeto de muestras de generosidad del Chapo de la misma manera que, en su día, Pablo Escobar construía viviendas sociales e incluso disfrutaba del favor de sacerdotes populares. De hecho, la inseguridad sólo se dispara cuando miembros de una banda rival intentan invadir la zona controlada por el Chapo. Por si todo lo anterior fuera poco, la madre del Chapo es evangélica y es conocida por la manera generosa en que atiende a los necesitados. Al parecer, nunca pidió dinero a su hijo y el que éste la enviaba era canalizado hacia los menesterosos.
¿Por qué cayó el Chapo? Sin duda, porque era un poderoso criminal y llamaba la atención, pero muchos opinan que, fundamentalmente, porque en las alturas alguien decidió favorecer a un cártel rival. No tanto como para no permitir su fuga de prisión… Sea como fuere, la realidad que queda de manifiesto es inquietante. El estado no satisface muchas necesidades de los ciudadanos y, como sucedió con la mafia originalmente, no la ley, pero sí el orden es proporcionado por el crimen organizado. Ante esa situación, que luego miles de vidas se vean deshechas por la droga no es algo que pese en su ánimo.
Me hubiera gustado visitar Guadalajara, pero sólo alcanzo a ver su aeropuerto donde José Curiel me espera para llevarme a Chapala. En las cercanías de esta bella localidad, increíblemente pintoresca, casi como de juguete, hay un lugar de reuniones donde por dos días tendré las conferencias. El primero, impartiré una exposición a unos estudiantes de teología; luego, mañana y tarde, vendrán dos exposiciones sobre la herencia de la Reforma en el ámbito teológico y socio-cultural. Al siguiente y último día, las dos exposiciones versarán de nuevo sobre otros aspectos de la herencia socio-cultural y sobre cómo recuperar hoy el mensaje de la Reforma. La gente me agradece de manera muy cálida mi presencia e insiste en que han recibido mucho. Soy yo el que ha recibido de ellos escuchando sus historias. Entre los presentes, hay desde un hombre enamorado del homeschooling, que se ha dedicado a él desde hace años y que ahora está pensando en abrir una universidad a otro que comenzó a evangelizar en zonas de las montañas donde los indígenas no hablan español y siguen practicando la hechicería. Son varias las congregaciones establecidas por este personaje más que notable que me invita a acompañarlo en uno de sus viajes evangelizadores y, sin embargo, ¿quién podría pensarlo en alguien tan sencillo en su apariencia? Porque ésa es una de las características de la gente que ha acudido a escuchar mis conferencias. Es gente profundamente amante de la Biblia y, quizá por ello, deseosa de cambiar para mejor la sociedad que los rodea. En ocasiones, su área es la educación; en otras, el alcanzar a los indios en cuyas tierras no sólo se levantan iglesias sino que crecen frutales desconocidos previamente por ellos y, en otras, defensores de la vida que están impulsando iniciativas populares contrarias al aborto.
La experiencia resulta gratísima porque a todo lo anterior se suma el lugar, en las cercanías de un lago, que es extraordinariamente hermoso. Ajijí, la población cercana – a la que me llevan a cenar la primera noche – es de un colorista tipismo que se mete suavemente por las pupilas. Como en otros lugares de Centro-américa, los colores que a nosotros nos parecen chillones resultan aquí armoniosos. Los restaurantes poseen una belleza antigua que rara vez se puede encontrar en Europa y que es imposible en Estados Unidos. Sólo hay un inconveniente: a las ocho cierran la cocina. No deja de ser llamativo teniendo en cuenta que a esa hora con un poco de suerte la abren en España.
Departo con José Curiel – que ha organizado magníficamente estas jornadas y buena parte del viaje posterior – y con su familia. Al final de la jornada, sucede algo imprevisto. Las calles no están asfaltadas sino encrespadamente empedradas y mientras camino por ellas noto algo raro en mi zapato izquierdo. Al llegar a mi habitación descubro que se ha roto la suela horizontalmente justo donde se une el tacón con el resto del zapato. Me digo que es un buen zapato y que aguantará hasta el final del viaje. Así tiene que ser porque no llevo otros.
CONTINUARÁ